Si las relaciones de pareja tienen momentos de conflicto, cómo serán las de tríos, cuartetos o quintetos |
Una mujer ha sido detenida por haberse casado tres veces sin
haberse divorciado o separado ninguna; la señora lo hizo por dinero, pues los
maridos eran inmigrantes que deseaban la nacionalidad. Ha sido acusada de
poligamia, pero lo que ella ha hecho se llama poliandria, que es una mujer con
varios hombres; poligamia es un hombre con varias mujeres, aunque el ámbito
familiar estable y asumido de uno y varias o varias y uno sí que se acepta como
poligamia.
El asunto viene tratándose y discutiéndose desde hace
milenios. En la sociedad musulmana es bastante habitual que un hombre tenga
hasta cuatro mujeres (que son las que tuvo el Profeta), e incluso muchas de esas
mujeres que comparten marido afirman que es mejor así, pues se aguanta y se maneja
mucho mejor a un esposo si son varias las mujeres. Si las relaciones de pareja
son fuente de conflicto, ¡cómo serán las de trío, cuarteto o quinteto!, sobre
todo en occidente, donde la mujer hace tiempo que dejó de ser sumisa y pasiva,
mientras que en aquel entorno ellas siguen siendo algo así como una propiedad
de ellos.
En Estados Unidos (donde abundan los casos más increíbles
conocidos) hay lugares donde se admite o estuvo admitido el método mormón polígamo.
Y, por otro lado, tampoco son extrañas las denuncias y condenas por bigamia.
Así, hace unos cuantos años (tal vez 20) se conoció el caso de un hombre que durante
casi diez años había vivido dos vidas paralelas, una con cada una de sus dos
familias; con una mujer tenía hijos y con la otra era padrastro de otro.
Siempre se las arreglaba para tener atendidas a sus dos proles, nunca olvidaba
cumpleaños o aniversarios, jamás tuvo el mínimo desliz o error en nombres,
fechas, direcciones, amigos, colegios; tenía dos coches, llegando siempre con
el mismo a cada hogar y sin confundirse nunca; pasaba tres días en una casa y
cuatro en la otra, o una semana aquí y otra allá, encontraba tiempo para hacer
vacaciones con unos primero y con los otros después; las facturas llegaban
siempre a donde tenían que llegar y ni una sola carta, comunicado o multa se
recibió en la dirección equivocada. Su trabajo le exigía continuos viajes, cosa
que le facilitó las ausencias, y como entonces los móviles y ordenadores no
eran cosa común, siempre resultaba imposible localizarlo. Tan bien montado y
tan metódicamente tenía su tinglado que no se descubrió el pastel hasta que
sufrió un accidente y murió, presentándose entonces las dos familias a reclamar
al muerto; por cierto, los domicilios estaban a menos de medio kilómetro de distancia,
a pesar de lo cual ninguna de las esposas o los hijos tuvieron jamás el más
leve indicio o sospecha de la existencia de los otros. El tipo tenía que haber llevado
una vida sumamente estresada, siempre a carreras, siempre temiendo que alguna
palabra a destiempo, algún gesto, algún objeto delatara su secreto, asustado de
que un día la casualidad acabara con su vida bifurcada. Sin embargo, las dos
cónyuges señalaron, por separado, que era muy cariñoso y trabajador, que se
desvivía por que tuvieran lo mejor, siempre atento a cualquier necesidad…, en
fin que ambas afirmaron que era casi el marido-padre perfecto y que todos
vivían felices. ¡Qué trabajo, qué metódica planificación, qué concentración la
del hombre de las dos vidas! No extraña que sus dos hogares estuvieran tan
cerca, ya que no tenía un segundo que perder. De todos modos, por lo que
declararon las familias y sus compañeros de trabajo (que tampoco tenían la
menor idea de la vida dividida del bígamo), se le veía absolutamente feliz… La
realidad supera a cualquier ficción.
Otra modalidad más del asunto del casorio o convivencia con
varios o varias se dio en algunos lugares de la California hippy de finales de
los sesenta del siglo XX. Fue ‘el amor libre’, carente de compromisos y afectos
personales, sin obligaciones ni explicaciones. Es decir, total y absoluta
libertad en las relaciones. Pero claro, de toda aquella locura bienintencionada
(haz el amor y no la guerra) sólo quedaron unos cuantos grandes grupos de rock
y los grandes damnificados del amor libre: los niños así engendrados, los
cuales crecieron sin padre y casi siempre sin madre y en medio de un grupo en
el que nadie tenía la obligación de hacerse cargo de sus necesidades, sin que
nadie les dijera nada de obligaciones y responsabilidades, sin que nadie les
hablara nunca de valores, sin enseñanzas ni verdadera educación, sin familia.
Lógicamente, casi todos aquellos hijos sin auténticos padres ni madres fueron adultos
sin techo que visitaron asiduamente con cárcel.
Si la fórmula una y uno ha permitido que nuestra especie
haya tenido tanto éxito, parece poco inteligente cambiarla.
CARLOS DEL RIEGO
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