Melchor Rodríguez, un modelo de integridad, de principios y valores inquebrantables |
Desgraciadamente no abundan las personas como Melchor
Rodríguez, sobre todo en momentos como los actuales (en realidad siempre ha
sido así), en que la mayoría de los que tienen un mínimo de poder están
dispuestos a vender su honor y dignidad por poco más que un plato de lentejas.
Sin embargo, también ha habido grandes hombres que incluso han puesto en
peligro su propia vida por defender sus principios y convicciones, por
mostrarse dignos de principio a fin, personas íntegras, sin dobleces, de una
pieza, hombres que jamás comerciarían con su honor, ni por todo el oro del
mundo, ni por la poltrona más deseada.
Así, la trayectoria del
anarquista y sindicalista sevillano Melchor Rodríguez es una continua
demostración de nobleza, de honor, de rectitud e inflexibilidad ante la
injusticia; casos como el suyo se produjeron, afortunadamente, también en el
otro bando, como es el del poeta Luis Rosales, que escondió a su colega
Federico García Lorca hasta el último momento e hizo lo que pudo para salvar la
vida a su amigo (la barbarie fue habitual en ambos bandos, en uno promovida
desde arriba, en el otro permitida mirando hacia otro lado y haciéndose el
sueco), o el de Ángel Briz, que se las ingenió para cobijar y salvar de una
muerte atroz a miles de judíos en la Hungría ocupada por los nazis (la Gestapo
y las SS no bromeaban), donde era embajador del régimen de Franco.
El 10 de noviembre de 1936 El Ángel Rojo es nombrado
Director de Prisiones de Madrid, impidiendo inmediatamente las sacas de presos
(la mayoría no habían sido acusados de nada) con destino al paredón de
fusilamiento, así como las palizas y linchamientos; por ello, hubo de
enfrentarse a muchos republicanos deseosos de sangre y sufrir insoportables
presiones por parte de sus superiores políticos, de modo que cuatro días más
tarde dimitió, reanudándose inmediatamente el transporte de internos de Alcalá
o la Modelo a Paracuellos del Jarama. En diciembre de aquel año se le designó
Director General de Prisiones, cesando al punto los asesinatos de cautivos en
las cárceles madrileñas. Pero su celo (“es mi deber” solía decir) le llevó a
enfrentarse con los que, tras los ataques de los nacionales, corrían a las
cárceles en busca de una estúpida venganza (casi siempre promovida por
comunistas); implantó toque de queda de 7 de la tarde a 7 de la mañana para que
resultara imposible acceder al interior de las prisiones, mantuvo el tipo ante
una avalancha de salvajes que le pusieron una pistola en la barriga exigiendo
acceder a las celdas para linchar a unos cuantos, denunció la existencia de
cárceles privadas ilegales y totalmente descontroladas, llegó a defender
pistola en mano a los prisioneros…, aunque su arma estaba descargada, pues
siempre defendió que “hay que morir por las ideas, pero jamás matar por ellas”.
Por todo, fue acusado de fascista, insultado y amenazado (hasta su mujer lo
abandonó), pero no cedió ante el instinto de supervivencia, y como el auténtico
héroe, no echó a correr para ponerse a salvo porque “nadie se hubiera ocupado
de los 15.000 presos que había en Madrid, los 1.500 de Alcalá y las 28 personas
que tenía escondidas en mi casa; ninguno de los republicanos me ayudó nunca,
estuve solo siempre”. Él mismo había sido preso con la dictadura y en la
República, de modo que no puede extrañar que afirmara que “me reconozco en la
cara de cada recluso”. Resulta prácticamente imposible encontrar en la Historia
reciente de España un ejemplo de comportamiento y honestidad, de entereza y
valentía, de decisión y coraje, de solidaridad y fraternidad como el que dio
este héroe casi olvidado. Entre los miles de personas que se libraron de la
muerte gracias a su postura incorruptible están desde el futbolista Ricardo
Zamora hasta los falangistas Sánchez Mazas y Fernández Cuesta, desde los
militares Muñoz Grandes o Serrano Súñer hasta los hermanos Luca de Tena; eran
presos a su cargo y él defendió sus vidas poniendo en peligro la suya. Hay que
ponerse en su lugar en aquel momento para comprender el tamaño de sus acciones.
Resulta emocionante y gratificante encontrar españoles de esta categoría.
Tras la guerra, el ingrato y crudelísimo bando ganador (el
perdedor no hubiera sido mejor de haber ganado) lo acusó y condenó varias veces
a la cárcel a pesar de que Muñoz Grandes (y otros que seguían vivos gracias a
este verdadero ángel) luchó en los tribunales a su favor. Ya en libertad,
rechazó cargos cómodos que le ofrecieron peces gordos agradecidos. No abandonó
sus ideas, y reivindicó reformas democráticas en los años duros de la
dictadura. Era un tipo austero, componía letras para pasodobles y cuplés y
escribía artículos de prensa y poemas; de joven había sido torero.
A su entierro, en 1972, acudieron tanto anarquistas como
falangistas y se cantó ‘A las barricadas’ sin que nadie pronunciara una palabra
de protesta.
Si existen héroes auténticos, este es uno, y es necesario
recordarlo, sobre todo teniendo en cuenta lo fácilmente que pierden su dignidad
la casi totalidad de los que alcanzan algo de poder.
Tiene que haber un cielo para tipos como El Ángel Rojo.
CARLOS DEl RIEGO
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