Exigen su derecho a ir por la calle en 'traje de Eva', olvidándose de su obligación de ir como personas, pues desnudos van los animales. |
Los nudistas de San Francisco (California) habían exigido
que se les permitiera vagar por la ciudad desnudos, en porreta picada. Pero los
legisladores votaron que no. De hecho, tal práctica se había convertido en algo
bastante habitual en ciertos barrios de la ciudad, sobre todo en el barrio gay
de Castro. Según parece, en este distrito sí que se permitía o se hacía la
vista gorda, pero claro, hay ciertos colectivos que no acaban de entender los
límites de la libertad, de forma que la cosa se estaba extendiendo por toda la
ciudad con la consiguiente avalancha de quejas de comerciantes y ciudadanos.
Eso sí, ya hay abogados que han puesto demandas contra el ayuntamiento de la
ciudad, al que acusan de privarles de la ‘libertad de expresión de los
nudistas’ al impedirles exhibirse por la ciudad tal y como su madre los trajo
al mundo. Por cierto, sí se permitirán en fiestas del tipo del Día del Orgullo
Gay (¿para cuándo un día del orgullo no gay?).
El asunto no deja de resultar chocante. Ahora reclaman su
derecho a ir en bolas, pero si eso llegara a ser legal, en poco tiempo
empezarían a exigir también el derecho a defecar y orinar a la vista de todos,
y más tarde llegaría la reivindicación para copular en la calle sin que nadie
les importunase, y la cosa no se detendría ahí, sino que seguro que iría a más.
Hay que tener en cuenta que una de las diferencias entre el hombre y el animal
reside precisamente en que aquel posee ciertos sentimientos ajenos a la
animalidad, como es el pudor, la vergüenza, frenos eficaces para muchos
impulsos instintivos que sólo las personas pueden controlar y sujetar. Así,
esos que reclaman el derecho a mostrarse sin ropa, en realidad están
pretendiendo dar un primer paso para regresar al estado animal, donde en
ausencia de inteligencia imperan los instintos, donde todas las necesidades se
llevan a cabo cuando surgen, sin importar que haya quien mire, sin el menor
decoro, corte o bochorno; o sea, el animal carece de dignidad (lo que no quiere
decir que pueda ser maltratado o que la persona no tenga obligación para con
él), y quien quiere conducirse según pautas características de las bestias…
Pero su pretendido derecho choca, además de todo, con las
reglas de la sociedad, es decir, si desean vivir sin usar calzones pueden irse
al desierto y construir allí su sociedad nudista, pero si quieren vivir en la
ciudad han de cumplir las normas, como todos; eso sí, si en su casa quieren
estar ‘en traje de Eva’ allá ellos. Por no hablar de otros detalles, como que
cada vez que un nudista se sienta puede manchar o contaminar (y no digamos si
padece algún tipo de incontinencia), o como que la visión de esos cuerpos
(generalmente poco serranos) puede producir desde náuseas hasta inapetencia, o
que obligan a los demás a ver cosas que no quieren ver (del mismo modo que se
prohíbe obligar al prójimo a escuchar ruidos excesivos o evidentemente
molestos).
Algo parecido sucede con el tema de las playas nudistas.
Este colectivo exige (y ya ha conseguido) tramos de playa acotados en donde
tomar el sol y bañarse como toman el sol y se bañan los perros o los
chimpancés, pero ¿sería tratado con la misma complacencia y permisividad un
grupo que reclamara una playa exclusiva para cojos, mancos o amputados?, ¿o una
sólo para hombres o sólo para mujeres?, ¿sería correcto entregar un terreno
cercado donde sólo pudieran acceder tipos apolíneos, musculosos y guapos?, ¿y
para entrados en carnes? Puestos a dar rienda suelta a la estupidez…
Tampoco hay que olvidar que desde que el hombre toma
conciencia de sí mismo, cuando siente que ya no es un animal, se procuró
vestidos, pues entendió que eso también lo diferenciaba de los cuadrúpedos que
cazaba y comía.
De momento les han dicho que no, pero tarde o temprano
volverán a la carga, como suelen hacer aquellos que exigen pretendidos derechos
sin preocuparse lo más mínimo de sus obligaciones ni de los derechos de los
demás. Hasta que un día el legislador pusilánime y medroso ceda ante voces y
gestos.
CARLOS DEl RIEGO
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