Afortunadamente el asesino de John Lennon, el tal Chapman, seguirá en la cárcel, donde lleva más de 30 años. |
El estúpido que responde al nombre de Chapman (hay quien
sostiene que antes que delincuente se es un imbécil, y luego cada uno se
especializa en una modalidad distinta de imbecilidad) acaba de ver cómo la
Justicia de Estados Unidos le deniega la condicional después de que haya pasado
los últimos 32 años entre rejas. Los razonamientos del tribunal para apoyar tal
decisión son de una lógica aplastante, de un peso moral insuperable, y debieran
regir en todo el mundo: “… su liberación ahora socavaría el respeto por la ley
y trivializaría la trágica pérdida de vidas que causó con un crimen atroz, sin
provocación, violento, frío y calculado”.
En países como España los legisladores y el engranaje legal
trivializan a diario la trágica pérdida de vidas humanas, puesto que día sí día
no excarcelan a criminales abyectos en base a una pretendida “causa
humanitaria”; es decir, el hecho de que el asesino esté enfermo (ojo, ha de ser
asesino múltiple, terrorista con muchas muertes a sus espaldas o descerebrado
fanático que se cree que su ideología le permite matar), aunque sea una
enfermedad provocada por él mismo, es razón mucho más valiosa, mucho más a
tener en cuenta que el propio asesinato: la enfermedad del matón es más importante
que la vida que segó; así piensan aquí quienes escriben y quienes administran
leyes.
Tal cosa se demuestra prácticamente con una indeseable
frecuencia, como evidencian los casos de los abyectos Bolinaga o de Juana, por
citar a imbéciles muy conocidos; pero desgraciadamente no son los únicos en los
que queda patente la preferencia que sobre la víctima tiene el asesino en la
mentalidad de legisladores y jueces, que moralmente muchas veces podrían ser
considerados colaboradores necesarios. Unos se disculpan diciendo que condenan
según la ley, pero lo cierto es que siempre tratan de imponer la pena y las
condiciones más favorables para el que mata; por su parte, los que escriben las
leyes (que a veces dicen que no se puede legislar en caliente, pero cuando la
cosa se enfría tampoco modifican la ley) parecen creerse mejores personas si
alivian de años la condena a los ladrones de vidas, olvidándose de que los
perjudicados directos no son ellos, los legisladores, sino los familiares de la
víctima, convertidos también en víctimas y en cuya piel jamás se meten por
mucha palabrería de político que suelten.
Contra la irritación, rabia e indignación que hay que pasar
cuando merluzos y heliogábalos se conjuran para ahorrar años de prisión a quien
arrebató vidas enteras, es un alivio encontrar noticias de que hay lugares
donde el Charles Manson-Bolinaga o el Chapman-de Juana de turno seguirán tras
los barrotes aunque tengan catarro o se sientan deprimidos. Proporciona cierta
tranquilidad saber que Manson (que mató de modo salvaje y sangriento, entre
otros, a una mujer embarazada de ocho meses y su hijo) lleva más de 40 años en
la cárcel gracias a que allí (a diferencia de aquí) no se trivializa el
asesinato.
Pero peor aun es comprobar cómo hay muchas personas que
están siempre a favor de toda medida de gracia para con el asesino, sobre todo
si éste dice tener la misma ideología que ellos; esas personas jamás pierden un
segundo en pensar en el sacrificado y su familia, a quienes muchas veces incluso
desprecian e insultan por pedir que el matón siga en prisión. Y es que,
asombrosamente, gran parte de la población está imposibilitada para sentir
empatía por la víctima mientras mira con incomprensible compasión al asesino.
Es algo así como una especie de síndrome de Estocolmo colectivo.
CARLOS DEL RIEGO
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