Ronaldo, ese pobre hombre a quien la vida maltrata y que tantas desgracias soporta, tuvo que ver cómo otro se llevaba un premio que le pertenece. |
“La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? Los
suspiros se escapan de su boca de fresa”. Los célebres versos de Rubén Darío
están escritos para las mujeres que se sienten princesas, pero se ajustan como
guante a la actitud que muestra el futbolista del Real Madrid Cristiano
Ronaldo, quien declaró (IX-12) que no celebra los goles porque está triste. En
realidad, el problema que entristece al jugador es el típico problema de las
personas que no tienen verdaderos problemas. Como lo tiene todo, le asalta la
insatisfacción de quien quiere más sin saber exactamente qué. Uno se siente
triste cuando tiene problemas de salud, familiares, de pareja, económicos o
laborales, pero al portugués, de momento, ninguna de esas causas pueden
producirle ese desconsuelo que él declara; además, al parecer se trata de problemas
profesionales.
Así, puede deducirse que lo que realmente enfada al
excelente delantero es que el público (excepto el suyo y el de su equipo) le
silba y abuchea mucho más que a otros jugadores rivales, pero él no quiere caer
en la cuenta de que eso es algo que él mismo se busca con sus desplantes, sus actitudes
y gestos chulescos cuando anota, su soberbia cuando se encara al público, sus
miradas de autosuficiencia y perdonavidas hacia sus rivales, sus altisonantes
declaraciones, su egocentrismo desmedido; sin embargo, piensa que quienes le
silban lo hacen por envidia, ya que él es “guapo, rico y un gran jugador”, como
el propio deportista afirmó públicamente.
Asimismo, irrita e indigna al “guapo” pelotero el hecho de
que, en los últimos años, los más preciados trofeos individuales que se otorgan
en el planeta futbolístico van a su más encarnizado rival en la cumbre
futbolística, Messi, al que ha tratado de menospreciar a la mínima ocasión
(como hizo en la Eurocopa 2012); y cuando el premio no ha sido para el
argentino ha sido para otro rival tan alejado de sus formas como es Iniesta.
Esto lo entristece, seguro, pero también le causará una rabia tremenda, pues su
vanidad es tal que no asume la posibilidad de que otro exhiba una corona que él
entiende de su propiedad, o sea, cuando el galardón va a otro, se siente
robado, y eso contribuye a su estado de insatisfacción.
Tampoco hay que descartar que el “rico” jugador quiera
también más dinero, pues actualmente hay otros tan bien pagados como él, y eso
es una pesada carga sobre las espaldas de quien está convencido de que no hay
nadie mejor que él y que, por ello, todos los demás tienen que tener unos
ingresos muy inferiores; no es que él se sienta mal pagado, no, lo que ocurre
es que él quiere ser el que más cobre y que cada año sea revisado al alza su
contrato. En realidad el jugador de Madeira no quiere más dinero, sino más que
los demás, más que el que más.
Este “gran futbolista” tampoco soporta que su público
aplauda demasiado a un compañero, pues ahí aparecen los celos del que no quiere
competencia a la hora de la admiración. Y no digamos si a alguno de los que
defienden su misma camiseta se le ocurre lanzar algún elogio a otro que no sea
él, pues se sentirá traicionado por todos sus compañeros. Esto se ha comprobado
en numerosas ocasiones cuando, al ser otro quien anota para su equipo, el 7 del
Real Madrid apenas acude a festejar y felicita sin mostrar mayor alegría, de un
modo rutinario.
En resumidas cuentas, lo que él quiere para no estar apenado
es más mimos, como hacen todos los niños mimados, más alabanzas, más
reconocimientos, más aplausos, más premios, que no se ponga en duda que él es
el mejor, es más, que él es el único y, por eso, nadie tiene derecho a restarle
elogios ni a premiar a otros, pues absolutamente nadie está por encima, y por
tanto, cualquier distinción para otro es una gran injusticia. Está tan
endiosado, tan convencido de su total superioridad, que dentro de su pensamiento
no hay espacio para nadie más, no hay lugar para el reconocimiento de los
méritos de otros. Y por si faltara algo, al soltar una como la de su sospechosa
tristeza, consigue lo que quiere: cámaras, focos, portadas…, alimento para su
ego descomunal.
Para la aplastante mayoría de los mortales, Cristiano
Ronaldo es un auténtico privilegiado, por lo que las causas de su equívoco
abatimiento son nimiedades, caprichos de niño mimado que, a falta de auténticos
problemas, pone mohín de disgusto para que se le haga caso, se le den mimos y
se le insista en que no hay nadie como él.
CARLOS DEL RIEGO
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