Aunque parezca otra cosa, esto es sencilla y llanamente instinto. |
Las disputas verbales sobre la llamada fiesta de los toros
se producen por cientos cada día en España (y seguro que en muchos otros
lugares), y es raro que los detractores no esgriman razonamientos que apuntan a
los derechos e incluso los sentimientos de los toros y, en general, de todos
los animales. En ese sentido se enmarca ese disparate al que han dado en llamar
‘Proyecto Gran Simio’, que pretendía otorgar algo parecido a derechos humanos a
los simios antropomorfos: gorila, orangután, chimpancé y bonobo; un verdadero esperpento.
En primer lugar no hay que olvidar que cada derecho conlleva
un deber, de modo que si un animal tuviera derechos también habría que exigirle
obligaciones, por lo que sería oportuna la pregunta ¿qué obligaciones deben
exigírsele al toro? Y llevando las cosas al extremo, ¿tendrían los insectos,
anfibios, aves, reptiles, peces los mismos derechos que
los toros y las ratas, o sea, los mamíferos?, y si es así,
¿tiene el mosquito derecho a vivir sin ser aplastado o gaseado? Evidentemente,
el sentido común dice que los animales no pueden tener derechos, aunque sí se
puede afirmar que es el hombre quien tiene obligaciones (principalmente, y de
modo genérico, no causar daño innecesariamente) para con los animales, al menos
con algunos.
Pero lo más interesante de la discusión que empieza en la
plaza de toros es la parte en que los políticamente correctos afirman que no
sólo tienen derechos, sino que también tienen sentimientos; incluso hay quien defiende
que hasta las plantas tienen sentimientos (¡). Así, se habla del “amor” de las
hembras de los primates, cánidos y otros mamíferos hacia sus retoños y de su
“tristeza” cuando se les arrebata o muere una cría, de los “apasionados”
rituales de cortejo previos al emparejamiento, del “odio” que muestran los
machos cuando pelean por una hembra… Todo esto es simple instinto, impulso
natural irresistible para todo ser irracional. Si los animales tuvieran
sentimientos, padres e hijos se reconocerían de por vida, pero no es así; si
tuvieran sentimientos el macho rechazaría copular con su hija, madre o hermana,
pero en la naturaleza, llegado el celo, el macho no verá delante más que una
hembra; si tuvieran sentimientos perseguirían hasta la muerte a quien hiriera o
matara a su pareja o cachorro, pero eso jamás ocurre.
Ni pasión, ni amor, ni odio, sólo instinto y bioquímica,
pues los animales reaccionan siguiendo un patrón marcado por las hormonas que
segregan sus glándulas, las cuales les empujan a actuar de un modo
predeterminado, o sea, no pueden hacer otra cosa distinta a la que le imponen
su instinto y los productos químicos liberados por su cuerpo, en resumen, son
incapaces de actuar contrariamente a los dictados de su propia naturaleza. Y en
esos parámetros pueden incluirse las muestras de excitación de perros y algunos
otros animales de compañía ante sus dueños: respuestas instintivas; tan
automáticas como la del macho de león que, una vez derrotado el antiguo señor
de la manada, da muerte inmediata a los cachorros de la misma para que las
hembras entren en celo: puro instinto, ni asomo de sentimientos como crueldad o
venganza.
Sin embargo, el posesor de derechos, el Hombre, es capaz de
imponer conceptos exclusivos como racionalidad o moralidad a sus instintos,
cosa que el animal no puede hacer. Por eso un perro jamás iría en auxilio de
otro perro que está siendo atacado, por eso el animal no tiene pudor en defecar
o copular cuando su organismo o instinto se lo piden sin atender a ninguna
consideración, por eso ninguna mascota expresa agradecimiento ante la fiesta o
regalos de cumpleaños que algunos dueños les preparan.
Si es un animal no puede tener derechos humanos, ya que,
finalmente, todos los derechos (y deberes) son sólo humanos.
CARLOS DEL RIEGO
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