En 2012 se cumple un siglo de la
catástrofe del Titanic (efemérides estrella), pero también es año olímpico, y
los Juegos también tienen un gran hecho centenario que recordar, así como al
atleta que lo protagonizó. En los Juegos Olímpicos de Estocolmo 2012 ganó las
medallas de oro en pentatlón y decatlón un mestizo estadounidense llamado Jim
Thorpe (1888-1953).
Sus hazañas deportivas son tan
abrumadoras que, lógicamente, están rodeadas de leyenda, apasionante y
emocionante leyenda. Allí, en Estocolmo, hace cien años, Thorpe compitió en su
primer decatlón, venciendo y logrando un récord que duró dos décadas; también
ganó el pentatlón (prueba retirada del calendario olímpico y en la que
computaban los puestos obtenidos, no las marcas), de modo que de las quince
pruebas ganó ocho y en ninguna quedó por debajo del cuarto puesto; también
participó en salto de altura (quedó cuarto) y longitud (séptimo) y, para
demostrar que su vigor era inagotable, también formó parte del equipo
estadounidense de béisbol, que era sólo deporte de exhibición.
Tal despliegue físico no fue casual ni
sorprendió a sus entrenadores. Su padre era hijo de irlandés e india, y su
madre de francés e india, y cuando nació la luna iluminaba el camino, de ahí su
nombre indio Wa Tho Huk, Sendero Brillante. Dice la leyenda que no quería ir al
colegio y se escapaba siempre, así que su padre lo llevó a uno que estaba a
unas 15 millas
de su pueblo; al llegar, lo metió en clase y volvió grupas, pero cuando regresó
a su casa quedó boquiabierto, ¡Jim estaba sentado a la puerta!, había llegado
corriendo antes que su padre a caballo. Versiones más escépticas dicen que el
joven Jim se escapó del colegio atormentado por la muerte de su hermano gemelo
cuando tenía 9 años.
Ya desde muy joven era invencible en
cualquier ejercicio físico. Cuentan que nunca había pisado una pista de
atletismo cuando un día, en la escuela india de Carlisle, se acercó al listón
de salto de altura y franqueó lo que había, 1,75 metros ..., con
ropa y calzado de calle y sin haber visto jamás un listón o a un saltador. Otro
hecho (antes leyenda pero ya probado) fue el triunfo de su universidad india
contra otra de blancos en una competición atlética; él venció en seis pruebas y
uno de sus compañeros en las de larga distancia, de forma que, al final, cuatro
indios mal vestidos aplastaron al equipo de la elitista Lafayette.
Pero no sólo fue un atleta prodigioso
(casi 1,90 y 85 kilos), sino que brilló en otros deportes, sobre todo en fútbol
americano (su deporte favorito) tanto en la universidad como en el terreno
profesional, logrando infinidad de récords y siendo artífice de todos los
tantos en muchos partidos (jugaba prácticamente en todas las posiciones); otra
leyenda: en una final universitaria anotó un ‘touchdown’ de 92 yardas que fue
anulado, pero minutos después marcó otro tras una carrera de ¡97 yardas!
Asimismo fue un gran jugador de béisbol, jugando para varios equipos
profesionales con excelentes estadísticas. Jugó a baloncesto, hockey hielo,
boxeo, tenis..., dejando perplejos a todos desde que pisaba la pista por
primera vez, pues (decían) en pocos minutos ya parecía un experto. ¡Incluso
ganaba concursos de baile!
Sin embargo, su vida no fue fácil.
Acusado de profesionalismo, práctica muy perseguida hasta no hace mucho en el
entorno olímpico, le fueron retiradas sus medallas olímpicas. Cuenta la leyenda
que quienes quedaron tras él en Estocolmo nunca las aceptaron, así que
estuvieron muchos años en un banco suizo. Sí, aceptó dinero por practicar
deporte, a veces cinco dólares (para viajar y comer), a veces sesenta; él ni
siquiera sabía de esa prohibición y, además, a diferencia de otros deportistas,
él nunca participó utilizando nombres falsos para protegerse de la acusación de
profesionalismo. Pero lo más sangrante es que la primera noticia de que había
hecho deporte cobrando apareció seis meses después de los juegos, y la regla
decía que había que probar el profesionalismo antes de un mes después de los
juegos para poder sancionar. Increíblemente esa norma no se aplicó en el caso
de Jim Thorpe.
Asegura la leyenda que paseaba en torno
al estadio olímpico durante los juegos de Los Ángeles 1932, sin dinero para
entrar, cuando alguien lo reconoció y le pagó la entrada; en pocos minutos se
corrió la voz y un emocionado Thorpe recibió una atronadora ovación. Ojalá sea
una leyenda cierta.
Retirado del deporte profesional con más
de 40 años (nunca le faltó equipo, de lo que fuera), trabajó de casi todo y sus
últimos años los vivió en la pobreza. Murió solo y sin que le restituyeran lo
que había ganado en el estadio. Uno de sus peores enemigos fue Avery Brundage,
presidente del COI entre 1952 y 1972, quien siempre se negó a levantarle el
castigo. Tal vez recordara aquella tarde del verano de 1912 en Estocolmo,
cuando aquel sucio indio le había humillado en el estadio olímpico sacándole
más de mil puntos en el decatlón. Afortunadamente, Juan Antonio Samaranch en
1983 le restituyó en el palmarés olímpico y entregó las medallas a su hija y
nietos.
En Estados Unidos fue elegido mejor
deportista de la primera mitad del siglo XX y uno de los tres mejores de toda
la historia. ¿Podrían Michael Jordan, Carl Lewis o Roger Federer ser igual de
buenos en otros cuatro o cinco deportes? ¿Qué hubiera hecho Jim de haber nacido
cien años más tarde? ¿Ha existido algún deportista que alcanzara el máximo
nivel en todas esas disciplinas?
Cuando le aclamaron en Nueva York a su
regreso de los juegos, dijo “no pensé que alguien pudiera tener tantos amigos”.
Por muchos que fueran, Jim Thorpe tiene hoy muchos más admiradores.
carlosdelriego.
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