OPINIÓN

HISTORIA

martes, 14 de noviembre de 2023

LOS POLÍTICOS SON EL CÁNCER DE LA DEMOCRACIA, Y LOS PARTIDOS SUS METÁSTASIS

 


El que fuera gran actor británico Peter O´Toole dijo acertadamente, Puede haber honor entre los ladrones, pero nunca entre los políticos

 

Los políticos se han convertido en el cáncer de la democracia, y los partidos en sus metástasis. Puede parecer una afirmación excesiva, pero existen sólidos argumentos que la sustentan

 

Tal vez en otro tiempo hubo políticos honrados que realmente procuraban el bien común, pero en la actualidad, independientemente del color de cada partido, el profesional de la política ha devenido en una dolencia incurable para la estructura de la democracia. Y tal cosa sucede en cualquier país democrático (claro que es mejor vivir con un tumor que ser envenenado por una dictadura). 

 

Aunque se haya repetido mil veces, siempre es oportuno recordar lo que una mente clarividente dijo una vez: “Los políticos son como los pañales, al poco de puestos ya están sucios, y por tanto hay que cambiarlos con mucha frecuencia”. Y aquí está la clave: la permanencia en política. La experiencia, lo que se ve prácticamente a diario, es que en unos pocos años de actividad política el político se olvida (si es que alguna vez lo tuvo presente) del bien de los ciudadanos, y vierte todas sus fuerzas, pensamientos, ideas, tiempo, actividad… en la política, quedando lo demás en muy segundo plano. En otras palabras, hay que ser muy ingenuo, tonto o fanático para creer en el político, puesto que a éste lo único que le importa es la política, o sea, el poder, conservarlo o conquistarlo. Así, el mandatario que vive a expensas de la población sólo pensará en cosas de partido: cómo esconder este escándalo y cómo magnificar el del rival, con quiénes nos asociamos para alcanzar el poder, qué les ofrecemos y qué puestos nos quedamos, cómo hago para ascender y conseguir mejores cargos, qué tipo de campaña propagandística será la mejor y de dónde sacamos dinero para pagarla…, pero ni un solo segundo perderán en idear soluciones que mejoren la vida del ciudadano.

 

Por otro lado, resulta verdaderamente irritante, hiriente, comprobar cómo hay elementos que permanecen en política (comiendo la sopa boba) desde los veinte hasta los setenta, pasando de un nombramiento a otro, de un destino a otro, de una dirección o secretaría a otra. Sería infinitamente más democrático que fueran muchos los ciudadanos que entraran a la labor política durante un tiempo, y no que unos cuantos acaparen la mayoría de los puestos, cargos y poltronas durante décadas y décadas. Pero claro, se vive muy bien siempre ahí arriba, buenos sueldos (y otros ingresos), atención mediática, machacas a los que mandar…, en fin, poder. Y para conseguir el poder la mayoría están dispuestos a todo, a traicionar, a vender a quien sea. Es absolutamente innegable que el poder corrompe, y cuanto más se tiene más corrupto se es.

 

No será necesario recordar que todas las guerras las provocan y las declaran los políticos (aunque no se sabe que ninguno pereciera en el frente), como tampoco que las mayores masacres, degollinas, genocidios y hecatombes han sido perpetradas invariablemente por políticos.

 

Pero con las cosas como están no parece posible que el político renuncie a todos los beneficios de su odiosa ocupación. Por eso, los políticos son como un tumor que crece y se ensancha a costa de la sociedad, a la que van exprimiendo, manipulando, engañando, parasitando y sembrando cizaña.

 

Por todo, la democracia pierde gran parte de su esencia, de su legitimidad cuando la persona se enquista toda su vida en ese ámbito habitado por trepas parásitos e indignos. Y los medios tienen su parte de culpa, puesto que hablan de ellos con enorme respeto, como si fueran personas honestas. Todo sería distinto si quien entra la actividad política fuera una persona que, al cabo de seis u ocho años, volviera a su trabajo, a su verdadero trabajo; no tendría que pensar cómo permanecer o cómo conquistar el poder, no tendría que mirar y especular con las próximas elecciones, puesto que tendría siempre presente la fecha en la que termina su tarea pública. Y se dedicaría a lo que debe.

 

Los partidos políticos, por su parte, no son más que máquinas pensadas para ganar elecciones, para colocar a todos sus cabecillas y para hacer constante, sectaria y agobiante propaganda. Las empresas tienen como único objetivo ganar dinero, y del mismo modo los partidos, que sin el menor freno moral hacen lo que sea para ganar las elecciones, acaparar poder, maniobrar para perpetuarse el mando. Y cuanta más autoridad mejor, pues habrá más recursos para seguir y seguir. Lógicamente, el partido político también utiliza la división y el enfrentamiento entre los ciudadanos, siembra la cizaña, separa a ellos de nosotros y, como consecuencia, se quiebra la convivencia hasta que la inquina se enquista en la población como un cáncer, como indeseables metástasis. El partido político, en fin, es partidista, y al igual que las empresas sólo piensa en sí mismo y en los suyos, en sus propios intereses, en lo mejor para el partido, nunca jamás en lo mejor para la sociedad, la cual, desgraciadamente, es la que lo mantiene y subvenciona.      

 

El tumor maligno de la democracia es la figura del político vitalicio (fanático dispuesto a traicionar a la sociedad y a sus convicciones por el bien del partido), y las metástasis que corroen al común son los partidos.

 

CARLOS DEL RIEGO

 

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