OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 3 de agosto de 2023

TESTIMONIO DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN REPUBLICANO DE OMELLS DE NA GAIA

 


Las condiciones y el trato dado a los presos de los campos de concentración durante la Guerra Civil fueron muy parejos en uno y otro bando

 Agosto de1938, la Guerra Civil sigue asolando España y produciendo innumerables víctimas tanto en los frentes de batalla como en las retaguardias. De hecho, las mayores crueldades se dan lejos de los puestos más avanzados. Un médico catalán vivió y sufrió  cuatro meses en el campo de Omells de Na Gaia, Lérida. Y luego lo contó 

Las imperdonables barbaridades cometidas en los territorios dominados por el bando nacional han sido denunciadas infinidad de veces. Sin embargo, muchos de los que, con razón, abominan de esos crímenes, suelen encontrar justificación o incluso benevolencia cuando se trata de los equivalentes perpetrados por el bando republicano. Hace justo 85 años, en agosto del 38, fue trasladado el médico Joan Pujol de la Modelo al terrible campo de Omells de Na Gaia, Lérida, entonces bajo dominio republicano. Fueron cuatro meses en los que Pujol padeció y fue testigo de crímenes de gran crueldad. Y lo contó muchas veces sin que nadie le contradijera o puntualizara jamás. 

Contaba el doctor Pujol que estuvo preso en ese campo de abril a agosto del 38, trasladado desde la Modelo de Barcelona. En ésta se produjo un motín, por lo que todos los presos, hubieran tomado parte o no en la revuelta, fueron formados en el patio de la cárcel con todos sus bártulos, y allí estuvieron toda la noche bajo estricta vigilancia de guardias armados con tercerolas (fusil un tercio más corto que la carabina), pistolas y naranjeros (subfusil fabricado en España, sin licencia, a imitación del MP28 II alemán).  Los prisioneros fueron luego trasladados a la estación, donde se los montó en vagones con todas las ventanas bajadas. Al llegar a Sabadell algunos quisieron ver dónde estaban y se asomaron. Sonó un disparo y al primero que se dejó ver, sin previo aviso, le volaron la cabeza; otro fue herido en un brazo por la misma bala. 

Llegaron a Cervera y los encerraron en la iglesia. Llevaban dos días sin comer, así que cuando empezaron a repartir comida en lata, de procedencia rusa, algunos se precipitaron desordenadamente sobre los que repartían, por lo que recibieron contundentes y abundantes culatazos. Al llegar a Bellpuig se apearon y, con todas sus pertenencias, comenzaron una marcha de 35 kilómetros por caminos rurales hasta Omells de Na Gaia. El cansancio provocó que muchos fueran abandonando sus cosas y, luego, empezaron a rezagarse. Al final de la columna iban unos guardias que, con tiros en la cabeza o ráfagas de naranjero, acababan con los extenuados que no podían seguir. El camino quedó sembrado de cadáveres y objetos personales de todo tipo. 

En total llegaron a Omells unos 400 prisioneros, los cuales se tiraron casi enloquecidamente a un abrevadero de animales, repitiéndose el reparto de culatazos y algunos tiros. Fueron encerrados en la iglesia, y como no había dónde hacer las necesidades, abrieron las tumbas que había bajo el pasillo central de la iglesia para que los cautivos orinaran y defecaran (el olor debía ser…). De madrugada los sacaron a palos, gritos e insultos, los formaron y allí les habló el que llamaban camarada Astorga, quien los dividió en grupos de cinco y les comunicó que estaban en el Campo 3 de trabajo; asimismo les comunicó que, ante cualquier fuga o intento, fusilaría a los de su grupo y a los de los grupos anterior y posterior. Tres días después uno se fugó y el camarada Astorga cumplió su palabra: formó a catorce (los cuatro del grupo del fugado más los grupos anterior y posterior) y sin más los fusiló.  

Al saberse que Pujol era médico se le ordenó atender a la gente del pueblo (que tenía prohibido dar a los presos ni un sorbo de agua), a los guardias y a los presos (incluso al camarada Astorga). Entonces supo que de los alrededor de 400 presos que allí penaban había muchos de la FAI y Juventudes Libertarias (ambos anarquistas, perseguidos por comunistas), y militares, curas, abogados, médicos, homosexuales, delincuentes comunes, prófugos, desertores…, sólo había un prisionero de guerra. Joan Pujol estaba preso porque era católico y ‘gente de misa’; estuvo condenado a muerte aunque no se le imputó ningún delito. Entre ellos se habían colado un par de espías del SIM (Servicio de Información Militar) que rápidamente fueron identificados y señalados por los presos, quienes ni se les acercaban. 

Cuando Juan Pujol fue trasladado a otro campo el recuento de muertos ascendía a 54, sin contar los fusilados por ser compañeros del fugado, ni los ejecutados por rezagarse durante la marcha campo a través, ni los enfermos o heridos que no podían trabajar que fueron montados en un camión con destino a Barcelona pero que fueron fusilados cerca de la localidad de Maldá. El camarada Astorga era una máquina de fusilar. Entre los muertos, Pujol recuerda a uno llamado Francisco Antequera Díaz, apodado ‘el seminarista’, que fue apaleado hasta quedar inconsciente; lo dejaron tirado en un pajar al que llamaban hospital con la prohibición de que nadie le diera ni agua; volvieron más tarde y no pararon de atizarle hasta que vieron que estaba muerto. También recuerda cómo un guardián llamado A. Pérez mandó a uno llamado Argila y a otro llamado Viñas subirse a un árbol con el objeto de probar una pistola ametralladora; los dos cayeron acribillados. Al parecer el tal Pérez fue fusilado poco después por los suyos por ladrón. 

Y con toda seguridad, las terribles condiciones y el trato cruel a los presos serían muy parecidos en uno y otro bando. 

Al acabar la guerra Joan Pujol se dedicó al cuidado y tratamiento de disminuidos psíquicos. 

CARLOS DEL RIEGO

 

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