OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 7 de diciembre de 2022

LA LEY SECA DEL SIGLO XXI PRETENDE LA PROHIBICIÓN DEL PETRÓLEO

 

La Liga de la Templanza y la Moralidad se manifestaba hace cien años para prohibir el alcohol, gesto que repiten hoy los que quieren prohibir la gasolina

Hace aproximadamente un siglo se instauró la conocida como Ley Seca en Estados Unidos, que básicamente fue la imposición de una doctrina minoritaria al total de la ciudadanía. Como es sabido, las consecuencias fueron catastróficas y totalmente contrarias a las esperadas por las ligas de puritanos. Hoy el gran enemigo no es el alcohol sino el petróleo y sus derivados, de manera que las sociedades occidentales se encaminan a una nueva ley seca que, como la de hace cien años, producirá consecuencias imprevisibles e indeseables 

En 1920 entró en vigor la ‘Volstead Act’, la Ley Seca, que prohibía la fabricación, venta, transporte… de todo tipo de alcohol en todo EE UU. Los prohibicionistas impusieron su dogma a toda la población, y lo hicieron en el convencimiento de estar salvando el cuerpo y el alma de aquellos pobres bebedores. Hoy, la prohibición va contra el petróleo y todos los combustibles fósiles, pero la idea de los fanáticos es la misma: se adjudican el derecho de salvar a los demás aunque no quieran ser salvados. Pero la actual ley seca va más allá, pues pretende salvar también al planeta; el totalitarismo y la imposición ideológica de este acto no pueden ser más evidentes, y también la vanidad y soberbia de los nuevos puritanos prohibicionistas, puesto que el planeta no necesita a nadie para salvarse, como demostró hace millones de años ante situaciones infinitamente más catastróficas que la presente. 

Por las calles de algunas ciudades de Estados Unidos se manifestaban los integrantes de la Liga Antialcohólica, de la Liga de la Templanza y la Moralidad… Un siglo después se repiten las manifas, sentadas, declaraciones y actos de protesta, esta vez no contra el güisqui y la cerveza sino contra la gasolina y el gasoil. Pero en el fondo es exactamente lo mismo: grupos de personas que, fanáticamente convencidas de tener el monopolio de la única verdad aceptable, pretenden imponer su verdad a los demás, hasta el punto de insultar, despreciar y amenazar al que se atreva a discrepar de la bondad absoluta en la que creen vivir (de los sabotajes al ataque personal hay un paso). Aquellos puritanos de la Liga de la Moralidad tienen el mismo modo de pensar que los actuales fanáticos de las ligas medioambientalistas, es decir, comparten idéntico proceso mental, el cual los lleva al convencimiento de tener derecho a imponer su dogma a los demás. 

Pero este tipo de radicalización prohibicionista produce, inevitablemente, consecuencias imprevisibles, perversas y, generalmente, contrarias a lo que pretenden. La imposición de los ‘secos’ a todos los estadounidenses provocó la irrupción y extensión de las mafias por todo el país; los ‘gángsters’ ganaban ingentes cantidades de dinero, con lo que podían sobornar a políticos, jueces, policías, periodistas…, todos ‘untaos’, lo que desembocó en la corrupción generalizada y la quiebra del sistema. Además, la violencia era casi siempre entre ellos, entre las bandas, de manera que el público no veía con tan malos ojos a los que violaban una ley que la mayoría entendía estúpida y liberticida; por otro lado, era muy común que los grandes jefes mafiosos, como Al Capone, repartieran billetes a manos llenas, con lo que caían simpáticos al gran público. La prohibición les dio el negocio hecho a los delincuentes, que fueron los más beneficiados (en la película ‘Cayo largo’ uno de los mafiosos añora aquellos buenos tiempos: “Seguro que en un par de años vuelve la prohibición, pero ahora nos organizaremos mejor”), y cuando la odiada ley fue abolida, las bandas ya se habían extendido y asentado por todo el país, ya tenían hechas sus estructuras, repartidos sus territorios, optimizados sus métodos, mejorados sus modos de trabajo, transporte, almacenamiento, venta…, sólo tuvieron que cambiar el producto con el que traficar. 

Pero es que, además, la prohibición no sólo no disminuyó el consumo, sino que lo acrecentó: aumentó más de un 15% el número de ingresos por intoxicación etílica grave durante los años de la Ley Seca, y la venta y consumo de alcohol creció un 65% con respecto a lo que sucedía antes de la ley. Muchísimos estadounidenses acudían a los miles de garitos clandestinos atraídos por la fascinación de lo prohibido, de modo que no pocos no bebedores terminaron por aficionarse. 

El contrabando de alcohol desde Canadá convirtió en millonarios a todos los proveedores, pues exportaban unos 40 millones de litros al año. El alcohol industrial de bajísima calidad vendía otros 250 millones de litros al año, más los casi 500 millones de litros que se destilaban en casa (el famoso ‘moonshine’), más lo que nunca fue conocido… Lógicamente, las bebidas elaboradas y vendidas sin control eran de ínfima y peligrosa calidad, de hecho, murieron más de cinco mil personas a causa de aquel vitriolo que trasegaban, a los que hay que añadir los miles que se quedaron ciegos o tetrapléjicos. Se bebió muchísimo más alcohol y de mucha peor calidad que sin Ley Seca, la administración de justicia entró en una era de corrupción, había guerras de bandas en las calles, la cultura de las mafias se asentó definitivamente… El resultado de la Ley Seca fue catastrófico. 

Son sólo algunas de las imprevisibles y peligrosas consecuencias de las prohibiciones. Para muchos, hoy son el petróleo y sus derivados los causantes de todos los males de este mundo, y por ello están dispuestos a lo que sea para imponer su prohibición sin que les importe la libertad de los demás. Las ligas que protegen al planeta ya han conseguido que los políticos (tan populistas, oportunistas y cobardes como corresponde) pongan fecha a la entrada en vigor de esta nueva ley seca. Las consecuencias, como hace cien años, serán imprevistas y, seguro, indeseables. No es que el personal vaya a refinar crudo en casa o que empiece a haber contrabando de combustible fósil…, pero sí que la cosa provocará efectos que nadie había sospechado. 

CARLOS DEL RIEGO

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