OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 9 de junio de 2021

AÑO 921, ÚLTIMA CAMPAÑA GUERRERA DEL REY ORDOÑO II DE LEÓN

 


Guerreros medievales preparados para la batalla

Hace 1.100 años apenas Galicia, Asturias y León quedan fuera del dominio musulmán. Ordoño II es el monarca del recién constituido Reino de León. Este rey, que siempre fue muy bien tratado por los cronistas, es el primero que es ungido y coronado solemnemente, retomando la costumbre visigoda. Pero su principal objetivo es la lucha contra los mahometanos, a los que combatió incansablemente. En el año 921, Ordoño II emprendió su última campaña contra los caldeos (así les llamaban)

A finales del año 914 ‘Ordonius Rex’ comienza su reinado. Casi desde el primer momento tiene como principal objetivo hostigar a los agarenos (también les llamaba así) y recuperar el terreno que, según tradición neogótica, había sido usurpado por los invasores a sus legítimos dueños, los visigodos. Así, las tropas de Ordoño partieron muchas veces hacia el sur atacando ciudades y pueblos dominados por los musulmanes, causando muchas bajas y regresando a León con gran botín de riquezas, animales y cautivos.

Cuando se asaltaba una plaza o castillo se solía respetar la costumbre de perdonar vida y bienes a sus habitantes si se rendían de entrada, sin combatir; si la rendición llegaba a mitad de asalto, se les permitía marchar con lo puesto; pero si el lugar tenía que ser tomado por la fuerza hasta el final, los supervivientes serían ejecutados inmediatamente, las mujeres y niños esclavizados y la plaza saqueada y arrasada. Así se hacían las cosas hace más de un milenio. Por eso, los ataques de los ejércitos leoneses causaban rabia y deseos de venganza en el territorio musulmán, como demuestran los cronistas árabes: “Tirano Ordoño, rey de los leoneses infieles a quienes Dios maldiga” (Ibn Jaldun). El recién nacido reino (los autores sarracenos se referían al territorio de León como Yilliqiyya) se convirtió en la principal preocupación de los califas, empezando por el gran Abederramán III.

En 917, en la batalla de San Esteban de Gormaz (o Castromuros), los ismaelitas ya estaban a orillas de Duero cuando  “el rey Ordoño acometiolos tal como un león de la Libia se ceba en el indefenso rebaño, y causó tanto estrago entre los enemigos, que el número de sus cadáveres excedía el cómputo posible de los astros (…), muy pocos escaparon y pudieron noticiar el suceso al rey cordobés”, según la Historia Silense. Ordoño mandó cortar la cabeza del jefe del ejército califal, Hulit Abul Habat, y la colocó en lo alto de la más alta almena del castillo de dicha población al lado del morro de un jabalí.

El combate era extremadamente sangriento, con nubes de flechas que, invariablemente, atravesaban a unos cuantos, con la infantería chocando entre gritos y estruendo metálico de espadas, escudos y lanzas, con los  caballeros con armadura arremetiendo y danto tajos a izquierda y derecha, relinchos, alaridos y sangre, mucha sangre y ‘trozos’ por todas partes. Una vez comenzada la batalla no había piedad.

Las hostilidades, ataques y venganzas, cabalgadas y actos de guerra se sucedían sin tregua; en la Alta Edad Media no se sabía de Derechos Humanos, Convención de Ginebra o Tribunales Internacionales. Abderramán III, enfurecido por la derrota de Castromuros (o Castromoros), reunió un poderoso ejército que vengara tal humillación, de modo que en 920 volvió a enfrentarse al ejército de Ordoño II (apoyado por tropas navarras) en la batalla de Valdejunquera. En esta ocasión la victoria fue para el califa de Córdoba, que infligió una dura derrota a las tropas cristianas, cuyos cronistas disimularon señalando que “hubo muchos muertos por ambos bandos” o explicando que la derrota fue por los muchos pecados de los cristianos. El Rey Ordoño II culpó a nobles castellanos del descalabro, entre ellos a Nuño Fernández y a Fernando Ansúrez, así que los convocó sin decirles el objetivo de la reunión en un lugar llamado Téjar junto al rio Carrión, donde los cogió prisioneros, los acusó de deslealtad y mandó encarcelarlos.

Sin desanimarse y obligado por su convicción de que había que expulsar a los caldeos y recuperar la península para los herederos de los visigodos, Ordoño II armó otro ejército en el año 921, con el que marchó sobre las fronteras sureste de su reino, llegando hasta Sintila (Cendejas, Guadalajara), destruyendo sembrados, poblaciones y castillos (Castejón de Henares, Palmaces, Magnanza…), llegando a una sola jornada de Toledo (algún cronista dice Córdoba, pero entonces no andaban muy bien de geografía). Orgulloso con su botín regresaba Ordoño a León, pero al llegar a Zamora le comunicaron que había muerto su esposa, la reina Gelmira (Elvira). Era agosto de 921. A los pocos meses volvió a casarse con la gallega Aragonta, de la que se separó al poco  “por no resultarle placentera”…

Fue la última campaña militar de Ordoño II Adefónsiz, hijo de Alfonso III de Asturias. Pocos años después, en 924, moría el gran rey de León. Se le enterró en una primitiva catedral construida en el terreno donado por el propio Ordoño, donde se conservaban los restos de unas termas romanas; a mediados del siglo XI, Fernando I construía allí mismo una segunda catedral, románica; y ya en tiempos de Alfonso X El Sabio (mediados del siglo XIII) se emprende en el mismo lugar la construcción de la actual catedral gótica, donde está enterrado el segundo rey de León.. 

Era la Alta Edad Media, la guerra era la circunstancia más habitual en la península, en toda Europa y en el resto del mundo. No es fácil ponerse en la piel de quienes vivieron hace mil cien años.

CARLOS DEL RIEGO

 

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