OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 16 de junio de 2021

1631, EL ALMIRANTE OQUENDO DERROTA A LA ESCUADRA HOLANDESA

 


Los buques insignia de las flotas hispana y holandesa se enfrentaron y cañonearon hasta el hundimiento del holandés

Durante varios siglos los descubrimientos de España fueron envidiados por media Europa, sobre todo por ingleses, holandeses y franceses, que no dudaron en recurrir a la piratería para robar, asaltar, quemar y destruir barcos y plazas españolas de ultramar. Por ello, son abundantísimos los episodios en los que naves, ciudades y asentamientos hispánicos sufrieron los ataques perpetrados por buques de aquellos países. Como la batalla naval de los Abrojos en 1631 contra una escuadra holandesa

Aprovechando que la Guerra de los 30 Años (1618-1648) asolaba Europa, naves holandesas se sintieron fuertes para atacar plazas españolas y portuguesas en América. Desde 1630 los neerlandeses llevaron a cabo acciones depredadoras y piráticas en la región de Pernambuco (la más al este de Sudamérica), por lo que desde la metrópoli se organizó una flota para que combatiera a esos piratas, y para reforzar las defensas hispano-lusas de la zona, al mando del almirante Antonio de Oquendo. Este donostiarra valiente y decidido que a lo largo de su vida tomó parte directa en más de cien combates y batallas, demostrando siempre arrojo, serenidad y conocimiento; además, según cuentan los especialistas, sabía imponer una disciplina férrea a sus hombres, siendo este uno de los factores determinantes de sus victorias.

En Lisboa aparejaron barcos de todo tipo para conformar una flota con la que combatir a los holandeses en América; reunieron no menos de cuarenta naves, aunque sólo 16 eran barcos de guerra; ninguno superaba las 700 toneladas y sus cañones eran de poco calibre. Tardaron un par de meses en cruzar el Atlántico y tocar tierra en Brasil, donde desembarcaron soldados de infantería e impedimenta. Enteradas la autoridades enemigas, pusieron al mando del capitán Hans Pater una flota de más de treinta navíos de guerra, casi todos de más de mil toneladas y con cañones de grueso calibre; en un acto de engreimiento y fanfarronería, Pater dejó la mitad de sus barcos en puerto y salió con 16, convencido de que eran más que suficientes para derrotar a la escuadra de Oquendo. Éste, por su parte, tampoco quiso que fueran a la batalla barcos que no eran de guerra, de modo que al ver que la flota enemiga se presentaba a la batalla con otros 16 buques, dijo “bah, son poca ropa”.

A unas 250 millas de los Abrojos (término derivado del portugués ‘abre olhos’, abre ojos, el cual explica que navegar por zona tan peligrosa exigía tener los ojos muy abiertos), en septiembre de 1631 se avistaron las dos escuadras. Cuentan los historiadores (y también el propio Oquendo) que la nave de Pater intentó embestir al Santiago, el buque insignia capitaneado por el marino vasco; sin embargo, éste se dio cuenta de la intención de su enemigo y maniobró de tal modo que se colocó a su lado y a barlovento, es decir, en el costado por donde venía el viento, con lo que todo el humo de cañones, arcabuces y fuegos varios iba directo al barco holandés. Mientras, otros buques hispano-lusos se cañoneaban con los holandeses.

Las batallas navales eran muy distintas a como las imagina y las presenta el cine. El mar estaba muy grueso aquel día, con potentes corrientes, vientos muy fuertes y olas enormes, situación que, seguro, era la habitual. Es decir, que un proyectil de cañón hiciera blanco era algo muy difícil, pues los barcos no dejaban de cabecear, de subir y bajar, por lo que gran parte de los cañonazos iban directos al agua. Sin embargo, cada vez que el navío recibía un impacto los daños solían ser graves, ya que inutilizaba velas, mástiles o timón y provocaba fuegos y vías de agua. A todo esto, el ruido de la artillería y la fusilería, el humo y el olor a pólvora, los alaridos de los heridos y los gritos de los mandos, boquetes en el casco y vías de agua inundándolo todo, crujidos de los mástiles al romperse, el sonido de los garfios y el abordaje… Nada que ver con las películas de piratas y combates navales.

El caso es que, finalmente, un proyectil del Santiago impactó en el barco de Pater (el Prins Willem), donde se declaró un gran incendio; desde el Santiago los arcabuceros españoles tiraban contra los marineros holandeses que trataban de apagar el fuego, de modo que el incendio se propagó y marineros, oficiales y capitán tuvieron que abandonarlo y saltar al mar unos segundo antes de que el Prins Willem estallara. El almirante holandés y gran parte de su tripulación murieron ahogados. Pero el Santiago, que debía estar muy dañado y sin capacidad de maniobra, permanecía enganchado al buque insignia enemigo; por suerte, muy poco antes de la explosión de la santabárbara del Prins Willem, otro barco español, el Concepción, consiguió separarlo del barco enemigo en llamas. ¡Cómo quedaría el Santiago del almirante Oquendo tras la batalla para que tuviera que ser empujado por otro navío para salir del atolladero! 

Vista la situación, las demás naves neerlandesas pusieron pies en polvorosa, y sólo desde muy lejos lanzaron andanadas contra las españolas sin que estas corrieran el mínimo peligro. Pudieron reanudar los combates más tarde e incluso al día siguiente, pero el sustituto de Pater, Thys, prefirió huir. Según las fuentes, los muertos y heridos, prisioneros y desaparecidos (o sea, ahogados) fue de unos 580 en el bando hispano-luso y unos 2000 en el holandés (incluyendo su almirante), que perdió sus tres naves principales.       

¡Cuántos episodios parecidos, cuántas batallas campales y navales, escaramuzas, asedios y combates de toda clase protagonizaron durante más de tres siglos aquellos arrojados hispanos!

CARLOS DEL RIEGO

 

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