OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 15 de abril de 2021

JUAN DE CARVAJAL, EL BERCIANO QUE FALSIFICÓ SU NOMBRAMIENTO DE GOBERNADOR DE VENEZUELA EN 1545

 


Los conquistadores se mataban entre ellos tanto o más que a indios (pintura La muerte de Pizarro, de Ramírez Ibáñez)

Además de capitanes, misioneros y buscadores de fama y fortuna, a la América recién descubierta también acudieron funcionarios, burócratas y escribanos. Entre estos últimos estaba un berciano, Juan de Carvajal, que llegó a ser segundo del Gobernador de Venezuela y que, gracias a unos documentos que falsificó, se hizo pasar por gobernador, hacia 1545.Según lo describen, era “enredador y zizañero cual no otro, ambicioso y como pocos alevoso y feroz”

Juan de Carvajal nació hacia 1510 en Ponferrada según unos y en Villafranca del Bierzo según otros, berciano en todo caso. Intrigante, artero y astuto, el escribano Carvajal fue un funcionario corrupto y embaucador.

El Emperador Carlos I había contraído fuertes deudas con banqueros alemanes, entre ellos los Welser, por lo que a veces pagó con licencias para explorar y conquistar en el norte de Sudamérica. En 1545 el Gobernador de Venezuela era Philip von Hutten (llamado Felipe Utre), quien años antes se había lanzado a la búsqueda de El Dorado por las selvas de Venezuela y Colombia. Como pasaban los años y no se tenía noticia de él y sus hombres (la mayoría españoles), se nombró gobernador al licenciado Frías, y como su segundo al leonés Juan de Carvajal, un escribano con pocos escrúpulos. Frías se ausentó por asunto oficial y quedó Carvajal como gobernador de Venezuela.

Queriendo aprovecharse de su situación, organizó su propia expedición de conquista hacia el interior, pero como los soldados no le reconocían autoridad, el muy sibilino falsificó unos documentos de la Audiencia en los que aparecía él como gobernador. Convenció a algunos y obligó a otros hasta reunir una tropa de unos doscientos hombres; se hizo con todas las armas y caballos disponibles y se internó en la selva.

Casi a la vez, Felipe Utre regresaba de su catastrófica empresa (murieron cientos de españoles) y había enviado por delante a Pedro de Limpias. Éste, que estaba del alemán hasta ahí, se encontró en el camino con su viejo amigo Carvajal, que le mostró sus ‘credenciales’, convenciéndolo inmediatamente de que él era el gobernador. Entonces, los dos compinches decidieron ir a buscar a Utre para, basándose en que ya no tenía autoridad, arrebatarle lo que le quedara, hombres, armas y caballos, y reemprender la búsqueda de El Dorado. Pero Felipe Utre se enteró de lo que se le venía encima y no se creyó los papeles que decía tener Carvajal, así que no entregó ni mando ni nada.

Limpias quería atacarlo abiertamente, pero Carvajal, que no se fiaba de su hueste y sabía que Utre sabía defenderse, optó por usar sus propias armas: el engaño, las artimañas, los halagos…Le ofreció al explorador alemán un pacto por el que le cedería el mando, aunque su intención era liquidarlo a la mínima oportunidad; sin embargo, Utre siempre iba con pies de plomo y rodeado de una fuerza más que suficiente, por lo que Carvajal no encontró la oportunidad. Tratando de separarlo de los suyos, lo invitó a un banquete con intención de acabar con él  al terminar, pero el alemán no bajaba la guardia, y cuando Carvajal dio la señal de ataque Von Hutten y sus hombres se defendieron, e incluso se fueron llevándose caballos y pertrechos. Carvajal volvió a ofrecerle pactos y promesas de amistad, y por extraño que parezca, consiguió otra reunión con Utre. Cuando regresaba confiado, Carvajal y sus incondicionales lo atacaron y derrotaron. El falso gobernador ordenó que le cortaran la cabeza a él y a varios soldados españoles; cuentan que el hacha estaba tan mellada y roma que lo único que hizo el verdugo fue destrozarles el cuello a golpes.

Temiendo que sus desmanes llegaran a oídos de las autoridades, se refugió en la ciudad de Tocuyo (que él había fundado). Las noticias de sus crímenes, sin embargo, llegaron a la Audiencia de Santo Domingo, que envió a Pérez de Tolosa como gobernador y juez. Éste se armó con una buena hueste y, en 1546, se fue en busca de Carvajal, al que apresó tras cogerlo por sorpresa. Lo juzgó y sentenció a muerte. Carvajal fue arrastrado por la ciudad de Tocuyo y luego colgado de un gran árbol que él mismo había salvado de la tala para ahorcar a los delincuentes. La sentencia concluye: “… sea colgado del pescuezo con una soga de esparto o de cáñamo, de manera que muera de muerte natural” (¿).

Así acabó sus días aquel escribano tramposo y traidor. Y se demuestra otra vez que los principales enemigos de los españoles no eran los indios…

CARLOS DEL RIEGO

No hay comentarios:

Publicar un comentario