OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 29 de julio de 2020

LOS VERDADEROS GENOCIDAS FUERON EL GOBIERNO Y LA POBLACIÓN DE EE UU

El gobierno de EE UU también pagaba por exterminar búfalos para matar de hambre a los indios. La foto (1892) muestra una montaña de cráneos de búfalo


Continúan en Estados Unidos derribando estatuas y mintiendo reiteradamente acerca de los verdaderos responsables del genocidio de los indios norteamericanos. Así, culpan a personas que vivieron hace cuatro o cinco siglos de crímenes que sucedieron mucho después, de hecho, cuando se perpetraron las grandes y continuadas masacres sólo había estadounidenses e indios entre México y Canadá
Alguien dijo que la mentira no se combate sólo con la verdad, sino que antes de hacerla evidente hay que desenmascarar las razones por las que se miente. En Estados Unidos se viene mintiendo acerca de racismo y genocidio desde hace mucho, ¿por qué?, la respuesta es fácil: aunque es evidente que hubo un exterminio sistemático y financiado por el gobierno estadounidense, la mentalidad del WASP (blanco, anglosajón, protestante) jamás admite culpa, sino que busca sistemáticamente un culpable, un cabeza de turco al que acusar de sus crímenes. Esa es la causa principal de su mentira, sacudirse la culpa. Es característico del blanco protestante puritano: jamás admitir un delito que ponga en duda su superioridad moral, su supremacismo ético y genético.
Que las masas descerebradas, ciegas y violentas se lancen a romper creyéndose la trola es hasta cierto punto comprensible (la masa no piensa), lo que resulta difícil de descifrar es que universidades, historiadores y expertos no tengan interés en explicar la verdad. Esa complicidad en la mentira, ese silenciar los hechos comprobables sólo puede entenderse como esencia WASP (white, anglo-saxon, protestant), algo de lo que no pueden desprenderse como tampoco de su complejo de superioridad.
No será preciso convencer a nadie de que el racismo fue ley en Estados Unidos hasta los años sesenta del siglo XX, ni que hasta ese momento se ahorcaba, apaleaba o quemaba a los negros a la luz del día, ni que los fundadores del país (Jefferson, Washington o el mismo Lincoln) poseían esclavos, ni que existió el Ku Klux Klan y otros grupos supremacistas de blancos, protestantes y anglosajones que mantuvieron esa ‘tradición’. Sin embargo, contra quienes cargan ahora es contra personajes históricos españoles, a los que acusan del exterminio de los apaches, comanches, kiovas, navajos…, a pesar de que cuando se produjeron las matanzas ya existía Estados Unidos y allí no quedaba un solo español.
Cuando EE UU se anexionó California (en 1848), lo primero que hizo el senado fue anular todos los derechos de propiedad que, hasta ese momento, tenían los indios de aquel territorio. Entre los escasos historiadores que se han atrevido a decir la verdad está Benjamin Madley, que en 2016 publicó ‘An american genocide’, en el que señala: “Cientos de lugares en los que se mató indios manchan California (…) Individuos, grupos privados, milicias del estado, soldados del ejército de Estados Unidos llevaron a cabo estos crímenes, en apariencia para proteger a los no indios o para castigarlos por sus presuntos crímenes. Pero los responsables sólo buscaban la aniquilación de los indígenas entre 1846 y 1873”; se calcula que entre esos años los indios de California pasaron de 150.000 a 30.000. El congreso admitió una serie de medidas legales que incluían la transferencia “de grandes extensiones de tierra de los indios a los no indios y al gobierno del nuevo Estado”. Un congresista dijo:”La ley española garantizaba a los indios sedentarizados el derecho a la propiedad de la tierra que ocupaban más allá de lo que está permitido por este gobierno”. Son palabras de John Fremont, que da nombre a ciudades y colegios y no le faltan estatuas.
En todo el territorio estadounidense se produjo la persecución y matanza subvencionada. Se vendían bonos del estado para financiar expediciones de exterminio. El periódico Daily Alta California publicó en enero de 1851: “Como no hay más oeste a donde se les pueda expulsar, el gobierno y el pueblo de California no tiene más que una alternativa en relación con los supervivientes de lo que fueron tribus numerosas, a saber, exterminio o domesticación”. Hay muchos editoriales y artículos similares en la prensa de la época. En marzo de 1853 el senador de Arkansas explicó en el senado: “Quince mil indios californianos han perecido de absoluta inanición durante esta estación”. Habían sido empujados a las tierras más pobres, continuamente atacados y siempre huyendo, con lo cual no podían cultivar.
Lo de cortar cabelleras parece que fue un ‘invento’ para no tener que cargar con la cabeza del indio, que debía ser presentada para cobrar la recompensa (el primer documento donde se habla de esta práctica es holandés, de 1641). Esta barbaridad se hacía abiertamente, presumiendo incluso, era legal y muy bien vista. Ya consta que el asentamiento inglés de Massachussetts (1628) pagaba 40 libras por cabellera de adulto y 20 por la de mujer o niño. Hacia 1700 el precio había subido a 100 libras; muchos hicieron fortuna así, como uno que montó una industria sobre la cabellera india y llegó a contar con cincuenta trabajadores.
En California está la Universidad Stanford, fundada por un empresario y político llamado Leland Stanford. Empezó su fortuna construyendo el ferrocarril, para lo que se trajo mano de obra esclava de China; los ‘importados’ pagaban el viaje, herramienta, alojamiento y víveres con lo que ‘ganaban’ construyendo vías, pero no cobraban en dinero sino en vales sólo canjeables en la tienda de la compañía de Stanford (este trabajo no lo quería ningún blanco, ninguno). Evidentemente, jamás salían de esa situación de esclavitud. Luego, en 1870, cuando casi no había trabajo, los chinos fueron perseguidos y muchos linchados en plena calle. No tenían derecho a denunciar, ni siquiera a testificar. Cuando fue senador propuso y sacó adelante una ley para impedir que ningún chino pudiera tomar nacionalidad estadounidense, y para prohibir la llegada de más chinos. También prohibían las leyes casarse con gentes de otras razas, e incluso tener relaciones sexuales con ellas era delito. Stanford hablaba en la cámara de “razas inferiores”, de “pueblos degradados”. El tal Stanford (racista hasta la médula, despiadado, criminal, político) no sólo tiene una universidad con su nombre, sino que estatuas y placas lo recuerdan como benefactor.  
Son sólo algunas pequeñas muestras, porque si la búsqueda se amplía a otros estados serían precisas miles de páginas (recomendable la película ‘Soldado azul’). Pues a pesar de las pruebas documentales y evidencias concluyentes, los blancos protestantes anglosajones siguen culpando a otros del genocidio que ellos perpetraron.
Lo próximo será decir que Colón montó el Ku Klux Klan, que fray Junípero Serra exterminó tribus indias, que Cortés mató a Kennedy o que Oswald era de Albacete. La prioridad del estadounidense blanco protestante es aparecer siempre como el bueno, y que el malo culpable sea siempre otro.    
CARLOS DEL RIEGO
(Con información tomada de la obra ‘Fracasología’, de Mª Elvira Roca Barea)

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