OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 6 de noviembre de 2019

80 AÑOS DEL ATENTADO CONTRA HITLER A COMIENZOS DE LA II GUERRA MUNDIAL QUE PUDO CAMBIAR LA HISTORIA

Hitler vomitando sus soflamas aquel 8 de noviembre de 1939 poco antes de la explosión de la bomba colocada en la columna que está detrás de él
Así quedó la cervecería


Desde que Adolf Hitler tomó el poder en 1933, cada año se celebraba en una cervecería de Múnich el aniversario del llamado ‘putsch de Múnich’, el fallido golpe de estado que ‘proporcionó’ a los nazis sus primeros ‘mártires’ y condujo a Hitler a la cárcel. En 1939 un carpintero llamado Georg Elser colocó una potente bomba en ese local para acabar con Hitler; sin embargo, el atentado se vio frustrado porque el führer acortó su discurso y se marchó antes de tiempo…, unos doce minutos antes de que la bomba explotase. Si su sermón se hubiera alargado esos minutos, la historia habría cambiado radicalmente
El 8 de noviembre de 1939, poco más de un mes después del comienzo de la II Guerra Mundial, Hitler y su cohorte acudieron a celebrar el aniversario del fallido ‘putsch’ de Múnich, aquel intento de golpe de estado con el que el NSDAP, el partido nazi, trató hacerse con el poder en Alemania en 1923. Aquella celebración se convirtió en obligada para el partido y para el führer, de modo que, desde entonces, cada año los días 8 y 9 de noviembre se celebraba un gran mitin allí mismo, en la ‘bürgerbräukeller’ (algo así como la cervecería municipal) de la capital bávara. Toda la aristocracia nazi acudía con gran devoción a escuchar el discurso de Hitler en aquella especie de gigantesco bar con capacidad para más de 2.000 personas. Estar presente en ese  acto, convertido ya en una especie de rito ceremonial, era un honor y una obligación para los devotos del partido, pues celebraba su ‘heroico nacimiento’.
El Tercer Reich atravesaba su momento más glorioso, por lo que casi 3.000 nazis escogidos abarrotaban el local esperando ansiosos el largo y encendido discurso de su supremo líder Hacia las 20 horas del día 8 de noviembre de 1939 Hitler comenzó a gritar sus acostumbradas soflamas. Lo normal era que el discurso se alargara hasta la hora y media contando las interrupciones para los enfervorizados aplausos y vítores, sin embargo, en aquella ocasión apenas superó los tres cuartos. No está muy claro por qué, pero los especialistas señalan que Hitler parecía nervioso y cansado, tal vez porque deseaba volver a Berlín cuanto antes por estar ya necesitado de las múltiples drogas que le administraba su médico personal, el doctor Morell. Fuera lo que fuera, Hitler salió muy rápido de la cervecería, casi sin pararse a saludar a los familiares de los ‘mártires de 1923’, de modo que entre las nueve y ocho y las nueve y diez el führer y su estado mayor abandonaban la sala.
Exactamente a las nueve y veinte, cuando la mayoría de los asistentes continuaba la celebración, se produjo una potentísima explosión que destrozó el establecimiento. La bomba, colocada dentro de la columna más cercana al atril del orador, echó abajo el techo y parte de los pisos superiores, causando siete muertos en el acto, otros cinco poco después a causa de las heridas y decenas de heridos. Pero ningún gran gerifalte nazi se vio afectado.
El autor del atentado fue un lobo solitario, un carpintero aficionado a la relojería llamado Georg Elser. La Gestapo al principio pensó en una conspiración de las potencias enemigas, pero resulta que Elser fue detenido a pocos kilómetros de la frontera suiza y, mientras la radio daba la noticia del suceso, le encontraron una postal de la dichosa cervecería... Fue sometido a los más atroces interrogatorios para que cantara quiénes habían sido sus cómplices e instigadores, pero a pesar de los ‘convincentes métodos’ de la Gestapo, Elser no se desdijo: lo había hecho todo él solo. Era un carpintero tendente al comunismo, pero no militante, de Wurtemberg, solitario y callado, taciturno, más bien vulgar y escaso de dinero. Confesó que su intención era acabar con Hitler y sus principales lugartenientes para evitar la guerra.
Georg Elser reconoció que llevaba más de un año planeando el atentado y fabricando la bomba (aunque probablemente estuviera años informándose). Empezó dejando su ebanistería para emplearse en una cantera, donde robó, muy poco a poco, explosivos que iba almacenando; también adquirió conocimientos sobre su manejo y peligros al dejar ese trabajo por el de obrero en una fábrica de armas. Una vez que tenía los cartuchos comenzó a pensar en el mecanismo de relojería, especialidad a la que era aficionado. Aseguran los historiadores que el artilugio que fabricó era eficaz pero demasiado complicado, es decir, no contó con asesoramiento de expertos, ya que cualquiera especialista hubiera construido un aparato mucho más sencillo. Con la máquina explosiva montada, el siguiente paso fue trasladarse a Múnich y colocarla en la ‘bürgerbräukeller’. Ya en la capital de Bavaria, se empleó en una carpintería, pero por la noche entraba en la popular cervecería, que en horario diurno estaba casi siempre llena de alegres bebedores; parece ser que el vigilante nocturno, a cambio de unos marcos, dejaba pasar a parejas de jóvenes... Elser horadó la columna central del recinto, tapando el agujero cada noche y abriéndolo a la siguiente. A principios de noviembre empezó a colocar su artefacto en el boquete, y el día 5 ajustó todo para que explotara el día 8 a las nueve y veinte minutos de la noche, ya que calculó que Hitler estaría vociferando sus consignas y saludando a sus acólitos al menos hasta las diez. El día antes de la explosión abandonó Múnich.
Y a la hora prevista la bomba detonó, pero desgraciadamente Adolf Hitler y sus jefes se habían ido unos minutos antes. Se especuló que todo lo había orquestado la Gestapo para poder proclamar que Hitler estaba protegido por la Providencia, pero parece demasiado arriesgado que el führer estuviera tanto tiempo al lado de la bomba. También que si habían sido los servicios secretos británicos, e incluso organizaciones comunistas, pero jamás se encontró indicio de que no fuera Elser en solitario. Condenado a muerte, claro, el propio Hitler ordenó que no se le ejecutase para tener algo así como la prueba viviente de que su destino estaba protegido por los dioses. Internado en un campo de concentración, Georg Elser fue ejecutado en Dachau al final de la guerra.  
Lo que nunca se ha sabido es la causa de que Hitler acortara tanto su diatriba y se fuera tan rápido. Doce minutos más de cháchara antisemita más y la historia hubiera cambiado radicalmente, pues la II Guerra Mundial hubiera terminado en el acto. Casi seguro.
CARLOS DEL RIEGO

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