OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 13 de marzo de 2019

LAS CULTURAS PRECOLOMBINAS Y SU TRADICIÓN DE SANGRE Y VIOLENCIA Todo lo que tiene que ver con las culturas precolombinas y la posterior presencia española en América siempre resulta fascinante. La publicación de nuevos hallazgos arqueológicos y sus conclusiones desmontan, una vez más, la creencia de que aquellas eran sociedades apacibles dedicadas a la astronomía y la agricultura que vivían poco menos que en un paraíso terrenal donde todo era paz y armonía. Pero la realidad es que cada descubrimiento confirma que la violencia extrema formaba parte de todas aquellas culturas.


  
Las costillas de los niños sacrificados indican sin la menor duda que fueron muertos abriéndoles el pecho.
Una de las abundantes mentiras y exageraciones que propaló Bartolomé de las Casas (quien reconoció muchas de ellas y las justificó como medio de llamar la atención del emperador Carlos I) es la que afirma que “el indio es manso, bueno, casto”. Los cronistas de Indias, todos, unánimemente, hablan de sus costumbres sangrientas, como los sacrificios humanos, la guerra permanente, la captura de enemigos para ser esclavizados o comidos… En definitiva, las crónicas coinciden en que la violencia era algo continuo y cotidiano. Ahora, en los últimos años y de modo periódico, la arqueología confirma una y otra vez las afirmaciones de aquellos narradores.

Al norte del actual Perú floreció la cultura Chimú. Recientemente se han dado a conocer los resultados de las investigaciones llevadas a cabo en torno a un hallazgo arqueológico escalofriante protagonizado por aquel pueblo. El informe habla del enterramiento de 140 personas sacrificadas, 137 niños y niñas de 5 a 14 años, todos con el pecho abierto para extraer el corazón latente, uno tras otro, 137 en una única sesión; también tres adultos, dos mujeres (que serían las encargadas de preparar y enterrar a las víctimas) y un hombre (seguramente el sacerdote-matarife), además de cientos de llamas jóvenes. Asimismo afirman los arqueólogos que aquella orgía de sangre debió ser incluso mayor, dada la cantidad de huesos dispersos por todo el yacimiento. El multitudinario sacrificio tuvo lugar unos cincuenta años antes de la llegada de las tres carabelas. Es difícil calificar a aquel pueblo de manso y pacífico.

Igualmente acaban de darse a conocer noticias de gran alcance en torno a la cultura maya. Más o menos en la actual Guatemala se han encontrado gigantescas estructuras mayas que incluyen una muralla de casi sesenta kilómetros de longitud. Según el doctor José Cal, de la Universidad San Carlos de Guatemala, esas sólidas murallas terminan de desmontar la visión ideal y paradisíaca con que se ha querido calificar a esta cultura: “Eran pueblos que combatían entre ellos y donde se daban relaciones de poder, con luchas intestinas para alcanzarlo”. Por su parte, el arqueólogo Edwin Román concluye que los nuevos descubrimientos desmontan la teoría de que la guerra tenía como fin “la captura de prisioneros para ser sacrificados a los dioses. Estos hallazgos señalan que la guerra fue bastante más frecuente”. En otras palabras, lo que escribieron los cronistas fue la pura realidad.

También merece recordarse que el año pasado se dio a conocer, tras su correspondiente estudio, el hallazgo de un templo construido con calaveras y que ya se conoce como la Torre de cráneos de Tenochtitlán. El cronista-soldado Bernal Díaz del Castillo habla de esta acumulación en su imprescindible ‘La verdadera historia de la conquista de la Nueva España’. Lo curioso es que siempre se pensó que su descripción debía ser una exageración, ya que Bernal habla de decenas de miles de cráneos. La arqueología confirmó que no fabulaba cuando escribía: “Un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo, el cual era a manera de teatro más largo que ancho, de cal y canto con sus gradas, en que estaban ingeridas entre piedra y piedra calaveras con los dientes hacia fuera”. En lo que no reparó el cronista es que muchos de esos cráneos son de mujeres y niños, es decir, no se trata sólo de huesos de guerreros.

Por otro lado, muchas veces se dijo que el canibalismo (otra de las costumbres que horrorizó a los descubridores) se debió a la inexistencia de animales de carne, pero los cronistas hablan de gallos de papada (pavos) y muchas otras especies de aves, conejos y liebres, ciervos y venados e incluso perros pequeños y castrados, además de gran variedad de pescado. O sea, sí que había alternativas cárnicas al ‘hombre a la brasa’.

En su reciente obra ‘Indios y conquistadores españoles en América del Norte’, el francés Jean Michelle Sallmann explica que cada pueblo (de lo que hoy es el sur de USA) mantenía una eterna enemistad con sus vecinos, y cuando uno de ellos se aliaba con los expedicionarios españoles o franceses siempre pedía que le ayudaran a “someter a sus enemigos, cosa que en la práctica equivalía a su completa aniquilación”. Nada de reuniones amistosas.

Puede afirmarse también que los conquistadores españoles no procedieron de modo diferente a como se procedía en América antes de que llegaran, y que tampoco hicieron nada que no se hiciera en aquellos momentos en toda Europa o en toda Asia. Desgraciadamente muchos iberoamericanos de hoy se obstinan en culpar a la conquista del lamentable estado de la mayoría de aquellos países, basándose ante todo en que antes de que ellos llegaran todo era paz, tolerancia y libertad. Y claro, culpando a otros se exculpan a sí mismos y a los sátrapas que los han conducido a donde están.

En fin, la violencia más extrema y primitiva (hay que recordar que en la práctica estaban en el Neolítico) existía antes de 1492, no fue importada de Europa.

CARLOS DEL RIEGO

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