OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 2 de diciembre de 2018

LOS 86 AÑAZOS DEL ARQUITECTO DEL ROCK & ROLL, LITTLE RICHARD Cumple estos días (el 5-XII-18) nada menos que 86 tacos el enorme Ricardito, el gran Little Richard, uno de los inventores del rock & roll. Contradictorio, tornadizo y voluble, luchador, explosivo en escena y dotado con un talento exuberante, parece buen momento para revisar algunos de los momentos clave en la vida del autor de algunos de los más significados títulos de los primeros años del rock

Little Richard, el arquitecto del rock & roll, 86 primaveras.


Su influencia en muchos, muchísimos grupos y solistas de la historia de este género musical es tan evidente que basta con una única, pequeña y significativa referencia: Paul McCartney ha confesado infinidad de veces que todos los ‘uuuuuu’ (y gritos similares) que suenan en miles de canciones de los artistas más diversos tienen una sola procedencia, la de uno de los constructores de las formas definitorias del r & r: Little Richard, de 86 añazos. 

Ya desde su infancia, Ricardito se comportó como un provocador vocacional. Cuentan sus biógrafos que tenía tendencia a guardar sus excrementos y regalarlos a sus familiares. El propio cantante contó que, de niño, guardó “el producto de sus intestinos en una caja” y se lo regaló a una anciana llamada Ola, que era amiga de la familia, por su cumpleaños. Emocionada, la viejecita se llevó el regalito a casa para abrirlo en presencia de sus amigas a la vez que otros presentes. Entonces, mientras el pequeño Richard observaba escondido, la señora abrió la ‘aromática’ cajita y se escuchó un grito de horror seguido de un “¡voy a matarlo!”, aunque el bromista no debió escuchar nada pues estaba ahogado de risa. En otra ocasión guardó las ‘sobras’ desechadas por su organismo en un frasco y lo guardó con los de mermelada de mamá; no se sabe si Ricardito recibió una paliza, pero seguro que a mamá no le gustó.  

El caso es que no todo eran bromas y diversión en la niñez de Ricardito. Cuenta que su cabeza era muy grande y que tenía un ojo mayor que el otro, pero lo que más le acomplejaba era que su pierna derecha era hasta siete centímetros más corta que la izquierda, cosa que hacía que su caminar fuera irregular y sus caderas se balancearan de modo muy notorio; ni que decir tiene que los otros niños se mofaban de él y le gritaban que andaba como las chicas, algo que, lógicamente, le afectaba muchísimo. Su madre pensó que el mejor remedio para que el chaval olvidara sus tribulaciones era la Iglesia, donde el bromista de físico descompensado empezó a cantar… Entonces su vida cambió: el rock & roll ya le había elegido y le estaba esperando.

En todo caso, su infancia y adolescencia no fueron deseables. A Bud Penniman, su padre, le horrorizaba el caminar ‘feminizante’ del muchacho, así como su tendencia a dejarse el pelo largo y sus habituales locuras (con las cortinas de la cocina se hizo un traje), lo cual se tradujo en insultos, menosprecios, malos tratos y golpes hasta la sangre (en una ocasión incuso lo ató). Pero el díscolo muchacho no cambiaba, así que su severísimo padre lo echó de casa cuando tenía 13 años. Sorprendentemente (eran los años 40 en el profundo sur de Usa), fue acogido por un matrimonio blanco que tenía un local con escenario, algo que le atrajo desde el principio. Años después, cuando el artista tenía 19, el padre terrible lo escuchó cantar y quedó asombrado, de modo que, henchido de orgullo, comenzó a apoyarlo sinceramente e incluso prometió comprarle un coche…, pero no cumplió la promesa, pues al poco fue tiroteado y muerto por un amigo de Richard; la cosa nunca se aclaró: al parecer Frank (el homicida) estaba lanzando petardos en un local propiedad de Bud, hasta que éste lo echó a patadas; fuera, Frank empezó a armar jaleo, Bud salió con un arma, hubo un forcejeo, un tiro y un cadáver, el del padre de Little Richard. Este hecho también causó una profunda cicatriz en el joven músico: se quedó sin padre (maltratador, pero padre) y sin su mejor amigo en el mismo instante.

Pero nada podría sujetar ya su talento y explosividad. Con veintitrés años ya conoció el éxito gracias al vertiginoso ‘Tutti Frutti’, cuya letra despertó desconfianza, pues algunos intuyeron mensajes homosexuales: que si se refería al culo de un gay, que si decía algo así como ‘si no entra, no fuerces, engrasa y prueba’. Fuera lo que fuera, era rock & roll volcánico, y Little Richard una estrella. Sin embargo, tampoco le esperaba un camino fácil, ya que otros artistas blancos (Pat Boone o Elvis) versioneaban sus canciones y conseguían más difusión y éxito que él; además, cobraba muchísimo menos por actuación que cantantes blancos que cantaban sus composiciones. Él lo atribuyó siempre al racismo que impregnaba aquella sociedad: “Si es un blanco se le dice rey del rock & roll, si es un negro se dice ‘autoproclamado’ rey del r & r”, explicó él mismo al respecto.

Además, las drogas y el sexo. Confesó haber consumido “religiosamente” ‘polvo de ángel’ (PCP), heroína, maría y, sobre todo, cocaína; de hecho se definió como “el niño con la nariz brillante”, aunque, cuentan, su napia era más bien roja, tanto que al sonarse le salía “sangre y carne” (declaró él). Tampoco tuvo empacho en reconocer que era adicto al sexo: con chicas o chicos, en grupo, en solitario (una vez presumió de haberse ‘auto-satisfecho’ ocho veces en un día) o mirando cómo sus novias se lo montaban con otros…; claro que hay quien dice que ‘menos lobos’, y que todo no eran más que alucinaciones de drogadicto.
Todo eso chocaba estrepitosamente con su educación religiosa; en su familia había varios predicadores, respiraba desde niño creencias religiosas y las tenía muy arraigadas. Por eso consideraba ‘antinaturales’ sus relaciones homosexuales, pero sólo cuando se imponía su yo piadoso. Así, un día decidió abandonar los escenarios y buscarse en la Iglesia, pero la cosa no funcionó y volvió a la música. A mediados de los setenta prometió prestarle dinero a uno de sus hermanos, aunque en lugar de cumplir la promesa se gastó la pasta en drogas, sexo y fiestas; su hermano murió y él se sintió tan culpable que volvió a abandonar la música, el sexo y los vicios, de modo que estuvo unos diez años apartado del mundanal ruido para dedicarse a predicar. En 1985 sufrió un gravísimo accidente (tuvieron que sacarlo del coche con herramienta industrial); el médico le dijo que estaba vivo de milagro (desde entonces arrastra serios problemas de salud) y él se lo tomó al pie de la letra, pues explicó que gracias a que llevaba una vida dedicada a Dios y alejado de vicios, éste le había permitido seguir vivo. Hasta que poco después volvió a rectificar, volvió al rock & roll y se reconcilió con su sexualidad. Esos vaivenes se han repetido cíclicamente a lo largo de su vida.

Como él mismo dice: “El rock & roll es algo que yo creé. Es todo lo que sé hacer, no sé hacer otra cosa. No soy un predicador, sólo un viejo cantante de rock & roll”. ¡Y por muchos años, Ricardito! 

CARLOS DEL RIEGO

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