OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 4 de noviembre de 2018

CUANDO LOS MÚSICOS ERAN VISTOS COMO SUJETOS PELIGROSOS A VIGILAR Podría haberse pensado que, una vez terminada la Guerra Fría, el papel de los espías perdería importancia. Sin embargo, nada de eso, ya que a pesar de que su trabajo es generalmente silencioso y discreto, los medios informan a menudo de sus acciones e incluso de sus muertes truculentas. Algunas de las grandes figuras del rock y de otros géneros musicales también han sido objeto de espionaje, sobre todo a cargo de las agencias estadounidenses que, por lo que se ve, viven en la paranoia más simplona

Por imágenes tan 'terribles' como esta John Lennon tuvo estuvo en el punto de mira de los federales.


Muchas veces se dice, en broma o no tanto, que uno de los factores que determinan la importancia de una persona es el interés que despierta en las agencias de espionaje. La tecnología actual permite casi a cualquiera  husmear, fisgar, meter las narices en la vida de otro, lo que significa que los gobiernos y sus departamentos especializados pueden observar cada paso o conversación de todo ciudadano (cosa que ya hacen o desearían hacer). Y si en lugar de tratarse de un contribuyente de a pie se trata de espiar a una figura de alcance internacional, seguro que a los especialistas en cotillear al prójimo se les caerá la baba de gusto. Por eso no puede extrañar que personajes significados de la música en general y del rock en particular fueran objetivo de las principales agencias de espionaje de Usa.

Antes de que el rock hiciera su ruidosa aparición ya existían músicos que molestaban y, por tanto, eran objeto de sospecha y observación. Hacia 1941 se fundó en Nueva york un grupo de folk cuyas letras eran comprometidas y protestonas, una banda de corta vida llamada Almanac Singers, en la cual militaban dos personajes tan imprescindibles como Bob Seeger y Woody Guthrie. Eran críticos con el sistema, presentaban ideas ‘izquierdosas’, revolucionarias y antibelicistas. Se hicieron muy populares por la gracia de sus letras, siempre chispeantes e ingeniosas. El Fbi se fijó en ellos, pero no para disfrutar o difundir sus canciones, sino para tacharlos de ‘grupo sedicioso y peligroso’, algo casi lógico en aquel ambiente de patriotismo extremo y paranoico. Cuando se produce el ataque a Pearl Harbour (a finales de 1941) el grupo se vuelve muy sospechoso y, además, no todos sus integrantes tenían tanta política dentro como Seeger, así que se separa. Pero éste y Guthrie jamás abandonaron su activismo, por lo que fueron observados muy de cerca por la agencia durante décadas; se dice que Bob Seeger tenía un expediente de casi dos mil páginas, en los que se anotaban desde sus letras hasta cómo vestía. Guthrie les pareció menos importante porque su dosier apenas tenía cien páginas; sin embargo éste recibió la visita de un agente que le preguntó por Seeger, y mientras charlaban, el investigador vio la guitarra de Woody en la que estaba escrito “Esta máquina mata fascistas”, con lo que la entrevista concluyó. En su informe, el detective anotó que “se confirma que este hombre y su grupo son activos propagandistas del comunismo”. 

Hoy sorprende que cosas tan nimias como la forma de vestirse tuvieran tanta importancia para las agencias de espionaje de Usa en el pasado: una camisa sin abrochar era motivo suficiente de sospecha. En este ambiente, muchos músicos de jazz tenían el cartel de ‘indeseable’, pues se atrevían a pedir igualdad de derechos. Entre estos estaba el ‘peligrosísimo’ Duke Ellington. A finales de los años 30 investigaron y observaron sus conciertos (¡qué suerte ver a Duke en vivo!), como el que dio para una especie de congreso juvenil en el que se hablaba de desempleo…, algo terrible para los directores de agencias de espionaje, que calificaron a El Duque como integrado en el “frente comunista” y por tanto, un peligro para la nación…, y ello a pesar de que el músico siempre manifestó su anticomunismo e incluso escribió canciones en las que así lo expresaba. Más de cuarenta años estuvo Ellington bajo el microscopio de los agentes. Sí, era peligrosísimo: hacía bailar a la gente.

Caso emblemático es el de John Lennon. Desde el momento en que se fue a vivir a Nueva York al separarse su grupo se convirtió en sospechoso a vigilar. El mismísimo J. Edgar Hoover se encargó personalmente del asunto y escribió al presidente Nixon señalando sus “posiciones revolucionarias y peligrosas”, ya que estaba en contra de la guerra de Vietnam, consumía drogas y hablaba de paz y amor; por ello recomendaba expulsarlo del país. A finales de 1971 Lennon participó en un festival a beneficio del escritor, activista pacifista y ex representante del grupo MC5 John Sinclair, que había sido condenado a 10 años por posesión de un par de porros; allí tocó una canción titulada así, ‘John Sinclair’, y como consecuencia la condena fue invalidada y el activista puesto en libertad. En la agencia estaban furiosos, de modo que la presión sobre Lennon se intensificó a lo largo del año siguiente. Pero nunca encontraron causa para la deportación. Y es que de lo único que puede acusarse a John es de haberse casado con una bruja.

El rey, Elvis, también despertaba sospechas y había que espiarlo (faltaría más). Su vida fue escudriñada a fondo cuando recibió amenazas, intentos de chantaje y anónimos varios, aunque ya venía siendo observado con recelo desde sus inicios, desde 1956, cuando un director de periódico escribió a la oficina federal explicando que las actuaciones y música de Elvis eran “un producto sucio y dañino”. También se hablaba de que sus “movimientos obscenos” eran un peligro para la juventud y la seguridad de Usa (¿de verdad hubo quien pensó así?); el informe que elaboró la oficina tenía casi 700 páginas. Eso sí, todos quedaron boquiabiertos cuando Elvis se ofreció a Nixon como agente…

¿Alguien puede pensar en The Monkees como un grupo subversivo? Pues sí. Hace unos años se desclasificó parte de un informe escrito por un agente que acudió a un concierto del grupo en 1967, en el cual se decía que vestían como ‘beatniks’ (terrible), lanzaban mensajes subliminales y proyectaban en una pantalla imágenes de “naturaleza subversiva y de izquierda”… ¡Qué se tomaría ese agente para ver todo eso en ese grupo!

El injustamente desconocido cantautor Phil Ochs fue vigilado, acechado e incluso agredido (presuntamente) por agentes federales durante toda la década de los sesenta. Él lo sabía y así lo manifestó muchas veces, como cuando en un concierto en 1966 dijo al público: “ya sabéis que soy el cantante folk del Fbi”. Pero el público e incluso sus más allegados no le hacían mucho caso, pues lo tenían por un alcohólico paranoico, siendo lo primero pero no lo segundo. De todos modos Phil no dejó nunca de cantar sus letras cargadas de política e ideología antibelicista (en plena guerra de Vietnam eso era visto por muchos estadounidenses como una traición) y, por si fuera poco, no ocultaba su simpatía por Fidel Castro. Así, en 1973 hizo un viaje por países de África Oriental donde el dictador cubano contaba con importantes apoyos; en la capital de Tanzania, Dar es Salaam, fue atacado y estrangulado casi hasta la muerte (lo que arruinó su voz), ¿quién ordenó esa agresión?. Al final temía por su vida. Y bebía y bebía. La agencia tenía un dosier de casi 500 páginas en el que se le calificaba de “activista de izquierda radical”. Tal vez decidió adelantarse a sus enemigos y por eso se ahorcó. Pobre.

También Dylan, Joplin o Hendrix tuvieron el ‘honor’ de ser espiados. Está claro que muchos músicos (y otros artistas) provocan en algunas criaturas unas ganas irresistibles de indignarse.

CARLOS DEL RIEGO



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