OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 19 de agosto de 2018

LA CARA MÁS FEA DEL FESTIVAL DE WOODSTOCK Pocos nombres hay tan evocadores para el amante del rock & roll como Woodstock: grupos legendarios, interpretaciones históricas, imágenes emblemáticas, buen rollo.Tres días de ‘paz y música’, aunque también hubo página de sucesos con dos muertos

Tal cantidad de gente atasca carreteras, colapsa los servicios, consume y ensucia en cantidades industriales, sobre todo si se esperan 50 y se presentan 500.


 Tres días de ‘paz y música’, aunque también hubo página de sucesos con dos muertos 
En agosto de hace 49 años tuvo lugar el Festival de Woodstock, el festival de festivales, la gran referencia, el que más gente congregó, el que recogió el espíritu de la generación hippie. Fueron tres días de convivencia, de fiesta y conciertos legendarios. Sin embargo, además de la juerga del barro y de las múltiples estampas de amor y fraternidad, también hubo no pocos incidentes y sucesos indeseables. Lógicamente, la inolvidable película no enfoca más que al escenario y a un público feliz (se cifra en cerca de medio millón), sin aludir a los serios problemas que una ocasión tan enorme conlleva.

Casi todos los ‘contratiempos’ fueron causados por la desorganización surgida de una inesperada masificación. Pero tampoco puede decirse que los organizadores fueran los únicos culpables. De entrada, a última hora les negaron el lugar previsto, con lo que comenzaron las prisas e improvisaciones para cambiar el emplazamiento. Para el día de comienzo estaba casi todo listo, aunque no se previó el gentío que allí se congregó; curiosamente se atendió menos al vallado, a las taquillas, al control de las puertas de entrada, así que llegó un momento en que, ante una creciente muchedumbre que esperaba, hubo que abrir y permitir que entraran cien mil, doscientas mil, cuatrocientas mil personas más de las esperadas. Se previeron unas  50.000 personas y se presentaron cerca de 500.000. No hubo modo de controlar aquello.  

En un mogollón de tal calibre hay que hacerse a la idea de enormes atascos e infinidad de problemas de tráfico. Y la cosa empeora notablemente si esperas a cincuenta y se presentan quinientos. No sólo se produjeron atascos de veintitantos kilómetros, sino que muchos optaron por abandonar el coche y caminar, mientras otros decidían acampar allí mismo; en todo caso se volvió imposible circular, cosa que debió calentar a más de uno; además, todos los que vivían a lo largo de esa carretera quedaron atrapados. Por ello, no pocos artistas hubieron de ser trasladados en helicóptero. ¡ Hay que imaginarse ese panorama! Pero el tráfico no fue lo peor.

Típico de reuniones tan masivas son las inevitables colas ante los servicios. Lo malo es que nadie previó que acudiera a Woodstock tanta gente, tanta que se convirtió en un festival gratuito. Con la multitud, los asuntillos se convirtieron en problemones, como el  de los retretes. Había un baño por cada 850 personas, y además no evacuaban, sino que almacenaban, y luego pasaba el camión a recoger…Además, lógicamente, el público iba a hacer sus necesidades entre concierto y concierto, o sea, todos a la vez. Las colas eran kilométricas, la espera podía durar horas, y cuando llegaba el turno había que vadear ríos de pises que fluían y se mezclando con el barro…, antes de comprobar que  las tazas rebosaban y esparcían su hediondo contenido. Debía apetecer poco poner una guinda a la montaña… Pero esto tampoco fue lo peor.

Claro que para ir al wáter antes hay que comer y beber. De nuevo el exceso de personal colapsó los puntos de venta de comida, que además no debía ser muy buena. A lo largo del segundo día, y visto que la oferta no podía satisfacer la demanda, los vendedores cuadruplicaron sus precios, o sea, lo que costaba medio dólar pasó a costar dos, y lo que costaba uno de repente marcaba cuatro. No extrañará que, tras colas de una hora y unos precios inflados, algunos asistentes (al grito de ‘paz y amor hermano’) derribaran e incendiaran un  par de puestos. Como solución de emergencia se repartió comida, unas tazas de algo parecido al muesli. El hambre que pasaron tampoco fue lo peor.

También se aseguró que hubo estúpidos que no se conformaron con vender drogas, sino que la echaban (LSD) en la bebida y luego la ofrecían fraternalmente a los vecinos que, sedientos, echaban buenos tragos; incluso se aseguró que la vertieron al azar en cualquier vaso sin vigilancia. Así, mucha gente que ‘no estaba en la onda’ lo pasó fatal, incluyendo algunos niños. Uno de los organizadores, parece que escarmentado de otras, afirmó que no aceptó ninguna invitación. Por su parte, los equipos médicos, que tampoco eran especialistas en el abuso de drogas, no tenían tregua: sobredosis, borracheras, ‘malos viajes’ (se informó que cada cuarto de hora llevaban media docena de alucinados), y también accidentes, llagas y heridas en los pies, golpes de calor…, en fin, que las tiendas-dispensario estuvieron colapsadas de principio a fin. El personal médico trabajó a destajo y con buenos resultados en unas circunstancias extremas: trataron casi mil viajes enloquecedores y otros tantos casos de heridas en los pies, unos 175 ataques de asma, cientos de lesiones de todo tipo y cientos de afectados por dolores diversos (sobre todo en la barriga), más de 50 insolaciones, ataques epilépticos... De hecho, alguien dijo que aquello pudo ser una gran tragedia, pues con los accesos atascados era imposible el paso para vehículos de emergencia. Pero los problemas clínico-sanitarios no fueron lo peor.

Hoy, casi medio siglo después, en una concentración de alrededor de 500.000 personas seguro que se producirían infinidad de incidentes de carácter violento. Sin embargo, en Woodstock 1969 apenas se produjeron peleas, agresiones, robos… Dejando aparte los puestos incendiados o las discusiones en las colas, fue en el escenario donde se produjo la escena más violenta. Durante el concierto de The Who saltó al escenario un activista político, un espontáneo, un ceporro convencido de que su causa era lo más importante del mundo, agarró el micrófono y se puso a berrear su soflama. Hay dos versiones sobre lo que sucedió después: una dice que, tras unos segundos de estupor, Pete Townsend le sacudió un guitarrazo en la cabeza (estaba muy entrenado) que hizo huir al imbécil; la otra especifica que el porrazo con la Gibson SG que tocaba Pete fue tal que derribó del escenario al tontorrón. No, no se puede decir que hubiera mucha violencia.

Lo peor de aquellos tres días fue la muerte de dos personas, un joven militar que se metió una sobredosis de heroína, y un chaval de 17 años llamado Raymond Mizak que pereció de modo muy sucio. En la mañana del segundo día, este joven dormía dentro de su saco, que también le cubría la cabeza para protegerse de la lluvia. Seguramente, en total oscuridad cuando buscó dónde pernoctar, no se dio cuenta de que estaba en una montaña de basura. Por desgracia, aun dormía cuando llegó un tractor que remolcaba una cisterna cargada con aguas fecales (lo recogido de los váteres), cuyo conductor no pudo ver que, entre el inmenso montón de desechos, había alguien que no debería estar allí; así que volcó su carga de excrementos, que aplastó al desgraciado. En cuanto se dieron cuenta de la catástrofe se hizo todo lo posible por el chico, pero al parecer murió en el acto, estrujado, asfixiado por miles y miles de kilos de…

Y para algunos músicos, al menos los que tuvieron que tocar en medio del chaparrón a las tantas de la madrugada, tampoco fue todo tan maravilloso, pues no debe ser fácil tocar mientras te llevas buenas descargas eléctricas.

No todo fue legendario ni tan glorioso en Woodstock. Sea como sea, ¡quién hubiera estado allí!

CARLOS DEL RIEGO

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