OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 18 de julio de 2018

EL GASOIL ES EL NUEVO DEMONIO Uno de los demonios a los que ciertos políticos europeos parecen haber jurado odio eterno es el gasoil. Así, tanto aquí como en otros países de Europa Occidental se ha desatado una especie de persecución contra este combustible.

No son los turismos a gasoil los que más contaminan la atmósfera.


De repente, esos gobernantes (impregnados de ideología, prejuicios, populismo, demagogia y buenismo) anuncian la prohibición de los motores diesel más pronto que tarde, ya que, según muchos, es la principal causa de contaminación; lo curioso es que las culpas no recaen sobre todo lo que quema petróleo refinado, sino sólo sobre los automóviles, sobre todo los turismos. La responsable española del ramo ha declarado que “el gasoil tiene los días contados” lo cual no es decir gran cosa, ya que un día u otro los combustibles fósiles se agotarán.

El asunto de la prohibición afectará a millones de personas, usuarios de estos turismos que, seguro, no van a aceptar que sus automóviles, que fueron homologados y pagaron todos los impuestos, seguros, tasas e iteuves, sean repentinamente ilegalizados, sobre todo porque serán discriminados respecto a camiones y furgonetas, calefacciones o centrales térmicas, aviones o barcos (estos dos últimos sí que echan humos). Así pues, podría pensarse que hay motivo para querellarse contra quienes proclamen una norma que criminaliza con carácter retroactivo aquello que anteriormente no sólo se dio por bueno, sino que incluso se estimuló su utilización.
Pero lo más llamativo es que no han dicho una palabra de las calefacciones que consumen gasoil, con lo que hay que entender que los únicos diesel que contaminan son los de los coches, pero no las calderas que queman el mismo combustible (puesto que el gasóleo calefacción es casi idéntico al que sirven en las gasolineras, sólo se diferencian en el color,  y ambos sirven para ambos propósitos). Si a ello se añade que las calderas queman continuamente (para agua caliente y radiadores) es fácil llegar a la conclusión de que las calderas producen mucha más contaminación que los automóviles. Sin embargo, los únicos perseguidos son los utilitarios y las berlinas que, en realidad, la mayor parte del tiempo están aparcados.

De igual modo, se pretende sustituir los vehículos a gasolina o gasoil por los de motor eléctrico. Pero el caso es que la electricidad que necesitan esos motores procede de las centrales eléctricas, muchas de las cuales son térmicas, o sea, queman derivados del petróleo o carbón, lo que significa que cada una contamina como muchos autos. Y si se impone el vehículo eléctrico por obligación, la demanda de energía eléctrica se disparará, y habrá que echar más y más carbón, más gas, más fueloil o gasóleo a la térmica para abastecer las sedientas baterías de esos automóviles, ya que no sería suficiente con las centrales hidroeléctricas, y lo que rinden las placas solares y los generadores eólicos es, aun, poco. ¿Y las nucleares?, los puristas están en contra.

Suprimir sólo los motores de automoción a gasóleo es una medida inútil, típica de los gobiernos que buscan soluciones simples a problemas complejos y regalar los oídos de parte de la población. En otras palabras, demagogia y populismo. Además, si se prohíben los turismos a gasoil en Europa, gran parte de esos coches acabarán circulando en países menos desarrollados, donde los escapes vierten lo que quieren. A escala global, no habrá el mínimo beneficio.

Los gobiernos se ponen estupendos con las emisiones de los tubos de escape, pero no con las de las chimeneas o las térmicas, algo que se debe, sobre todo, a que se trata de un tema con tirón: ¿quién se va a oponer a que se procure mantener limpio el entorno? Sin embargo, será corto de miras todo aquel que piense que medidas así, que persiguen el objetivo político pero no la eficacia, van a dar resultado. Claro que, seguramente, todo se quede en alboroto y un motivo para encarecer el litro.

Los combustibles fósiles dejarán de usarse cuando el petróleo se agote (o no sea rentable su extracción), momento para el que faltarán treinta o cuarenta años, según expertos (los países productores no quieren revelarlo para que esa información no influya en el precio del barril). Por eso, crear un problema de magnitudes gigantescas y de consecuencias inimaginables para adelantarse unos pocos años a lo inevitable no es razonable (sobre todo si se hace con fines políticos o ideológicos). Otra cosa es mejorar el rendimiento del combustible y, evidentemente, el de las renovables, y empezar a pensar en la transición energética, ya que la cantidad de petróleo existente no es infinita.

El problema de la contaminación del aire no se soluciona prohibiendo circular turismos diesel.

CARLOS DEL RIEGO

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