OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 9 de mayo de 2018

VIOLENCIA CALLEJERA EN LA EUROPA MÁS PRÓSPERA La violencia en las calles de las grandes ciudades europeas es un fenómeno en constante crecimiento. Lo curioso es que los que se echan a la calle con ganas de gresca están integrados en una sociedad sin verdaderos problemas si se compara con otras

Contra el FMI, contra esta o aquella ley, contra el gobierno o contra los hinchas del equipo contrario,da igual el pretexto para quienes tienen necesidad de pelea
y sed de violencia.


Podría decirse que este asunto de las ‘manifas’ con palos, gritos y carreras (no las verdaderamente pacíficas) tiene su ideal en el llamado Mayo del 68 en París, aunque es evidente que la cosa se ha diversificado mucho desde entonces. Cada día comunican los medios abundantes actos de violencia callejera que no tiene que ver con los delincuentes comunes (que también). Llama la atención que quienes inician la batalla no tienen miedo (de respeto ni se habla) de enfrentarse a la policía, al revés, hay ocasiones que da la impresión de que ese es el principal fin. Claro que esto puede explicarse teniendo en cuenta que los violentos se sienten protegidos por el sistema al que con tanto odio y desprecio atacan…, al contrario que en lugares donde la injusticia y la corrupción son norma, donde no se respetan ninguno de los derechos que por aquí se dan por sentados, donde las mujeres son menospreciadas e incluso mutiladas sistemáticamente, lugares donde no existen servicios públicos comparables a los occidentales, donde el hambre y la enfermedad son lo habitual, donde impera la ley del más fuerte, donde la esclavitud está regulada por ley, donde la sociedad acepta la existencia de ‘castas inferiores’ … Si por la próspera vieja Europa Occidental se gastan estas actitudes violentas, ¿qué debería ocurrir en estos lugares? 

Muy habituales son ya las ‘hazañas’ y enfrentamientos a palos entre grupos de hinchas de fútbol, fenómeno que antaño era una excepción. Hoy hay bandas de este tipo en Inglaterra, Francia, Holanda, Rusia…, y claro, también en España, donde los más ultras de uno u otro equipo se muestran como un ejército aguerrido y vocinglero que agita sus banderas entre el humo de las bengalas y los gestos y gritos amenazantes de la masa (exactamente igual que en el resto de Europa).

Luego están los que toman la ideología política como pretexto para la agresión, ya sea ésta física o psicológica (amenazas, pintadas agresivas e insultantes, menosprecios públicos), cosa que no es rara en ciertas partes de España. Aquí también entran las tremendas algaradas que se producen en el transcurso de ‘manifestaciones pacíficas’ que terminan con quema de coches, destrozo de mobiliario público, rotura de escaparates…, que se han visto en los últimos meses en Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia…; e igualmente los actos perpetrados por grupos anarquistas o anti-sistema, que tienen el tumulto en la calle como único recurso, como única herramienta para llamar la atención, como única actividad. Y aunque las causas sean distintas, también podría incluirse a los fanáticos religiosos que, nacidos y educados en Europa Occidental y sin grandes necesidades, no dudan en lanzarse a la búsqueda de víctimas desprevenidas, que son esos ‘odiosos europeos que nos han acogido’.  

Además, muchos de ellos se sienten tan orgullosos de sus ‘proezas’ que no tienen ningún reparo en exhibir y difundir sus gestas por las redes sociales aun a sabiendas de que eso servirá para incriminarlos. Y es que, como perfectos ejemplos del fanatismo más descerebrado, todos ellos, los que atizan tanto por fútbol como por política, están absolutamente convencidos de estar legitimados para llevar a cabo sus acciones, puesto que creen que su forma de pensar les da superioridad moral y, por tanto, derecho a expresarla con la violencia.

La gran mayoría de los que protagonizan esta violencia son personas de clase media, es decir, no necesariamente sin recursos (que seguro también la hay). Cabe entonces preguntarse ¿por qué existe ese impulso de pegar a otros?, ¿por qué esas ganas de dar rienda suelta a los instintos más bajos?, ¿por qué ese irrefrenable deseo de abandonar la humanidad y pelearse como dos manadas de hienas que matan por un territorio? ¿Sería disparatado pensar que, en el fondo e inconscientemente, esas masas violentas desean la guerra?

Las causas de estos sentimientos extremadamente iracundos que tienen jóvenes y no tan jóvenes son, seguramente, muy diversas, aunque también es posible que todas tengan raíces comunes: por un lado la gente que no ha tenido que combatir por las libertades, los Derechos Humanos y la democracia se cansa de vivir en un razonable bienestar, como si se sintieran frustrados por no haber tomado parte en la conquista de derechos y libertades y, por tanto, les quema el deseo de equipararse a los que sí tuvieron que combatir; y por otro lado está la causa más simple: lo insoportable que les resulta el hecho de que haya quien se atreva a tener otra opinión, otra preferencia u otro equipo de fútbol. De este modo, a unos les impulsa la insatisfacción consigo mismos, que les lleva a descargar, a desahogarse con los demás; a otros les mueve su pensamiento totalitario, que les convence de que quienes opinen distinto son reos de paliza; e incluso habrá quien experimente una especie de necesidad de enemigos a los que enfrentarse, sin más explicación que el simple y primario impulso de la lucha.   

Ah!, un denominador común de todos los grupos violentos es que cada uno está convencido de representar la perfecta bondad, mientras que los otros son la maldad total. Así de simple.

CARLOS DEL RIEGO

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