OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 4 de abril de 2018

ROTONDAS Y OTRAS TRIBULACIONES DE CONDUCTOR ¡Ah, las rotondas! Para muchos se trata de uno de los grandes enigmas de la conducción. No extrañará que Tráfico haga campañas para que el personal se entere de cómo hay que negociarlas. Pero las recomendaciones también tienen puntos negros

La rotonda es un enigma, un paso obligado, un punto de encuentro para todo automovilista y el lugar propicio a malos entendidos.


La DGT ha lanzado varias veces a las redes y medios de comunicación mensajes ilustrativos e indicativos de cómo han de gestionarse las entradas y salidas de las glorietas, tan abundantes en todo tipo de vías. Pero las explicaciones también tienen puntos negros, y además, pueden ser incompletas.

Uno de los primeros requisitos obligatorios para hacer las cosas bien, aseguran los jefes de Tráfico, es entrar y salir de las rotondas siempre por el carril derecho. Así, desde que se ha insistido tanto en este ‘detalle’, se ha desatado una verdadera fiebre por el carril derecho, de modo que hoy está más cotizado que el oro en barras, se defiende la posición con uñas y dientes y nadie lo abandona pase lo que pase. Lógicamente, dada su tremenda demanda, el carril derecho se colapsa con facilidad, con lo que no es extraño ver cómo se abarrota de rotonda a rotonda obligando a todos a poner punto muerto. Y mientras, en el carril izquierdo apenas dos o tres inadaptados llegan a la siguiente rotonda en unos segundos entre las miradas poco amistosas de los que se han enganchado al derecho. Lo curioso es que, si uno se queda a observar, comprobará que la mayoría de los incondicionales de esa parte de la calzada no abandonan la plazoleta ni a la primera ni a la segunda salida…, pero como son muy previsores, prefieren estar bien colocados con antelación, con muchísima antelación. 

Otro factor de desconcierto que se observa muy a menudo en las dichas ‘redondas’ es el que propicia el chófer o choferesa que pone el intermitente a la derecha nada más acceder a la misma, sin tener en cuenta si la abandonará a la primera, a la segunda, a la tercera salida; de ese modo, el aviso lumínico no sirve nada más que para despistar al resto de los usuarios de la calzada: uno que va a entrar en la rotonda ve la intención de aquel y, suponiendo que el aviso es para salir inmediatamente, intenta incorporarse…  llevándose el gran susto al comprobar que, en contra de lo que su intermitente indica, el equívoco conductor sigue circulando por la rotonda y pasando salidas con su indicador luminoso señalando a la derecha.  
También es bastante habitual cruzarse con el temerario que entra a toda mecha pero un segundo más tarde que otros más lentos que acceden a la plazuela por otras vías, con lo que aquel se cree con preferencia porque, equivocado por su exceso de velocidad, está convencidos de haber accedido antes. En el otro extremo está el timorato que no se atreve a sumergirse en el universo ‘rotondero’ si ve algún otro coche en lontananza, es decir, cuando mira a su izquierda y atisba un auto a veinte metros de la glorieta, espera…, con lo que puede tirarse allí un ratito para desesperación de los que están detrás. Y en el mismo saco cabría el piloto indeciso y/o despistado, que parece iniciar la maniobra de salida para, repentinamente, cambiar de opinión, con lo que se ve obligado a realizar una maniobra brusca que, cuando menos, sorprenderá a sus compañeros de conducción más inmediatos. Y seguro que todo el que guía automóviles se ha encontrado (o incluso él mismo lo ha sido) con el oportunista que aprovecha cualquier huequecillo para meterse; no es que vaya rápido, no es que cree situaciones de peligro, sino que está siempre muy atento y previsor, concentrado, calculando la velocidad de unos y otros y, en fin, moviéndose con agilidad pero sin causar molestias…, salvo al que le fastidia que alguien utilice óptimamente el espacio disponible.    

Sí, las rotondas son mucho más retorcidas de lo que parece. Y también son lugar de encuentro para las diversas especies de aurigas contemporáneos que, tarde o temprano, terminan por verse las caras allí. Lo malo es que no pocos llegan a ellas azuzando a sus caballos como si su principal objetivo fuera mirar por encima del hombro a los demás y como si quisiera repartir unos cuantos latigazos…

Todo esto y muchísimo más se puede observar a diario en esos enigmáticos puntos de reunión que son las rotondas.

CARLOS DEL RIEGO

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