OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 31 de enero de 2018

“NO SABÍAMOS QUIÉN ERA ELLA, PERO LA MATAMOS TAMBIÉN” Se recuerda estos días (I-18) el vil asesinato del concejal Jiménez Becerril y su esposa Asunción García a manos de las bestias etarras. Así, con esa crueldad, con esa indiferencia cuentan los asesinos su ‘hazaña’.

A él lo mataron por tener opiniones contrarias y a ella por estar allí, y hubieran matado a los niños sin sentir otra cosa que el frío del gatillo

Uno va por la calle con su pareja. Acaban de salir del bar comentando las cosas del día a día. Notan pasos pero apenas reparan. Súbitamente, dos tiros a quemarropa. Una décima de segundo antes, ¿se darían cuenta de lo que pasaba?, ¿tendrían conciencia de su próxima muerte aunque fuera un pensamiento fugaz?, ¿escucharían Alberto y Asunción las detonaciones antes de caer? Hay que ponerse en ese lugar en aquel momento en aquella circunstancia, es decir, es preciso pensar que aquello pudo ocurrir a cualquiera. Él tenía ideas contrarias a las de los asesinos, y ella…, pues estaba allí. Tales fueron las imperdonables culpas de los ejecutados, o sea que, en realidad, cualquiera pudo haber recibido aquellos tiros si hubiera tenido la mala suerte de haber estado en ese lugar en aquel momento, puesto que a los que dispararon no les importaba lo más mínimo liquidar a este o a esta, a aquel o a aquella. “No sabíamos quién era la que iba con él, pero la matamos también”, así lo declararon las alimañas sin el mínimo remordimiento, sin ese rasgo humano que consiste en identificarse con la desgracia del semejante; de esa brutal afirmación se desprende un hecho: cualquier persona, independientemente de su ideología o sus simpatías, hubiera recibido el balazo en la cabeza en aquel momento. Y es que el contaminado cerebro de los descerebrados cafres era absolutamente incapaz no ya de albergar un ápice de humanidad y empatía, sino que había perdido el privilegio exclusivamente humano de pensar.   

Con motivo de los veinte años transcurridos de aquel acto de cobardía fanática tan al estilo de las SS, se organizó un pequeño homenaje al joven matrimonio (treinta y tantos años tenían) y un acto de apoyo a sus hijos, niños entonces y que han crecido sin padres. Pero unos auténticos malnacidos rechazaron tomar parte en algo tan simple y humano como es dedicar unos segundos al recuerdo de dos inocentes masacrados, al revés, hicieron notar su ausencia, dando a entender que sus simpatías están con los pistoleros, no con las víctimas. Demostraron así su catadura moral. Pero lo que choca es que esos indeseables (entre los que destacan los dirigentes de ciertos partidos políticos) son los mismos que exigen justicia por los crímenes franquistas de hace 50 años, los mismos que se rasgan las vestiduras por los muertos (de un bando) de la Guerra Civil Española de hace 80, los mismos que se cabrean con su país por lo acaecido en América cinco siglos atrás… ¿Cómo puede alguien enfadarse por las muertes acaecidas hace quinientos años (la mayoría por enfermedad) y no sentir ni un miligramo de lástima por los que fueron tiroteados, como quien dice, la semana pasada?

Resulta extremadamente difícil entender y asumir tan contradictorias opiniones, tan disparatadas percepciones de la realidad en la misma persona. De todos modos, seguro que alguno de esos políticos y alguno de sus simpatizantes sí que sienten pena por Alberto y Asunción, pero no se atreven a manifestarlo en voz alta por el miedo a que les tachen de facha. Y es que, cuando la ideología ha invadido y contaminado el pensamiento, la persona deja de ser verdaderamente libre, ya que su creencia se antepone a todo acto…, tal y como muy acertadamente lo expresó el filósofo alemán Ernst Jünger (tachado de marxista por los nazis y de pronazi por los comunistas): “El primer paso hacia la verdadera libertad consiste en desembarazarse de la ideología política”.

 “No sabíamos quién era pero la matamos también”, rugieron las bestias, lo que quiere decir algo así como “te hubiéramos liquidado a ti y a tus hijos sin pestañear, sin preguntar por tus gustos o creencias, si hubieras allí en aquel momento”. Desconcierta, descoloca que alguien se sienta más cercano al verdugo que a la víctima. Pero es así, así sucede.


CARLOS DEL RIEGO

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