OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 7 de junio de 2017

LOS ‘DEFENSORES’ DE LA SANIDAD PÚBLICA RECHAZAN DINERO PARA SANIDAD PÚBLICA. Descorazona leer noticias como la de la asociación que rechaza una donación millonaria destinada a sanidad pública. Es una muestra de ese modo de pensar en el que la ideología se superpone a todo, incluso al beneficio general.

  
Equipo de radioterapia que no aceptan los de esa asociación, que más que defender la sanidad pública la boicotean.
El magnate del sector textil Amancio Ortega (quien empezó de cero hasta llegar a donde está) donó a los hospitales públicos más de trescientos millones de euros para comprar equipos oncológicos de última generación; sin embargo, los dignísimos integrantes de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública no quieren que se acepte el dinero; explican que la salud general ha de ser cosa exclusiva del gobierno, y que para costearla debería exigirse más impuestos a los que más tienen…, vale, pero una cosa es algo general y a largo plazo, como la fiscalidad, y otra muy distinta una donación puntual, instantánea, con la que se podría mejorar el servicio al enfermo en el acto; no hay que olvidar que este tipo de paciente no dispone de mucho tiempo… Defender la sanidad pública y pedir más carga tributaria a los que más tienen no está reñido con aceptar recursos privados, al revés, cuanto más reciba el sistema mejor para todos. Una cosa no tiene nada que ver con la otra y, desde luego, no son excluyentes.

Básicamente hay que deducir que los adscritos a dicha sociedad son de los que se creen de izquierda (comunistas-tos, socialistas-sociolistos, etc), puesto que este tipo de doctrina y quienes la profesan fanáticamente detestan que alguien tome una decisión que puede beneficiar al colectivo; su fe no permite tal cosa: que alguien libremente y por propia voluntad lleve a cabo una iniciativa destinada al bien común les es inadmisible, pues lo que ellos quieren es que la obligación esté por encima de la libertad de decisión. También podría afirmarse que los militantes de dicha federación están totalmente en contra de la sanidad pública, puesto que boicotean recursos que, sin la menor duda, iban a beneficiar a la salud de todos los que dependen de la sanidad pública. La postura de estos dudosos individuos sería como la del cooperante que, en una zona de catástrofe alimentaria, quitara el pan de la boca del hambriento si ese pan procediera de las manos de un rico; ambos casos son idénticos: hay quien prefiere que el necesitado muera a que viva gracias a dinero privado y/o de millonario. Para este tipo de pensamiento lo importante no es el bienestar común sino la procedencia de ese bienestar. Así, en caso de que Ortega (o Gates, o Slim) fletara diez cargueros con comida, medicinas y todo tipo de recursos con destino a un campo de refugiados, los que conforman este tipo de asociaciones exigirían que no se aceptara la entrega alegando que esos bienes tienen que costearlos los gobiernos.   

Asimismo queda en evidencia otro hecho: a los miembros de esta asociación les importa tres pepinos la vida de las personas afectadas por el cáncer, lo único que les interesa es su ideología, su creencia, su dogma, y para defenderlo están dispuestos a aceptar la muerte de las personas que se hubieran podido mejorar gracias a los equipos que ese dinero hubiera podido comprar. En el desequilibrado cerebro de estos personajes su credo está por encima de la salud de los enfermos, de modo que quedan descolocados cuando alguien que ha hecho fortuna (en este caso, hay que insistir, partiendo de cero y cumpliendo con la ley) opta voluntariamente por regalar dinero; desean que los que tienen mucho no donen para así poder señalarlos como unos egoístas insolidarios.   

También cabe otra deducción: leyendo sus razonamientos se llega invariablemente a la conclusión de que estas criaturas prefieren que el donante se gaste esos 300 millones en lujos varios antes que en maquinaria de hospital (los equipos de diagnóstico y tratamiento de cáncer que cada centro decidiera). Y por otro lado, en el supuesto de que Ortega hubiera donado tal cantidad a la sanidad privada, ¿dónde hubieran puesto el grito los fanatizantes elementos de esa asociación?, ¿qué no le hubieran llamado?

Eso sí, estos mismos que creen más importante mantenerse puros ideológicamente que salvar las vidas que estos aparatos pudieran salvar, estarán encantados con los semáforos recientemente instalados en Madrid, esos que muestran siluetas de personas del mismo sexo cogidas de la mano; estas criaturas con cerebro invadido y ocupado por una ideología excluyente piensan que estos semáforos van a solucionar todos los problemas de los madrileños, convencidos de que los homosexófobos van a dejar de serlo en cuanto vean esas figuritas verdes. En pocas palabras, existen individuos y colectivos que dan mayor importancia a los gestos, las palabras, las posturas, los dibujos, los nombres, la denominación de las cosas…, que a las acciones y los recursos que benefician efectivamente a todos.

Lo que está en el origen de la posición de esa asociación (y de otras similares) es su rechazo a que alguien lleve a cabo acciones humanitarias voluntariamente, a que alguien haga uso de su libertad, de su libre albedrío para hacer el bien al semejante. Este tipo de personas odia la toma personal de decisiones, pues lo que ansían es que todo esté predeterminado por el estado, que la persona no pueda decidir donar, sino que esté obligada a ello por ley, que nadie pueda hacer uso de su libertad para ser solidario, sino que sea una imposición legal.

La cuestión, en fin, se puede resumir en una pregunta: ¿ese equipamiento rechazado mejoraría la actual situación e incluso prolongaría la vida de los enfermos de cáncer?


CARLOS DEL RIEGO

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