OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 28 de junio de 2017

CUANDO LOS POLÍTICOS SÓLO HACEN POLÍTICA Es uno de los grandes problemas de la política: atrapa de tal modo que quienes se meten en ella lo ven todo a través de sus ojos; tal puede comprobarse en la España actual, donde los políticos están siempre a sus cosas (aunque seguro que pasa en todas partes)

En España aún no se ha llegado a las manos, aunque si sigue la tendencia actual tal vez se llegara a esto,
que ocurrió en Ucrania.
Sí, eso de la política (sobre todo la de gran alcance) debe ser muy absorbente, tanto que parece exigir el total de la mente de quienes logran entrar en ese club. Por un lado, atrapa de tal modo, engancha tanto que no hay forma de abandonarla, y por otro, no permite que quienes han entrado puedan pensar o hacer nada ajeno a ella. Es decir, los que logran acceder a ese mundo pasan casi todo su tiempo tratando de sí mismos, haciendo política, en lugar de pensar y trabajar en cómo solucionar los problemas de los ciudadanos. Así, es muy ilustrativa la situación actual (VI-17) de España, donde los que han logrado tan privilegiada colocación se pasan la mayor parte del tiempo en congresos, primarias, mociones de censura, reprobaciones, votaciones y discusiones sobre sí mismos, comisiones de investigación,  elección de delegados, distribución de cargos…; dicho de otro modo, en lo que deberían ser sus horas de trabajo siempre están ocupados en sí mismos y haciendo política, de modo que apenas les queda tiempo para hacer su trabajo, para cumplir con sus verdaderas obligaciones.
Desgraciadamente la cosa parece ir a peor, ya que hay hoy sitios en los que quienes se han subido al privilegiado tren de la política están convencidos de que para solucionar los problemas del personal (desde el paro a las listas de espera médica) lo que hay que hacer es cambiar los nombres de las calles y las figuritas luminosas de los semáforos, retorcer el lenguaje hasta convertirlo en un galimatías políticamente correcto y gramaticalmente incorrecto e ignorante, ser maleducados, groseros e insultones…, estas y otras ‘ideas geniales’ sólo tienen objetivos ideológicos y, evidentemente, no solucionarán nada, pero es en lo que se pasan las horas.       

Por otro lado, se equivocan quienes piensan que las cosas mejorarán a base de meter más y más ideología. Se equivocan los que creen que un país marchará o no en función del partido político que esté en el poder. La realidad es que todo irá bien según sean las personas que están al mando, es decir, si en un entorno democrático tiene la última palabra un político honrado, trabajador y eficiente, poco importará cuál sea su partido, cuál su ideología para que el colectivo se beneficie.  

Sea como sea, no cabe duda de que esto de la política ensimisma a los que no tienen nada más en la cabeza, incluso termina por impedirles ver el verdadero color de las cosas, y los obliga a mirarse continuamente el ombligo. Para evitar este mal tal vez habría que impedir que la gente la practique demasiado tiempo. Por ejemplo, si la esperanza de vida en España es de unos ochenta años, estaría bien que, quien lo deseara, dedicara a las labores públicas un máximo del diez por ciento de su vida, o sea ocho años. De este modo, posiblemente, quien optara por invertir ese tiempo en el ejercicio político estaría más atento a la eficacia que a la propia política y a la ideología… De todos modos tal vez no haya forma de evitar los cambios que se producen en la mente del que alcanza cargo, del que siente el subidón del poder. En fin, aunque sea una utopía, merece la pena repetirlo: hay que erradicar la figura del político profesional y sustituirla por la del ciudadano metido temporalmente (un diez por ciento de su vida ya está bien) a esta función.

El parlamento no es ya un lugar de contraste de ideas, de debate de proposiciones y de la búsqueda general del bien común, sino una especie de espacio teatral en el que lo que importa (al menos a una parte muy importante) es demostrar continuamente, exclusivamente, con gritos e insultos, la ideología que se profesa. Sin embargo, lo curioso es que la totalidad de los políticos de todos los partidos y de todas las administraciones, el cien por cien, estaría radicalmente en contra de la idea de limitar la permanencia en cargo público. En habría acuerdo unánime sin atender a partidismos e ideologías.

CARLOS DEL RIEGO


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