OPINIÓN

HISTORIA

lunes, 22 de mayo de 2017

SUICIDAS DEL ROCK & ROLL, LA CANCIÓN MÁS TRISTE. Hace unos días se difundía la triste noticia de que Chris Cornell se había quitado la vida unas horas después de un concierto. Aunque no muy larga, sí que se puede elaborar una relación de notables del rock & roll que dejaron este mundo voluntariamente.

Pete Ham y Tom Evans, guitarrista y bajista de Badfinger, se ahorcaron, Evans ocho años después de Ham
Hace unos días se difundía la triste noticia de que Chris Cornell se había quitado la vida unas horas después de un concierto. Aunque no muy larga, sí que se puede elaborar una relación de notables del rock & roll que dejaron este mundo voluntariamente.
El suicidio de Chris Cornell, cantante y guitarrista de Soundgarden, trae a la memoria el de otros músicos relevantes que tomaron tan fatal decisión. Aunque las muertes autoinfligidas en el entorno del rock & roll suelen ser muy escandalosas por el renombre de los desdichados, la realidad es que no son especialmente abundantes. Las causas no difieren demasiado de las que conducen a cualquier persona a tal extremo, es decir, problemas mentales, reveses económicos, drogas y alcohol… Cornell había ofrecido un concierto hacía un rato, se fue al baño de su habitación del hotel y utilizando lo primero que encontró (parece que un chal, una corbata o un pañuelo grande) se ahorcó. Según los indicios, parece que la medicación que tomaba terminó por desquiciarlo, a pesar de que suele ser al contrario: cuando el enfermo desoye las prescripciones es cuando puede hacer cualquier barbaridad. En todo caso, la causa real, las ideas que pusieron patas arriba su cabeza, el pensamiento último que condujo al músico a quitarse la vida se fue con él; pensándolo bien, lo mismo sucede con casi todos los suicidas, sean famosos o no.   
Siendo el ahorcamiento una muerte tan violenta y angustiosa, sorprende que haya sido utilizada por no pocos músicos de rock para abandonar definitivamente. Varias son las similitudes entre la muerte de Cornell y la de Ian Curtis, el cantante y compositor de los venerados Joy Division. Curtis, que también padecía desequilibrios mentales, pasó sus últimos momentos viendo una película de uno de sus directores favoritos (‘Stroszek’, de Werner Hertzog, que va de un músico que se suicida), escuchó a Iggy Pop, bebió, cogió lo que tenía más a mano, una cuerda de tender la ropa, y en la cocina…; era 1980 y sólo tenía 23 años, su carrera artística iba hacia arriba y acababa de grabar el que sería su mayor éxito, aunque él nunca lo vería. Doble tristeza produce acordarse del excelente grupo británico Badfinger, puesto que dos de sus integrantes terminaron consigo mismos colgándose; al parecer, su manager los estafó quedándose con los beneficios económicos de sus éxitos, llevando a cometer tal locura a dos de su integrantes; Pete Ham, guitarrista, cantante, un auténtico talento para la composición, un día de abril de 1975 se fue a la cochera de su casa, dejó una nota en la que culpaba al representante ladrón, y se puso la terrible corbata de cáñamo…, tenía 27 años; el bajista Tom Evans intentó reinventar el grupo, pero tras un terrible fracaso artístico y económico (fue demandado y le exigieron una millonada), ocho años después imitó a su compañero y se ahorcó de un sauce en el jardín de atrás, tenía 36 años y sus más allegados subrayaron el hecho de que jamás había superado el suicidio de su amigo y compañero Pete Ham.
También optaron por despedirse de esta vida mediante la cuerda al cuello otros grandes del rock & roll. El canadiense Richard Manuel fue el virtuoso pianista de The Band, grupo que acompañó varios años a Dylan y que ofreció una excelente producción propia; pero siempre fue muy dado a beber y drogarse con todo lo que tenía al alcance, que debía ser mucho; en marzo de 1986, después de un concierto, charlaba con su compañero el batería Levon Helm en el hotel cuando dijo que iba a por algo a su habitación; horas después lo encontraron colgado al lado de una pequeña cantidad de droga y una botella vacía; le faltó un mes para cumplir los 44. Phil Ochs fue un sobresaliente autor estadounidense de folk-rock rebelde y contestatario (para muchos a la altura del Nobel, con quien rivalizó y quien lo despreciaba); a mediados de los setenta empezó a perder la cabeza y, además, se bebía hasta el agua de los floreros, con lo que empezó a ver fantasmas por todas partes; sus hermanos quisieron internarlo, pero él prefirió vivir en las calles de Nueva York hasta que finalmente lo convencieron para que fuera a casa de su hermana, pero en abril de 1976, con 35 años, se ahorcó en su habitación.
El inolvidable teclista Keith Emerson fue uno de los grandes héroes de los años gloriosos del rock sinfónico y progresivo con el trío Emerson, Lake & Palmer; innovador, brillante, atrevido en el estudio y en escena, Emerson sufría problemas de movilidad en sus manos producto de una caída cuando era joven y había sido operado varias veces, pero cuando comprobó que apenas podía tocar y que la cosa iría a peor, en 2016 se descerrajó un tiro, tenía 71 años. Ronnie Montrose fue un emblemático guitarrista de rock estadounidense que tocó con gigantes del género y logró el éxito con su propio grupo, Montrose, en los años setenta; fue diagnosticado de cáncer de próstata y, después de luchar y comprobar que tenía la batalla perdida, en 2012, con 64 años, se reventó la cabeza de un disparo. El guitarrista Bob Welch, que militó en Fleetwood Mac y conoció el éxito en solitario, también se negó a vivir en silla de ruedas; víctima de las drogas, había sido operado de la columna, pero la cosa pintaba mal y los médicos le habían adelantado el futuro que le esperaba; no lo quiso, y en 2012, con 66 años, se disparó en el pecho, explicando en la nota de suicidio que no deseaba que su mujer se pasara la vida cuidando de un discapacitado. Sabido es que el líder de Nirvana, Kurt Cobain, también puso fin a su vida con arma de fuego; dolores crónicos, depresión, heroína e intentos de desintoxicación fallidos, problemas con su esposa, un hijo…, fue demasiado para él y en la primavera de 1994 se disparó en la cabeza.   
¿Quién no se enciende cuando suena ‘More tan a feeling’, el gran éxito de Boston? La elegante y cristalina voz de Brad Delp calló en marzo de 2007 cuando, deprimido por asuntos financieros y problemas familiares, se encerró en su habitación, selló las rendijas, encendió dos parrillas de carbón y aspiró el mortal monóxido de carbono. Grahan Bond nunca fue lo que se dice una estrella del rock a pesar de ser uno de los pioneros del blues inglés (incluso de la electrónica) y dar su primera oportunidad a otros que sí llegaron a serlo; crisis nerviosas, depresión, obsesiones, drogas, problemas financieros…, en 1973 sufrió un ataque que lo llevó al hospital, y un año después, con 36, se tiró al tren en una estación de Londres.
Y hay más, Michael Hutchence, cantante de los australianos Inx, se ahorcó en el 97, a los 37, con un cinturón, víctima de depresión, alcohol y pastillas. Wendy O´Williams, la radical y provocativa cantante de los Plasmatics, lo intentó con un cuchillo, luego con barbitúricos y, en abril del 98, con 48 años, logró su negro objetivo de un balazo en la cabeza. El increíble Screaming Lord Sutch, acosado por desequilibrios maníaco-depresivos, se ahorcó en 1999 a los 58 años. El fantástico guitarrista estadounidense Roy Buchanan, que sufría un severo alcoholismo crónico, intentaba desintoxicarse por enésima vez, pero tras una discusión doméstica fue arrestado por conducir ebrio y encarcelado; al día siguiente el sheriff lo encontró colgado con su propia camisa.
¡Qué mal rollo! ¡Qué mal lo tuvieron que pasar! Al menos, de algún modo, todos esos desgraciados volverán a la vida cada vez que alguien escuche alguna de sus canciones.   

CARLOS DEL RIEGO

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