OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 3 de mayo de 2017

EXTREMISTAS Y FANÁTICOS DEL VEGANISMO Y EL ANIMALISMO. Uno de los sentimientos más recientemente incorporados a la cultura de las sociedades occidentales es el de la renuncia a consumir o aprovechar cualquier producto de origen animal, una elección respetable siempre que no se busque imponerla a los demá

Comer sólo vegetales es una opción respetable, pero no lo es imponérselo a los demás 
La causa que a muchos lleva a militar en este credo del veganismo y el animalismo está, dicen sus feligreses, en el convencimiento de que los animales tienen sus derechos (algunos dicen que incluso derechos humanos), entre los que se incluye el de la igualdad; en resumen, es una filosofía de vida que tiene su base (para gran parte de sus adeptos) en la personificación de los animales, a los que se dota de rasgos típicos de la personalidad y sentimientos humanos.
Este modo de entender la realidad es discutible, pero mientras cada uno tome sus decisiones libremente, respetando la ley y a quien no piense como ellos, dicha postura es perfectamente asumible y digna de respeto. Lo malo del asunto es que muchos (no todos) militantes en el veganismo y el animalismo han hecho de su idea un absoluto, es decir, se han convertido en ultras, en fanáticos dispuestos a casi todo para defender su doctrina. Así, ese movimiento tiende a la secta, a ese sectarismo que conduce inevitablemente al pensamiento maniqueo: los que no usan animales son los buenos, mientras que el resto son pervertidos y despreciables asesinos; cierto que esta filosofía extrema no la comparten todos los que han renunciado al bacalao al ajo arriero, pero también es cierto que todos los que nutren las filas animalistas se sienten superiores moralmente, éticamente, tanto que no tienen reparo en manifestar abierta y orgullosamente esa pretendida superioridad.
Varios ejemplos aparecidos en los medios de comunicación en las últimas semanas ilustran perfectamente esta deriva fanatizante del vegano, la cual lo lleva a sentir empatía exclusivamente con los animales y con quienes piensan como ellos, llegando incluso a odiar al resto. Se supo que los dueños de un restaurante vegano expulsaron de su local a una madre que pretendía dar el biberón con leche de vaca a su bebé; cabe preguntarse, ¿y si la leche fuera de la propia madre, o sea, producto animal? Algunos fenómenos del disparate denuncian que hay que evitar los cuentos infantiles en los que el ‘malo’ es un animal (lobo, zorro, serpiente…), puesto que, según ellos, es una forma de fomentar el maltrato animal; por tanto, para estas criaturas (los animalistas, no el lobo), el ‘malo’ del cuento (de la peli, la novela) o ha de ser siempre un hombre, cuyo maltrato es siempre preferible al animal, aun cuando sea en la ficción. Pero lo absolutamente insuperable es lo que una madre se ha dejado decir: “Tengo dos hijos, si yo fuera una vaca ya estarían muertos y hubieran sido comidos. Todavía estaría de luto por ellos”… ¡tremendo!; en primer lugar, si la señora fuera vaca pensaría como vaca, o sea, no pensaría, en segundo lugar, si tuviera ruedas sería una bici, en tercer lugar, no se ven muchas vacas de luto a pesar de la cantidad de terneras que se comen, en cuarto lugar, cuando las hienas cazan y comen crías de gacelas sus madres tampoco se visten de negro, y por último, tanto las vacas como las gacelas olvidan a sus retoños en poco tiempo; aunque parezca innecesario es preciso recordar que las madres animales cuidan, alimentan, defienden a sus cachorros por puro instinto, nada más, sin sentimientos humanos. 
Preocupante es la carta que una mujer inglesa ha remitido a un periódico y en la que explicaba por qué su hija la odia. Cuenta la señora que un día la chica decidió dejar de consumir productos de origen animal, sin meterse en más; pero al poco la niña empezó a mostrarse más y más exígete respecto a la presencia de carne y productos animales; tampoco pasó mucho antes de que la joven empezara a despreciar e increpar a su madre, “pues ya no toleras ningún punto de vista contrario. Ya no puedes respetar a nadie que no sea vegano, y eso me incluye a mí (…) No puedo explicar lo que siento al saber que le doy asco a mi propia hija”, escribía la atribulada madre. La chica empezó sintiendo empatía por los animales y ha terminado odiando, insultando y sintiendo asco por su madre. Y aquí está el meollo de la cuestión, aquí está el gran peligro del vegano fanáticamente convencido que pasa del amor a los animales al odio a los humanos: su ideología lo ha penetrado y ocupado hasta tal punto que ha expulsado de sí cualquier otro sentimiento, puesto que el proceso mental de todo fanatismo (político, religioso, futbolístico) es idéntico y conduce inevitablemente al odio a los infieles.
“Que un carnívoro sea violento es comprensible, pero que lo sea un vegano es filosóficamente incongruente”, dijo el ambientólogo y naturalista argentino Claudio Bertonatti; y eso que no sabía de los animalistas que, hace unos meses, desearon la muerte de un niño con cáncer porque dijo que quería ser torero. Además, este especialista señaló que es prácticamente imposible, a día de hoy y en las sociedades tecnológicas, cultivar y consumir vegetales sin que ello afecte a animales, directa o indirectamente.
Si uno decide comer sólo vegetales, perfecto, está en su derecho; pero tratar de imponer esa opción mediante el desprecio, el insulto, la amenaza o la agresión a quien opina distinto es cosa de talibán.

CARLOS DEL RIEGO

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