OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 8 de febrero de 2017

LA PERVERSIÓN MORAL DE ALQUILAR VIENTRES Y VENDER LOS BEBÉS. Empieza a plantearse ahora en España el asunto de los vientres de alquiler, lo que eufemísticamente trata de llamarse maternidad subrogada y que, realmente, no es más que la compra de un servicio.

Los vientres alquilados fabrican bebés para su venta..
Así es, el comprador encarga la fabricación de una persona y paga por ello, del mismo modo que se puede contratar la construcción de una casa o de un automóvil, con su precio, sus plazos de entrega y demás condiciones del contrato. Así, cuando se abona por el uso de las ‘instalaciones’ reproductoras de una mujer, lo que se hace es privar a la persona de su humanidad, convirtiéndola en una cosa, como lo son las casas y los coches. En resumen, lo que se pretende debatir es si permitir o no la fabricación de seres humanos y, lógicamente, la legalización de granjas-factoría que los produzcan.

Actualmente ya existen en algunos países industrias dedicadas a producir niños, como Estados Unidos, otros donde está permitida su fabricación, como Grecia o Rusia, y otros más en los que está prohibido, como España, Francia, Italia, Alemania o Suiza. Sea como sea, este nuevo negocio está abriendo mercados, de modo que muy pronto se pondrán en marcha por todas partes factorías donde se manufacturen críos. De hecho, en USA estas fábricas ya promocionan sus servicios, aún con mucho tiento, pero pronto se podrá ver la publicidad abierta y competitiva de estas granjas. Sí, habrá publicidad, se harán anuncios mostrando lo bien alimentadas, limpias y sanas que están las ‘ponedoras’ de esta o aquella empresa; y también se ofertará la fabricación artesanal, es decir, la elaboración de bebés no a escala industrial, no en granja, sino en casa. Y se propondrán muchas otras promociones a los compradores, como por ejemplo la opción de una alimentación vegetariana para la mujer-máquina a fin de que el ‘producto’ final no haya tenido nunca contacto (no se haya ‘contaminado’) con alimentos de origen animal; o como, si el cliente lo desea, la ausencia de medicamentos y vacunas en la ‘productora’ durante todo el proceso; e igualmente podría elegirse la raza del útero arrendado o, por un poco más del precio base, manipular genéticamente el óvulo implantado según los deseos del consumidor. Sin duda aparecerán ofertas y marcas baratas (‘low cost’). Ni que decir tiene que, en tanto que granja-factoría incorporada al mercado, todos los ‘productos’ con defectos o taras serían desechados (y/o aprovechados y reciclados). ¿Habría producción en serie o sólo por encargo?

Nada de esto es ajeno a los modos de industrias, firmas comerciales y empresas que compiten por el consumidor, así que, si la cosa se legaliza a escala mundial, ¿por qué no iban a regir en esta industria los mismos parámetros que funcionan en el ramo de la alimentación, del vestir o del mueble de cocina? Este tipo de escenarios no serían extraños en caso de que triunfe la idea de que es legítimo y moralmente aceptable la fabricación a escala industrial (o artesanal) de hombres y mujeres destinados a su venta.

Es fácil equiparar la situación de la mujer que se alquila como objeto sexual con la que se alquila para la producción y venta se seres humanos. Las dos lo hacen obligadas por la necesidad, y la mayoría proceden (y procederán) de países pobres, son chicas que se venden por pura subsistencia. Es decir, este ‘trabajo’ quedará exclusivamente para jovencitas sin otro recurso que su propio organismo, pues ninguna mujer se prestaría a sí misma para una u otra cosa por gusto. No sólo es una muestra de machismo extremo, no sólo es un ejemplo de explotación y aprovechamiento de la situación menesterosa de la persona, sino que en el fondo tiene un matiz de auténtico nazismo. La idea central de los nazis era que ellos, como raza superior, podían decidir quién podía ser considerado hombre y quién no; hoy, con la aparición de estas granjas-factoría, empresarios y doctores se creen legitimados para sacar provecho de la fabricación de personas como cualquier otro producto (algo parecido a esos otros doctores que se ven tan superiores que entienden aceptable extraer un ser vivo de la especie humana en fase de gestación y matarlo o dejarlo sobre una bandeja para que muera de hambre y de frío… a cambio de dinero). También puede afirmarse que los que ganan pasta vendiendo a sus semejantes tienen algo de negreros.    

Lo que desde un punto de vista moral subyace en este feo asunto es la cosificación de la persona, el ver al ser humano como una cosa que podemos fabricar, ofertar, promocionar, distribuir y vender como cualquier otro producto de consumo. Y también hay que considerar la moralidad del cliente dispuesto a comprar un bebé. ¿Y si un día el crío pregunta a ‘sus padres’ cuánto costó, cuánto pagaron por él?

Asimismo, la manufactura de bebés para su venta podría ser un primer paso, de manera que el siguiente sería la fabricación de niños que, a las pocas semanas de gestación, serían extraídos y utilizados como simples suministradores de órganos para el mercado…

Todo está en la relajación moral a la que estén dispuestos a llegar los legisladores, los industriales, los doctores, los clientes, la gente en general.


CARLOS DEL RIEGO

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