OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 15 de junio de 2016

SUSPENSOS EN DEMOCRACIA, VIOLENTOS SEGUROS Se producen con regularidad en los últimos meses los ataques callejeros a personas que ejercen su libertad de expresión dentro de las reglas. ¿Su culpa?, tener unas ideas que no coinciden con las del agresor…, que siempre es un iletrado en democracia.

Unos fachas auténticos, muy valientes ellos, apalearon a dos chicas que apoyaban a la selección de fútbol.
La mayoría de esas agresiones proceden de extremistas que insultan, amenazan, destrozan y sacuden una buena tunda a quienes se atreven a tener una ideología distinta y manifestarlo abiertamente. Unas chicas que en Barcelona apoyan a la selección española de fútbol, unos voluntarios de un partido democrático en Madrid, otra mujer apaleada en una provincia de Castilla la Vieja…, así como múltiples charlas, encuentros y debates que los que no entienden qué es democracia boicotean con violencia; son algunos ejemplos notorios de la ignorancia del significado y la esencia de este modelo político, y por eso, los matones suelen acompañar la agresión con insultos como “nazis, fascistas”…   

El problema reside en que hay muchos que no son capaces de asumir una ideología contraria, de modo que cuando se topan con ella reaccionan violentamente; es decir, hay personas que no han interiorizado el significado y la esencia de la democracia (el respeto a otra creencia). Todo ello tiene una muy fácil explicación: aunque resulte difícil de entender, es evidente que hay mucha gente que aun no ha comprendido las reglas del juego (de la convivencia), y por eso reaccionan violentamente cuando alguien los contradice. Un síntoma del analfabetismo democrático en que viven muchas (muchísimas) criaturas es la identificación entre la ideología liberal, conservadora o de derechas con el fascismo o el nazismo; la diferencia (abismal) entre una cosa y otra reside en que el partido conservador democrático repudia la violencia y respeta los Derechos Humanos y las normas surgidas del parlamento legítimo, mientras que el grupo fascista odia a los que no lo son, desprecia al discrepante y reacciona con rabia y violencia ante el que opina diferente. En resumen, en contra de lo que creen muchos con escaso conocimiento del asunto, tener ideas conservadoras no equivale a ser fascista. Ni muchísimo menos.   
    
Así, es oportuno preguntarse ¿quién es el fascista, el que utiliza la libertad para expresarse legalmente o el que le embiste, ataca y golpea con odio? ¿Alguien se imagina a la Gestapo, las SS o las Juventudes Hitlerianas atizando a comunistas, judíos, homosexuales, gitanos… a la vez que les llama “nazis de mierda” o “sucios fascistas”? Pues esto es lo que están haciendo muchos individuos cuyo pensamiento aún no ha entendido ni integrado el concepto de respeto a la opinión contraria, de modo que no son capaces de caer en la cuenta de que se están comportando como lo hacían los Camisas Negras en Italia o los de Fuerza Nueva en España. En estos y en aquellos casos subyace el más puro relativismo moral: se sienten posesores del único modo de pensar admisible y, por tanto, se creen superiores moralmente, de modo que están convencidos de que pueden despreciar y, llegado el caso, sacudir legítimamente a los demás.

Igualmente es síntoma de total ignorancia de lo democrático el hecho de tildar de fascista a quien porta la bandera roja y amarilla; sólo mentalidades estrechas y totalmente exentas del más elemental concepto de lo que es el respeto al otro pueden funcionar de ese modo. Es increíble, en fin, que aun haya que recordar que la bandera de España lo es mucho antes de que empezaran los 40 años del franquismo.
El analfabeto democrático, en fin, estaría encantado de que se ilegalizaran los partidos contrarios a su ideología; así, si estuviera en su mano, el ultraderechista suprimiría y perseguiría toda agrupación política, sindical o social que fuera considerada roja; e igualmente, el ultra de izquierdas no duda en exigir la ilegalización de cualquier cosa que suene conservadora o de derechas; en uno y otro caso se pretende la imposición del pensamiento único. Es el maniqueísmo en estado puro: son buenos todos los que piensan de un modo y malos los que opinan lo contrario. Casi nadie duda actualmente de la necesidad de los grupos de izquierdas, sin embargo, sí que hay cantidad de ciudadanos que no ven más que perjuicios e inconvenientes en la existencia de partidos conservadores. La derecha democrática, en contra del parecer de los que no han logrado entender qué significan esos términos, es absolutamente imprescindible para que exista una democracia verdadera y sana, del mismo modo que lo son los partidos de izquierda que respetan las reglas de la libertad y el pluralismo. En caso contrario, si una de esas posturas trata de imponerse por la fuerza, se llegará al totalitarismo, ya sea comunista o fascista.


CARLOS DEL RIEGO

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