OPINIÓN

HISTORIA

miércoles, 20 de abril de 2016

¿ESTÁN LAS COSAS PEOR QUE NUNCA? ¿HAY MÁS MALICIA HOY QUE AYER? A pesar de que se pueda tener la sensación de que en el momento actual todo es mala noticia y de que la perversión preside la conducta de las personas, la realidad es la contraria, puesto que hoy el hombre está mejor que en cualquier tiempo pasado

Las malas noticias se ven mucho más aunque sean  muchas menos
La avalancha de malas noticias, catástrofes migratorias y desigualdades, sucesos y violencias, corrupción, injusticia y latrocinio con que se llenan a diario los medios de comunicación, llevan a mucha gente al borde de la desesperación, a afirmar que el mundo está peor que nunca, que la maldad nunca ha estado tan presente y, en fin, que más valía acabar con todo y empezar de nuevo... Sin embargo, las cosas no son así.

Como primer factor a tener en cuenta está la evidencia de que, actualmente, en el siglo XXI, se tiene conocimiento en todo el planeta casi instantáneamente de cualquier noticia mínimamente trascendente e incluso de la más intrascendente; y como subraya el dicho, sólo son noticia las malas noticias, de modo que no se puede esperar en los medios otra cosa que notas que hablan de maldad (es innecesario añadir ‘humana’, puesto que sólo donde existe la libre elección puede haber maldad e, igualmente, bondad, o sea, los animales y las plantas, la Naturaleza o los virus carecen de la capacidad de elegir bondad o maldad). Es algo parecido a lo que ocurre en un recinto deportivo: cincuenta personas silbando meten más ruido que cinco mil en silencio.

Sin embargo, si se observa la cosa con perspectiva y se revisan siglos pretéritos se comprueba al instante que esos tiempos pasados fueron peores, mucho peores. Así, se podría ir centuria por centuria sin que pudiera señalarse una que estuviera libre de guerras, agresiones, asesinatos y, en fin, todo tipo de ejercicios de crueldad y vileza. En realidad la vida era muchísimo más dura cuanto más se retrocede, y además, nadie se enteraba de nada sucedido a más de un día de su casa…, o tardaba años. 

Y ello por no hablar de los innegables avances que han facilitado la vida a la gente; por eso es apropiado preguntarse ¿cómo sería soportar un dolor de muelas hace mil años?, ¿cómo sería extraer esa pieza dental en vivo?, ¿y una amputación?; ¿cómo sería saber que la peste negra se viene encima y no se puede hacer nada?; ¿qué pensaría el plebeyo obligado a ceder siempre y en cualquier cuestión al señor feudal sin nadie a quien recurrir?; ¿y el esclavo?, ¿y la mujer, siempre relegada? Todo esto, en la actualidad, tiene respuesta y solución, al menos en teoría, al menos en el plano de la ley escrita, algo impensable hasta hace unas pocas décadas.  

La evidencia es que la persona jamás ha estado mejor que en el presente, puesto que conceptos ya legislados y asimilados por todos, como democracia, derechos o igualdad, proporcionan al individuo un fundamento, una base que (teóricamente) le protege y, de algún modo, le dota de cierta seguridad. Esto se ha conseguido pasando por todo lo pasado, por las catástrofes y enfermedades que ayer eran imposibles de evitar o paliar, por las infinitas violencias provocadas y sufridas por la persona en siglos remotos. Proporcionalmente, de esto hay hoy menos que antes, lo que ocurre es que en el presente todo el mundo se entera de todo, y la sensación general puede ser que todo lo que se publica (o sea, la mala noticia) es lo único existente.   

Por otro lado, por más que pueda uno horrorizarse con hechos, ideas y comportamientos del pasado, no se puede perder de vista que no ha habido otro modo de llegar a la situación actual (en la que existe el disfrute general de todos aquellos derechos) que ir viviendo con todo aquello y, a la vez, tratar de avanzar en el terreno del pensamiento. Es decir, hay que tener en cuenta que el homo sapiens no surgió sabiéndolo todo, no dio sus primeros pasos como homo teniendo nociones de democracia e igualdad, por lo que ha necesitado unos cuantos miles de años para alcanzar la comprensión y la asimilación de ese modo de pensar; la cosa se entiende mejor comparándola con el avance de la tecnología: nadie se burlaría de que los barcos del siglo XVII no usaran el radar para evitar a los piratas, sólo un ignorante juzgaría con menosprecio a los hombres de la Edad Media por no cuidar la higiene y prever la propagación de la peste, y ninguno de los presentes valoraría como ineptos a los hispanos de Gades por no telefonear al rey don Rodrigo para avisarlo de la invasión musulmana… ni que el monarca godo viniera a pie en lugar de tomar el avión; en cada momento había lo que había, y nada que haya hoy hubiera sido posible sin lo que hubo antes. Es, evidentemente, tonto insultar a las gentes de antaño por carecer de la tecnología actual. Pues bien, en el terreno del pensamiento o de los derechos del individuo ocurre lo mismo: se ha requerido mucho tiempo e infinitas penalidades para que el ciudadano disfrute de lo que tiene actualmente, y aquellas ideas y hechos que vistas hoy horrorizan, no han de verse con ojos del tercer milenio.

Sí, aunque los medios e Internet insistan en la perversidad de algunas personas y en las calamidades que padecen los más desfavorecidos, sólo hay que abrir el campo de visión histórica para negar esa sensación. Así, la vida en un campo de refugiados siempre será menos cruel e injusta que la invasión de los mongoles, cualquier catástrofe natural causa menos daños que, por ejemplo, el terremoto de Lisboa de 1755 (unos 80.000 muertos), todo abuso de poder tiene (generalmente y teóricamente) mejor respuesta legal que los perpetrados por la inquisición en toda Europa… Lo de las guerras es otra cuestión, pero nada hace suponer que una campaña de Julio César hubiera sido menos sangrienta que una de Patton de haber dispuesto aquel de armas de fuego en lugar de contar sólo con espadas y lanzas.      
   
Parafraseando a Ortega, todo tiempo es cautivo de su pensamiento y su circunstancia.


CARLOS DEL RIEGO

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