OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 6 de marzo de 2016

TRES DELICIAS DE LOS 80: MUY REPRESENTATIVAS Y ALGO OLVIDADAS En la esfera de la música joven (rock, pop…) existe, entre amplios sectores de iniciados en el asunto, la convicción de que la música que se hizo en los años ochenta del siglo pasado era muy mala. Pero se puede demostrar fácilmente lo contrario

The Fuzztones, ochentera sicodelia freak.
Toda época, todo momento tiene sus virtudes y sus defectos. Por ello, si se generaliza lo realizado durante toda una década como bueno o malo se estará cometiendo un error y una injusticia. Como siempre y en cualquier parte, en el decenio que va de 1981 a 1990 hubo auténticas calamidades, tanto en el terreno musical como en el estético, e incluso se produjeron casos cercanos al delito (o al doble delito, como los Milli Vanilli). Pero tal circunstancia no es exclusiva de aquellos años; así, no sería difícil enumerar catástrofes propias de décadas anteriores, prolíficas en tesoros discográficos pero a las que no les faltan sus grotescos disparates, pícaros y estafadores; sí que sería fácil, por otro lado, señalar docenas de crímenes artísticos perpetrados en décadas posteriores a la mencionada, siendo mucho más difícil extraer de ellas piezas destinadas a perdurar. La música que se hace en cada período es cautiva de su momento y sus circunstancias (sociales, políticas, económicas, artísticas, tecnológicas…), aunque puedan aparecer adelantados que marquen nuevos caminos. En consecuencia, la música de los años ochenta tiene que ver, exclusivamente, con lo que había entonces, de manera que es casi imposible que se hiciera otra cosa. Por otra parte, ese pequeño lapso de tiempo que hoy parece tan, tan remoto ofreció amplia variedad tanto en lo que se dijo como en cómo se dijo: hubo rock duro y pop ligero, techno y tradicional, punk y baladistas, vanguardia y rockabilly, sin olvidar los géneros más añejos; y gran parte de ello se hizo con su propia personalidad, con el carácter del momento, el que había entonces y del que era imposible sustraerse. Además, muchas bandas activas en dicha etapa procedían de las precedentes, y aunque realizaron inolvidables creaciones en esos días, al hablar de pop y rock de los ochenta no sería lógico incluirlas como representativas.

                               
Podría hacerse una lista muy larga de estupendas formaciones y éxitos inequívocamente ‘ochenteros’, sin embargo se antoja más saludable recordar especímenes menos célebres para el gran público, bandas y canciones que poseen la misma fuerza evocadora e idéntico valor artístico. Aunque no sean nombres de conocimiento general, tampoco es preciso ser un especialista para acordarse de The Pogues, The Cult o The Fuzztones, buenos representantes de aquel momento cuyas canciones siguen atrayendo a pesar de los cambios (sociales, culturales…) y los insospechados giros producidos desde entonces en todo el planeta.

The Pogues aunaron herencia celta con los modos punk del momento, de manera que su propuesta se recuerda como algo meritorio y típico de su época, una fórmula que muchos, muchísimos otros han imitado y desarrollado posteriormente. Vocingleros, expertos en el trasiego de licores y pendencieros, era previsible que terminaran tirándose los trastos a la cabeza. Sin embargo, dejaron lúcidas y muy sugestivas melodías. Una buena muestra del carácter artístico de esta banda británica es la potente y a la vez tierna ‘Fairytale of New York’. La voz agrietada, casi arrastrada del desdentado Shane McGowan contrasta con la preciosa partitura y, claro está, con la luminosa de la chica que (sólo en esta ocasión) le da réplica, Kirsty MacColl, especialista en colaboraciones con bandas de todo pelaje. Este ‘Cuento de hadas de Nueva York’ es un diálogo entre él y ella, una pieza con intención navideña y etílicos vapores irlandeses: el inmigrante irlandés duerme la kurda en la trena y sueña con la chica, e incluso conversa y discute con ella sobre esperanzas y decepciones. El diálogo es antológico, emotivo, irresistible, mientras el sonido cuenta con una preciosa entrada al piano y vivarachos y elegantes arreglos célticos. La aportación punk está en este caso más en la letra, con versos como ‘Feliz Navidad en el culo’. En cualquier caso, cien por cien hija de su época.

The Cult se atrevió a fabricar heavy-rock a la clásica en un tiempo en que la ola exigía cabalgarla de maneras muy distintas (los llamados ‘dinosaurios’ del género jugaban en otra liga). Su título emblemático es ‘She sells sanctuary’, hard denso, encomendado al riff de guitarra, apoyado en granítica base rítmica, con matices enriquecedores y un resultado convincente hasta para los expertos más exigentes y académicos (su autor, Ian Astbury, es un apasionado de la cultura nativa norteamericana). La letra está entre la sicodelia y un romanticismo gótico, pesimista, de cementerio, o sea, inexplicable. Las guitarras no tienen nada que envidiar a las de los iconos del género, ni en potencia ni en dinamismo, e igualmente la voz, aguda y penetrante. El tema mantiene una agotadora tensión de principio a fin, apenas da respiro y transfiere sangre y sudor heavy como para menear cualquier melena. Sí, es metal rock de toda la vida, pero posee aportaciones y matices que lo sitúan en el tiempo con exactitud.   

                               

Los neoyorquinos The Fuzztones son (siguen en la trinchera a las órdenes del incansable Rudi Protrudi) mucho más primarios, sin tanta historia, sin profundidades metafísicas, el rock & roll como medio y como fin. Eso sí, con debilidad por las pelis de terror de serie B de los cincuenta y un sonido sucio y retorcido, energético y lisérgico…, sonido garaje anclado en el de los Sonics (sesentas), aunque con mayores dosis de sicodelia y perversión. Su ‘Lysergic emanations’ es un álbum que encaja perfectamente en lo que se entiende por ‘disco de culto’. Contiene excelentes y explosivas versiones (imprescindible el ‘Cinderella’ de los mencionados Sonics) y piezas propias verdaderamente memorables, como la infecciosa ‘She´s wicked’ (Ella es perversa), que cuenta la peripecia de esa nena robada por los gitanos y criada en las colinas entre hombres lobo, luna llena y aullidos; la combinación de la distorsión de la guitarra con la limpieza del órgano produce un efecto único, perfecto para crear ambientes licantrópicos y estupefacientes… sin perder el buen humor. La melodía es muy contagiosa, y el continuo machacar del riff con fuzz (ese efecto guitarrístico) alude inconfundiblemente a la revitalización que el garaje-rock (como otros géneros) experimentó en los años en cuestión.      Otros grupos de los ochenta cargados de encanto, personalidad e ingenio son…, son tantos que resulta imposible quedarse con unos pocos.

CARLOS DEL RIEGO

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