OPINIÓN

HISTORIA

viernes, 9 de enero de 2015

PODEMOS Y LA CONSTITUCIÓN DE 1978 Quienes vivieron aquellos años recordarán la alegría e ilusión con que los españoles vivieron la reforma, las votaciones, la Constitución. Hoy existe una corriente que reniega de la misma y, por tanto, de quienes allí estaban para aprobarla

Chiquilicuatre
Ruiz Mateos
Gi
Abunda en ciertos sectores de la juventud española una cantinela que más o menos viene a decir: “yo no voté la Constitución y por tanto no tengo por qué acatarla”. En el mismo sentido, los recién llegados a la clase política (los que aseguran que pueden) y alguno que quiere pescar en el revuelto río, anuncian profundos cambios en esa Constitución de 1978. Sea como sea, existe una corriente no desdeñable contraria a aquel texto legal que los españoles apoyaron de modo tan mayoritario.

Aunque parezca innecesario, conviene recordar que en aquellos cruciales años (la segunda mitad de los años 70 del siglo pasado), los ciudadanos españoles dijeron sí a las leyes de reforma política y, posteriormente, al referéndum que consagró esa denostada carta magna española; y todo ello con una participación masiva y con porcentajes de apoyo en torno al 90%. Esto quiere decir que esos que afirman que se hubieran posicionado en contra, en realidad habrían estado entre los que no deseaban una democracia para el país, que básicamente eran los grupos de extrema derecha (Falange, Fuerza Nueva), pues el resto de las opiniones políticas expresaron sin la menor duda su respaldo. En fin, que la legión de irritados (con razón) contra la clase política parecen haberse reunido en torno al partido político que asegura poder solucionar los problemas.
Iglesias, un producto mediático como los otros, pero nada más
Este tipo de formaciones políticas cuentan con respaldo importante en momentos de crisis económica: así fue en Italia con Movimiento 5 Estrellas, así es en Grecia con Siryza y así parece ser en España con Podemos (a la hora de la verdad, no será tanto); lo malo es que también fue un partido con promesa de salvación para todos el que acabó con la República de Weimar en la Alemania de los años 30 del siglo XX (no es preciso recordar el nombre de aquel partido). Sea como sea, nadie debería creerse que hay quien tiene la varita mágica que va a resolver todo, pues no existe bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. Nada de eso, no existen soluciones simples a problemas complejos. Por ejemplo el problema de la corrupción, lacra que es cosa de las personas, de que se sea más íntegro o más deshonesto, sin que en realidad nada tenga que ver la ideología, ya que el deporte del trinque se practica en todos los partidos, en todas partes; además, las cabezas visibles del partido liderado por el homónimo del fundador del Psoe tienen, antes incluso de tomar contacto con el poder, no pocas sombras de incorrecciones monetarias, así como sospechas de nepotismo, amiguismo y endogamia en su ámbito profesional (la Universidad, que en algunos casos funciona como un estado dentro del estado). Otro  problema que prometen solucionar es el de la deuda externa, ya que, llegado el caso, se negarían a pagar, aunque también dicen que si fuera necesario se pediría más dinero prestado (es difícil creer que se te preste algo cuando alardeas de no hacer frente a tus números rojos). En fin, que prometen dinero y subvenciones para todo ciudadano necesitado, y para explicar de dónde lo van a sacar señalan la lucha contra el fraude y el aumento de impuestos, como si no fuera éste un capítulo al que se aplican con diligencia todos los gobiernos.

Las soluciones simples y rápidas enunciadas desde la ausencia de responsabilidades son muy fáciles de presentar y defender, pero luego la realidad se impone, y lo que desde la barrera parecía una oveja, en el centro de la plaza es otra cosa mucho más temible. Por otro lado, ese tipo de creencia en el remedio facilón es característico de personajes surgidos de los medios, sobre todo la televisión y las redes sociales, y/o de criaturas convencidas de poseer el monopolio de la verdad. Dejando a un lado sus sospechosas preferencias (por citar una, sus declaraciones evidencian más proximidad a terroristas, a todo tipo de terroristas, que a víctimas), las cabezas del grupo político que se ufana de poder, en realidad son productos exclusivamente mediáticos. Así, salvando las distancias, su líder no deja de recordar a tipos como Ruiz Mateos (con sus declaraciones y poses esperpénticas), a Jesús Gil (con su tono desafiante y chulesco) e incluso al ya olvidado y patético ‘Chiquilicuatre’; todos son productos con buena imagen en cámara, pero lejos de los platós se les ven las costuras, los rotos y descosidos. Así, ¿alguien estaría de acuerdo en que personas como estas metieran mano a la Constitución?

La crisis obliga a España y otros países a caminar cerca del abismo, pero siempre será mejor eso que lanzarse a él directamente. Por eso, una opción política que tiene como una de sus bases el desmantelamiento en profundidad de la Constitución, lo que está asegurando, lo que está prometiendo, es que dará los pasos necesarios para caer por el precipicio. Cierto que la Constitución del 78 no es perfecta, cierto que contiene algunas cosillas con las que muchos hoy no están, razonablemente, de acuerdo (comunidades autónomas, senado, subvenciones…), pero claro, a toro pasado es fácil ver las imperfecciones, o sea, el lunes es fácil acertar la quiniela. Los Podemos garantizan rehacer ese texto que contó con un respaldo masivo sin tener en cuenta que, precisamente ese texto, es el que ha permitido que ellos estén donde están. ¿Hay demócratas dispuestos a confiar en quienes exigen ilegalizar o, al menos, poner un cordón sanitario en torno a cierto partido?, ¿no preferirían pegar una estrella de David en las chaquetas de sus miembros y simpatizantes?

Del mismo modo que el enfermo desesperado recurrirá incluso al curandero, al hechicero y al vidente, hay que estar verdaderamente mal para confiar en quien promete remedio infalible a base de abracadabra. En ambos casos la realidad será, con total seguridad, el fondo del precipicio.

Lo cual no quiere decir que lo que hay es lo ideal.


CARLOS DEL RIEGO

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