OPINIÓN

HISTORIA

jueves, 23 de mayo de 2013

EL FANATISMO ISLÁMICO SIGUE EN LONDRES… Y EN CUALQUIER SITIO Escalofriante ha sido conocer el asesinato de un joven soldado británico a manos de dos terroristas islámicos, los cuales se declararon en guerra con Inglaterra; sin embargo lo cierto es que esta guerra, que ideológicamente está en la Edad Media, tiene el mundo entero como campo de batalla

El sueño de la razón produce monstruos.

La salvaje agresión y muerte de un soldado británico a manos de dos islamistas en una calle londinense y a la luz del día es otro paso más en la escalada de fanatismo al que se han entregado no pocos musulmanes en todo el mundo. Los fanáticos (los que matan por una idea) gritaron estar dispuestos a la guerra contra Inglaterra, motivación parecida a la de los hermanos que pusieron la bomba en el maratón de Boston hace unas semanas o a la de los que protagonizan actos similares a diario en otras partes del mundo. El atentado de 2001 contra las Torres Gemelas inició esta modalidad terrorista que apenas precisa infraestructura, que puede llevarse a cabo con gastos escasos y que tiene muchas posibilidades de causar muerte y enormes estragos con muy pocos efectivos. Cierto que mucho antes se perpetraban secuestros de aviones, se asesinaba en la calle y se colocaban bombas, pero generalmente los actos estaban sustentados por organizaciones bien financiadas y los asesinos preferían escapar y conservar la vida aunque estuviesen dispuestos a morir.

Dejando aparte a los locos solitarios y a bandas tipo Eta, Ira o Farc (que funcionan más bien como mafia), es innegable que el terrorismo internacional es hoy cosa de los islamistas. Las principales motivaciones, razones o estímulos que inevitablemente esgrimen para desertar de su condición humana son siempre tres: los desmanes de algunos países occidentales en territorio musulmán en medio oriente, la eterna reivindicación de Palestina y, por encima de todo, el deseo de acabar con los infieles que, según los imanes fanáticos, es obligación del buen musulmán. 

Las invasiones, intervenciones militares, bombardeos u operaciones llevadas a cabo por países occidentales (USA casi siempre) en aquellos lugares producen muchísimas víctimas inocentes, provocando el lógico deseo de venganza. El problema es que los que quieren responder a esos intolerables ataques lo hacen no contra los responsables (políticos siempre bien custodiados), sino contra población ajena al asunto que, en muchos casos, está de parte de aquellas víctimas inocentes. Si un día dejaran los marines de invadir y los aviones de bombardear, se terminaría con este pretexto.

El problema palestino-israelí viene de atrás y tiene su origen en 1948 cuando Inglaterra se retira de la zona, aunque la raíz está en la Declaración de Balfour de 1917 (en realidad, en esta región llevan zurrándose unos a otros desde la Edad Antigua: sumerios, acadios, protohititas, hititas, hurritas, babilonios, asirios…). Aunque parece difícil, imposible según algunos, el asunto tendrá que terminar tarde o temprano con el reconocimiento del pueblo palestino y su derecho a un estado y un territorio. En ese momento Palestina dejará de ser excusa o justificación para los islámicos.
El verdadero problema es el fanatismo religioso, el estar convencido del premio que espera en el más allá al muyadín que se entrega al decreto religioso de la guerra santa, la yihad. Y este concepto fanático es el que resulta imposible de erradicar, al menos en el momento actual. Este fanatismo religioso fue el que hace unos mil años llevó a miles de europeos a las Cruzadas que, en nombre de Dios (como motivo principal pero no único), provocaron sangrientas batallas, asedios y asaltos, degollinas horrorosas y, en fin, violencias extremas. Pero eso sucedió hace un milenio y, aunque en posteriores ocasiones hayan pasado por la historia personajes y hechos teñidos de fanatismo religioso, se puede afirmar que la Iglesia Católica como institución hace siglos que no está detrás de este tipo de iniciativas. Gran parte del Islam de hoy, por su parte, parece actuar como la Iglesia en el siglo XIV, como si estuviera en el año 1391, como si la evolución del pensamiento islámico arrastrara un retraso de 622 años…, el año de la Hégira (el viaje de Mahoma de La Meca a Medina), que es cuando comienza el calendario musulmán. Es decir, podría decirse que el pensamiento islámico más fanático vive en el año 1391, cuando la Inquisición era temida en toda Europa, cuando hacía pocos años que Bernardo Gui había publicado su obra ‘Práctica de la Inquisición en la depravación herética’, de modo que el terrorista islamista encuentra hoy motivos sobrados para matar infieles igual que los inquisidores para quemar herejes y brujas hace seis siglos. Asimismo existe idéntico desajuste en el calendario en otros aspectos, como el trato a la mujer.

Desde el lado de ‘los infieles’ se tiende desgraciadamente a la generalización, a pensar que cualquier musulmán se pondrá un cinturón de explosivos a poco que un imán le caliente las orejas; y se llega a pensar así porque se ha comprobado que el terrorista islámico puede actuar tanto en país musulmán como en territorio estadounidense, que puede venir de allí con la idea de matar o haber nacido ya en occidente, que puede llevar años haciendo vida más o menos normal y un día hacerse explotar en el súper. Sin embargo, seguro que la mayoría de los mahometanos no están dispuestos a matar…, por lógica.

Expertos y analistas y los propios terroristas hablan de auténtica guerra, pero hay que entender que el concepto de guerra ha cambiado. Sea como sea la cosa tiene muy difícil solución, pues la razón y la lógica poco pueden contra el fanatismo que, dicho sea de paso, de un modo u otro, no sólo está en el Islam.

CARLOS DEL RIEGO   

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