El sueño de la razón produce monstruos. |
La
salvaje agresión y muerte de un soldado británico a manos de dos islamistas en una
calle londinense y a la luz del día es otro paso más en la escalada de fanatismo
al que se han entregado no pocos musulmanes en todo el mundo. Los fanáticos (los
que matan por una idea) gritaron estar dispuestos a la guerra contra
Inglaterra, motivación parecida a la de los hermanos que pusieron la bomba en
el maratón de Boston hace unas semanas o a la de los que protagonizan actos
similares a diario en otras partes del mundo. El atentado de 2001 contra las
Torres Gemelas inició esta modalidad terrorista que apenas precisa
infraestructura, que puede llevarse a cabo con gastos escasos y que tiene
muchas posibilidades de causar muerte y enormes estragos con muy pocos efectivos.
Cierto que mucho antes se perpetraban secuestros de aviones, se asesinaba en la
calle y se colocaban bombas, pero generalmente los actos estaban sustentados
por organizaciones bien financiadas y los asesinos preferían escapar y
conservar la vida aunque estuviesen dispuestos a morir.
Dejando
aparte a los locos solitarios y a bandas tipo Eta, Ira o Farc (que funcionan
más bien como mafia), es innegable que el terrorismo internacional es hoy cosa
de los islamistas. Las principales motivaciones, razones o estímulos que inevitablemente
esgrimen para desertar de su condición humana son siempre tres: los desmanes de
algunos países occidentales en territorio musulmán en medio oriente, la eterna
reivindicación de Palestina y, por encima de todo, el deseo de acabar con los
infieles que, según los imanes fanáticos, es obligación del buen musulmán.
Las
invasiones, intervenciones militares, bombardeos u operaciones llevadas a cabo
por países occidentales (USA casi siempre) en aquellos lugares producen
muchísimas víctimas inocentes, provocando el lógico deseo de venganza. El
problema es que los que quieren responder a esos intolerables ataques lo hacen
no contra los responsables (políticos siempre bien custodiados), sino contra
población ajena al asunto que, en muchos casos, está de parte de aquellas
víctimas inocentes. Si un día dejaran los marines de invadir y los aviones de
bombardear, se terminaría con este pretexto.
El
problema palestino-israelí viene de atrás y tiene su origen en 1948 cuando
Inglaterra se retira de la zona, aunque la raíz está en la Declaración de
Balfour de 1917 (en realidad, en esta región llevan zurrándose unos a otros
desde la Edad Antigua: sumerios, acadios, protohititas, hititas, hurritas,
babilonios, asirios…). Aunque parece difícil, imposible según algunos, el
asunto tendrá que terminar tarde o temprano con el reconocimiento del pueblo
palestino y su derecho a un estado y un territorio. En ese momento Palestina
dejará de ser excusa o justificación para los islámicos.
El
verdadero problema es el fanatismo religioso, el estar convencido del premio
que espera en el más allá al muyadín que se entrega al decreto religioso de la
guerra santa, la yihad. Y este concepto fanático es el que resulta imposible de
erradicar, al menos en el momento actual. Este fanatismo religioso fue el que
hace unos mil años llevó a miles de europeos a las Cruzadas que, en nombre de
Dios (como motivo principal pero no único), provocaron sangrientas batallas,
asedios y asaltos, degollinas horrorosas y, en fin, violencias extremas. Pero
eso sucedió hace un milenio y, aunque en posteriores ocasiones hayan pasado por
la historia personajes y hechos teñidos de fanatismo religioso, se puede
afirmar que la Iglesia Católica como institución hace siglos que no está detrás
de este tipo de iniciativas. Gran parte del Islam de hoy, por su parte, parece
actuar como la Iglesia en el siglo XIV, como si estuviera en el año 1391, como
si la evolución del pensamiento islámico arrastrara un retraso de 622 años…, el
año de la Hégira (el viaje de Mahoma de La Meca a Medina), que es cuando
comienza el calendario musulmán. Es decir, podría decirse que el pensamiento
islámico más fanático vive en el año 1391, cuando la Inquisición era temida en
toda Europa, cuando hacía pocos años que Bernardo Gui había publicado su obra
‘Práctica de la Inquisición en la depravación herética’, de modo que el
terrorista islamista encuentra hoy motivos sobrados para matar infieles igual
que los inquisidores para quemar herejes y brujas hace seis siglos. Asimismo
existe idéntico desajuste en el calendario en otros aspectos, como el trato a
la mujer.
Desde
el lado de ‘los infieles’ se tiende desgraciadamente a la generalización, a
pensar que cualquier musulmán se pondrá un cinturón de explosivos a poco que un
imán le caliente las orejas; y se llega a pensar así porque se ha comprobado
que el terrorista islámico puede actuar tanto en país musulmán como en
territorio estadounidense, que puede venir de allí con la idea de matar o haber
nacido ya en occidente, que puede llevar años haciendo vida más o menos normal
y un día hacerse explotar en el súper. Sin embargo, seguro que la mayoría de
los mahometanos no están dispuestos a matar…, por lógica.
Expertos
y analistas y los propios terroristas hablan de auténtica guerra, pero hay que
entender que el concepto de guerra ha cambiado. Sea como sea la cosa tiene muy
difícil solución, pues la razón y la lógica poco pueden contra el fanatismo
que, dicho sea de paso, de un modo u otro, no sólo está en el Islam.
CARLOS
DEL RIEGO
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