Hacer algo propio de una canción que otros popularizaron
siempre es un riesgo, pues el original es el original y es invariablemente la
referencia. No pocos cantantes logran acercarse a lo que hizo el autor (o
primer intérprete), e incluso los hay que le dan un nuevo y atractivo sentido a
la pieza, pero otros tantos consiguen que la melodía que tan armónicamente
acariciaba los oídos se convierta en algo molesto y digno de sonrojo, en algo
cercano a la fechoría suficiente para denunciar. Esto último sucede cuando el
atrevido se siente capaz de aportar algo a esa canción, pero su falta de gusto,
de gracia, de sentido estético se impone, consiguiendo sólo protagonizar un
gran destrozo.
Hay cantantes que nunca han mostrado aptitudes canoras, pero
han suplido sus carencias escribiendo canciones simples, diseñadas
matemáticamente y cortadas con hacha; el caso paradigmático es el de los
británicos The Kinks, cuyo compositor y solista (Ray Davis) creó sus temas
adaptándose a sus dotes; los resultados fueron (son) evidentes. Otros, sin
embargo, no son conscientes de sus limitaciones y se atreven con todo, y así,
unos desafinan, otros retuercen la melodía hasta convertirla en un trapo sucio,
este canta sin el mínimo sentimiento pero forzando y gritando, y aquel no se da
cuenta de que la pieza que ha escogido le va como a un Cristo dos pistolas. No
pocos ‘versioneadores’ creen que darle nuevo matiz a un éxito es distorsionar
la melodía hasta hacerla irreconocible, pensando que así se muestra su
personalidad, cuando lo único que se evidencia es una total falta de respeto
por la melodía y por su autor.
Pero el caso extremo es el de quienes, ajenos a cualquier
indicio de vergüenza, tienen el descaro y la osadía de arremeter contra
clásicos del rock, el pop o cualquier género sin reparar en sus escasos dones,
en su lejanía del talento, en su basta torpeza. En los últimos tiempos se ha
asistido en España a auténticas vergüenzas (o desvergüenzas), de esas que
obligan a torcer el gesto como no queriendo asistir a la lapidación de una partitura
(aunque no se puede olvidar que algunos han hecho excelentes adaptaciones).
Melendi se ha arrancado con el ‘Angie’ de The Rolling Stones
con un resultado entre tronchante y calamitoso. Basto la mayor parte del
tiempo, sin una pizca de gracia o encanto y sin la más leve armonía, el
asturiano no se da cuenta de que la canción no es que no congenie con su
estilo, sino que se dan de tortas, como la voz Louis Armstrong en la ópera,
como Alejandro Sanz con los Ramones…, un auténtico crimen. Lo peor es cuando
Melendi tiene que entonar más alto, pues la voz se vuelve graznido, y lo mejor
es que no se parece a Melendi.
También puede recordarse el crimen que Enrique Iglesias
perpetró con el ‘Chica de ayer’ de Nacha Pop hace unos diez años. Convirtió una
melodía emblemática y representativa de una época en tonadilla de cantante
afectado y lacrimógeno, de solista baboso y quejumbroso que llora y lamenta. Lo
único bueno que tuvo aquel atentado fue que el malogrado Antonio Vega se
llevaría algo en concepto de derechos de autor.
Y qué se puede decir acerca del acto de terrorismo artístico que Ramoncín ha
consumado con el ‘Come as you are’ de Nirvana. Desafina como un perro, olvida
la letra y se la inventa, entra a destiempo…, e igualmente queda claro que el
tipo está pensando en otra cosa, que está como ausente, de modo que canta ésa
igual que podía cantar los ‘Pajaritos’, no transmite más que sonrojo e
interpreta sin fuerza y sin voz. Lo mejor es que Kurt Cobain, aunque hubiera
estado vivo, nunca se hubiera enterado de este desacato.
Hay muchos otros casos, como las versiones aflamencadas de
títulos célebres (achispadas y graciosas, pero sólo para un momento de
disparate), pero pocos tan flagrantes como estos. Y es que la falta de sentido
artístico y estético permite pocas alegrías, es decir, hay que se consciente de
lo que se es, y tratar de no salirse para no caer en el ridículo.
El virtuoso y polifacético artista del XVII español Alonso
Cano poseía una sensibilidad artística extraordinaria, un sentido único para
encontrar la belleza y la excelencia; a punto de morir, un asistente le acercó
un crucifijo que él rechazó con violencia (tenía muy malas pulgas), dejando
perplejos a todos, pues era un hombre muy religioso; inmediatamente quedó todo
claro, pues pidió que le trajeran sólo la cruz, ya que si le presentaban un
crucifijo mal hecho, se iría al otro mundo en pecado… De haber vivido hoy,
Alonso Cano viviría en un psiquiátrico.
CARLOS DEL RIEGO
ARTÍCULO INCLUIDO EN TAMTAM press |
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