OPINIÓN

HISTORIA

domingo, 21 de octubre de 2012

VERSIONES DE JUZGADO DE GUARDIA Dice el saber tradicional que la ignorancia es muy atrevida, cosa que se demuestra prácticamente a diario; en el caso de algunos cantantes que se atreven con canciones ajenas el dicho se cumple con mayor frecuencia



Hacer algo propio de una canción que otros popularizaron siempre es un riesgo, pues el original es el original y es invariablemente la referencia. No pocos cantantes logran acercarse a lo que hizo el autor (o primer intérprete), e incluso los hay que le dan un nuevo y atractivo sentido a la pieza, pero otros tantos consiguen que la melodía que tan armónicamente acariciaba los oídos se convierta en algo molesto y digno de sonrojo, en algo cercano a la fechoría suficiente para denunciar. Esto último sucede cuando el atrevido se siente capaz de aportar algo a esa canción, pero su falta de gusto, de gracia, de sentido estético se impone, consiguiendo sólo protagonizar un gran destrozo.

Hay cantantes que nunca han mostrado aptitudes canoras, pero han suplido sus carencias escribiendo canciones simples, diseñadas matemáticamente y cortadas con hacha; el caso paradigmático es el de los británicos The Kinks, cuyo compositor y solista (Ray Davis) creó sus temas adaptándose a sus dotes; los resultados fueron (son) evidentes. Otros, sin embargo, no son conscientes de sus limitaciones y se atreven con todo, y así, unos desafinan, otros retuercen la melodía hasta convertirla en un trapo sucio, este canta sin el mínimo sentimiento pero forzando y gritando, y aquel no se da cuenta de que la pieza que ha escogido le va como a un Cristo dos pistolas. No pocos ‘versioneadores’ creen que darle nuevo matiz a un éxito es distorsionar la melodía hasta hacerla irreconocible, pensando que así se muestra su personalidad, cuando lo único que se evidencia es una total falta de respeto por la melodía y por su autor.

Pero el caso extremo es el de quienes, ajenos a cualquier indicio de vergüenza, tienen el descaro y la osadía de arremeter contra clásicos del rock, el pop o cualquier género sin reparar en sus escasos dones, en su lejanía del talento, en su basta torpeza. En los últimos tiempos se ha asistido en España a auténticas vergüenzas (o desvergüenzas), de esas que obligan a torcer el gesto como no queriendo asistir a la lapidación de una partitura (aunque no se puede olvidar que algunos han hecho excelentes adaptaciones).

Melendi se ha arrancado con el ‘Angie’ de The Rolling Stones con un resultado entre tronchante y calamitoso. Basto la mayor parte del tiempo, sin una pizca de gracia o encanto y sin la más leve armonía, el asturiano no se da cuenta de que la canción no es que no congenie con su estilo, sino que se dan de tortas, como la voz Louis Armstrong en la ópera, como Alejandro Sanz con los Ramones…, un auténtico crimen. Lo peor es cuando Melendi tiene que entonar más alto, pues la voz se vuelve graznido, y lo mejor es que no se parece a Melendi.
También puede recordarse el crimen que Enrique Iglesias perpetró con el ‘Chica de ayer’ de Nacha Pop hace unos diez años. Convirtió una melodía emblemática y representativa de una época en tonadilla de cantante afectado y lacrimógeno, de solista baboso y quejumbroso que llora y lamenta. Lo único bueno que tuvo aquel atentado fue que el malogrado Antonio Vega se llevaría algo en concepto de derechos de autor.    

Y qué se puede decir acerca del acto de terrorismo artístico que Ramoncín ha consumado con el ‘Come as you are’ de Nirvana. Desafina como un perro, olvida la letra y se la inventa, entra a destiempo…, e igualmente queda claro que el tipo está pensando en otra cosa, que está como ausente, de modo que canta ésa igual que podía cantar los ‘Pajaritos’, no transmite más que sonrojo e interpreta sin fuerza y sin voz. Lo mejor es que Kurt Cobain, aunque hubiera estado vivo, nunca se hubiera enterado de este desacato.


Hay muchos otros casos, como las versiones aflamencadas de títulos célebres (achispadas y graciosas, pero sólo para un momento de disparate), pero pocos tan flagrantes como estos. Y es que la falta de sentido artístico y estético permite pocas alegrías, es decir, hay que se consciente de lo que se es, y tratar de no salirse para no caer en el ridículo.

El virtuoso y polifacético artista del XVII español Alonso Cano poseía una sensibilidad artística extraordinaria, un sentido único para encontrar la belleza y la excelencia; a punto de morir, un asistente le acercó un crucifijo que él rechazó con violencia (tenía muy malas pulgas), dejando perplejos a todos, pues era un hombre muy religioso; inmediatamente quedó todo claro, pues pidió que le trajeran sólo la cruz, ya que si le presentaban un crucifijo mal hecho, se iría al otro mundo en pecado… De haber vivido hoy, Alonso Cano viviría en un psiquiátrico.    

CARLOS DEL RIEGO

ARTÍCULO INCLUIDO EN TAMTAM press

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