El jugador de hockey Álex Fábregas demostró, con sus declaraciones, que su sentimiento nacionalista es muy débil y tiene escaso valor, pues lo cambia a la primera ocasión. |
Algunos de los deportistas que tomaron
parte en los recién finalizados Juegos de la XXX Olimpiada Londres 2012, lo
hicieron bajo una bandera que, según ellos, no los representa; es decir, no se
sentían ciudadanos del país al que defendían en las pistas. Y si lo hicieron,
si desfilaron bajo esa enseña fue “porque no había más remedio, porque de otro
modo jamás hubiéramos participado en unos Juegos Olímpicos, porque no tenía
otra opción”.
En el caso de España algún deportista lo declaró abiertamente
(postura que no es nueva y que en ciertos deportes no es extraña), mientras que
en otros países, aunque no con declaraciones directas, sí fue manifestado tal
sentimiento con posturas, gestos e incluso amenazas de boicot contra los
símbolos del país para el que iban a competir, pero como los comités de los
juegos advirtieron de que cualquier menosprecio a bandera o himno supondría la
retirada inmediata de la acreditación, ninguno fue más allá.
De este modo, puede deducirse que el
nacionalista que defiende los intereses deportivos de un país que no siente
como suyo está siendo un auténtico hipócrita y está traicionado sus ideas,
quedando demostrado que sus convicciones nacionalistas no son muy profundas, ya
que está dispuesto a renunciar a ellas a poco que se pongan a prueba; es decir,
cuando aquel sentimiento nacionalista (que generalmente está acompañado por
animadversión hacia el país que tienen por represor,
invasor o cosa similar) se convierte
en obstáculo, no pierde un segundo en tomar su decisión, que invariablemente
será favorable a sus intereses y contraria a su presunto nacionalismo. Parece evidente,
en fin, que ese convencimiento es muy superficial, pues a nada que se rasca
desaparece, y si es así es porque es producto de haberse dejado convencer por
la propaganda oficial, de no querer parecer algo distinto en un ámbito
uniformado ideológicamente, del temor a que, si no declara uno su adhesión
incondicional a la causa, se verá desfavorecido por el poder, señalado como traidor, apartado y boicoteado (tal ha
ocurrido con algún cantante). Salvando las distancias, ¿alguien se imagina un
palestino compitiendo bajo bandera israelí?, no, porque su credo, su
sentimiento está profundamente arraigado. Y por otro lado, también resulta
determinante para comprender la traición a su pensamiento el hecho de la
aparición de dinero, fama, prestigio, que hace que muchos que se proclaman
nacionalistas convencidos y activos arrinconen rápidamente su patriotismo como
algo molesto que hay que esconder.
Si su convicción es cien por cien
separatista, lo coherente, lo que al menos demostraría integridad y por tanto
respeto, hubiera sido anunciar a su debido momento la oportuna renuncia, y si
aquella mentalidad no es suficientemente sólida para renunciar, lo oportuno es
callarse, pues la sinceridad hay que demostrarla en todo momento, incluso
cuando cuesta algo. Pero no es así, sino que aquel sentimiento se vende a la
primera ocasión, como demuestra el ejemplo del jugador de hockey del equipo
español Álex Fábregas, quien entre otras cosas afirmó que “Mi sentimiento es
catalán..., cuando juego no pienso en España”. Por el contrario, hace alrededor
de 40 años, Juan Manuel Serrat dijo que o cantaba en catalán o no iba a
Eurovisión representando a España, y no fue; acertado o equivocado, el cantante
demostró coherencia y valentía. ¡Qué diferente la postura del artista (que
jamás ha mostrado inclinación nacionalista-separatista) de la del deportista!
CARLOS DEL RIEGO
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