Quién podría decir que la elgante Wilma Rudolph había padecido poliomieltis |
Un año olímpico es algo especial, y no
sólo en el ámbito deportivo, ya que la cita hace variar los planes de muchas
personas en todas las esferas de la sociedad. Y si es especial es porque
cualquier modalidad deportiva que se disputa en los Juegos Olímpicos aún
conserva ese halo de épica, ese espíritu de gesta, de hazaña en la que una
persona se convierte en el centro absoluto del planeta (al menos desde el punto
de vista de los medios de comunicación y su proyección en la sociedad).
Los grandes nombres de la historia de los
juegos son, muy mayoritariamente, masculinos, sin embargo, desde que se
permitió a las mujeres participar (cosa a la que siempre se opuso el refundador
de los juegos, Pierre de Coubertain, cuyas opiniones no se pueden sacar de su
época), ellas han protagonizado asombrosas proezas deportivas. Ciertamente es
tal la cantidad de grandísimas campeonas que han dado las 29 ediciones
celebradas hasta la fecha (en realidad son 26, pero se computan los juegos que
no llegaron a celebrarse a causa de la guerra), que se necesitarían mil páginas
para narrar sus logros en la pista.
Ya en los primeros juegos de la era
moderna, Atenas 1896, una mujer que vivía en las calles, una indigente llamada
Stamati Reviti, quiso tomar la salida en el maratón, pero los jueces se lo
impidieron; al día siguiente, empezó a correr desde la llanura de Marathon
hacia Atenas para demostrar que ellas son capaces de soportar lo mismo que
ellos; llegó al estadio y se la invitó a entrar, pero para mostrar su protesta
se negó, y terminó su carrera dando una vuelta al estadio por fuera. Fue
rebautizada como Melpomene, la diosa de la tragedia. Aquel espíritu, aquella
energía desbordante merecía un oro.
Quién podría decir que la elegante Wilma Rudolph había padecido poliomielitis |
En las siguientes ediciones de los juegos
las mujeres tomaron parte en deportes como el tenis o el golf, pero hubo que
esperar a Londres 1908 para que entraran en el programa oficial. La primera
gran campeona olímpica fue Suzanne Lenglen (nombre que hoy tiene la pista
central del torneo Roland Garros de París), que ganó la competición de tenis de
Amberes 1920 perdiendo sólo cuatro juegos en los diez sets que disputó; otro
detalle es que entre 1919 y 1926 sólo perdió un partido (¿alguien ha vuelto a
repetir tal proeza?). Se trata de la primera mujer que ha pasado a la historia
por sus méritos deportivos.
Una curiosidad que vuelve a mostrar que
los Juegos Olímpicos son fuente inagotable de hechos asombrosos se produjo en
Berlín 1936. La estadounidense Helen Stephens ganó los 100 metros lisos, pero
muchos en el estadio afirmaban que era un hombre, sobre todo los polacos, que aseguraban
que sólo un hombre podía ganar a su campeona Walasiewicz. Stephens, harta de
todo ello, se desnudó en público (la escena esta recogida en la imprescindible
película ‘Olympia’ de Leni Rifensthal) dejando claro a todo el mundo que era
una mujer. Pero lo más asombroso de todo, lo que sólo ocurre en los juegos, es
que la polaca Walasiewicz sí era un hombre, como se demostró tras su muerte.
¡Por eso los polacos decían que sólo un hombre podría ganar a su campeón/a!
Tras la
II Guerra Mundial, los juegos volvieron a
Londres, en una edición muy austera donde hubo que recurrir incluso al
racionamiento (Argentina envió un barco de carne). Allí brilló la holandesa
Fanny Blankers-Koen, ‘la mamá olímpica’, ‘la holandesa voladora’, una de las
más grandes deportistas de todos los tiempos y uno de los mejores atletas que
jamás ha pisado un estadio. Había participado en Berlín 1936, con 18 años, con
buenos resultados (quinta en relevos), pero llegó la guerra y se suspendieron
los juegos de 1940 y 44, lo que le robó muchos triunfos, muchas medallas. Ya en
Londres 1948, con 30 años, dos hijos y otro que corrió en su seno por la ceniza
londinense, Fanny pudo demostrar sus insuperables condiciones atléticas.
Venció
en las cuatro pruebas en las que se inscribió (100 y 200 metros lisos, 80 metros vallas y el
relevo 4x100), aunque hubiera podido vencer también en salto de longitud (la
campeona quedó a medio metro de las marcas habituales de Koen) y de altura,
pero la longitud casi coincidía con una de sus carreras, así que dijo preferir
“ganar un oro que dos platas, pues no hubiera podido concentrarme en dos
pruebas casi a la vez”. Al regresar a su país fue recibida por una multitud que
la aclamaba entusiasmada, pero ella, con cara de enorme sorpresa, dijo “¿y todo
esto sólo por ganar unas carreras?”. Muchos años después, en 1993, Fanny fue
invitada a recorrer la recta final del estadio de Wembley, allí donde se
convirtió en mito, para recibir el aplauso del público londinense, que le
brindó una estremecedora, una emocionantísima ovación; muchos de los que le
rindieron tan merecido homenaje (algunos con lágrimas en los ojos) recordaban aquellos
momentos en los que la habían visto correr allí mismo 45 años atrás. Ojalá la
edición de 2012 dé tanto como la de 1948.
Suzanne Lenglen, campeona olímpica en Londres 1908 y primera gran deportista de la historia |
La australiana Betty Couthbert, ‘la chica
de oro’, es el único atleta (hombre o mujer) que posee las medallas de oro en
los 100, 200 y 400 metros
lisos. Con sólo 18 años venció en Sydney 1956 en 100, 200 (con rédord del
mundo) y relevo 4x100 metros. En los siguientes juegos, Roma 1960, se lesionó
en las rondas previas y hubo de retirarse; pero no se desalentó, y en Tokyo
1964 se inscribió y venció en los 400 lisos, que por primera vez eran
disputados por mujeres. La esclerosis múltiple la relegó, pero ella jamás dejó
de competir y aun hoy sigue haciéndolo en la pista de la solidaridad.
Precisamente en Roma 1960 hizo su
aparición ‘la gacela negra’, la elegantísima Wilma Rudolph, quien venció en 100
y 200 lisos y relevo corto con una facilidad pasmosa y con una gracilidad en su
carrera que los espectadores que presenciaron boquiabiertos su exhibición,
jamás podrían haber sospechado que ese prodigio físico de 1,81 metros y 60 kilos
había sido una niña enclenque, enfermiza y que estuvo a punto de morir al
nacer. Fue la decimonovena (hay otras fuentes que afirman que era la vigésima) hija
de un hombre con dos esposas y 22 hijos; nacida prematura, pesó menos de dos
kilos, y en el parto estuvieron al borde de la muerte ella y la madre (no hay
que olvidar que eran negros en el profundo sur de Estados Unidos en 1940). Con
tales precedentes, no es difícil entender porqué Wilma era un niña muy
predispuesta a las enfermedades: además de las típicas de los niños, también
fue afectada por la varicela y la escarlatina, padeció una pulmonía doble que
otra vez la tuvo a las puertas de la muerte y a los cuatro años se le
diagnosticó poliomielitis, lo que le dejó una pierna más débil y un pie
deformado.
“Nunca caminará con normalidad” le dijo el médico que la atendió,
pero su madre (que debía tener un coraje a prueba de desánimo) buscó y buscó
hasta que encontró un hospital para negros donde aceptaron tratar a la niña;
así, durante dos largos años, Wilma y su madre recorrieron cien kilómetros dos
veces por semana para ir a recibir el tratamiento. Después, un armazón de metal
en la pierna y unos ejercicios específicos (realizados con toda tenacidad)
consiguieron que Wilma caminara sin prótesis, muletas ni ayuda alguna. Tan sólo
cuatro años más tarde, sana y con sus facultades a pleno rendimiento, con
apenas 16 años, acudió a los Juegos de Melburne 1956, quedando tercera en el
relevo 4x100 metros. En la siguiente cita olímpica se forjó la leyenda, esa que
habla de un espíritu de superación casi imposible, esa que trata de la niña
discapacitada que nunca caminaría normalmente pero que alcanzó la gloria en el
estadio. Tal vez tanto mérito como a Wilma haya que atribuirle a su madre. Un
par de años después dejó el deporte para dedicarse a luchar contra el racismo y
a trabajar para que la mujer se integrara totalmente en el deporte. Falleció de
cáncer en 1994. La fiesta oficial del estado de Tennessee es el 23 de junio, el
día de su nacimiento, el ‘Día de Wilma Rudolph’. Debió ser una mujer
excepcional.
Cuando ellas quieren algo son capaces de
todo..., y esto es sólo una mínima muestra de todo lo que han aportado al
olimpismo.
CARLOS DEL RIEGO
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