La perspectiva que sólo da el tiempo
permite apreciar el arte de otras épocas con muchos más elementos de juicio,
con un distanciamiento que proporciona mucha mayor lucidez. Esto sucede también
con la música rock que, al ser una recién nacida comparada con la pintura o la
escultura, precisa mucha menos distanciamiento, por lo que tres o cuatro
décadas son suficientes para revisar y analizar discos y canciones y situarlos
en el lugar que les corresponde.En la historia del rock, la década de los
setenta del siglo pasado fue extraordinariamente prolífica en cuanto a
creatividad se refiere. Y precisamente hace cuarenta años (excusa recurrente
pero irresistible) el gran Neil Young lanzaba una de sus obras maestras, el
maravilloso ‘Harvest’, capaz de transportar a quien lo escucha a un
melancólico, emotivo y evocador universo country con brillantes matices de pop,
rock, folk e incluso ambientación orquestal.
Compositor inspiradísimo desde sus
inicios, Neil Young es considerado por muchos como uno de los mejores autores de
canciones, a la altura de Bob Dylan, Van Morrison, o Lennon-McCartney y
Jagger-Richards (sí, se podrían añadir a al menos otros diez o doce). Su
carrera, al ser tan extensa, tiene sus altibajos, pero la menos inspirada
partitura del canadiense tiene más rock que no menos de la mitad de los discos
que se editan.
‘Harvest’ vio la luz a comienzos del año
1972 (¡qué gran añada para el rock!), y para acompañarlo, Young contó con un
grupo de estudio y con sus viejos amigos David Crosby, Stephen Stills, Graham
Nash, James Taylor y Linda Ronstadt. Esta maravilla que cautiva desde la
primera nota tiene la particularidad de que todos sus temas, los diez, son de
ritmo pausado, lento en su mayoría y con apenas algún medio tiempo que rompe la tendencia, pero a pesar de ello
engancha de tal modo que cada escucha emociona más y más. Es tal su densidad
que impide al oyente escapar de su atracción, de modo que es imposible dejar de
prestarle atención, es un disco que no sirve como ambiental o de fondo, exige
todos los sentidos.
Comienza con un poderoso y rocoso ritmo de
batería, muy cadencioso, al que se superpone la evocadora armónica e
inmediatamente la voz nasal y alta de Yung; el steel guitar de este ‘Out of the
weekend’ y las guitarras la convierten en un rock lento y característico del
estilo del artista. Sigue la pieza que da título al álbum, que entra con
guitarras que dan paso a la voz, la cual desglosa otro prodigio de melodía
nuevamente acompañada por un steel que atrapa, emociona, pone la carne de
gallina. ‘A man needs a maid’ vuelve a ser otra convulsión, otra subida de
adrenalina, más teatral, casi trágica y con momentos de ambiente grandioso con
orquesta sinfónica; pero cuando la voz vuelve a quedarse sola con el piano,
queda patente que la composición puede aparecer al desnudo y brillar
igualmente.
“Me estoy haciendo viejo pero sigo
buscando un corazón de oro”, dice ‘Heart of gold’, para muchas personas en todo
el mundo una de las cinco mejores canciones jamás escritas. Esa entrada
irresistible, esa armónica y esa colosal sucesión de notas que remueve las
entrañas del más frío pueden llevar, si la ocasión es propicia, a un estado
cercano al éxtasis; y por si fuera poco, las moduladas y armónicas voces de
Taylor y Ronstadt, ideales y perfectamente encajadas en el sonido, en la
intención de esta pieza que no deja de sorprender, de emocionar por más veces
que la escuches.
Con ‘Are you Reddy for the country’
termina la primera cara; tiene ritmo más vivo y una steel que acompaña
continuamente al solista, invita a moverse con suavidad y a cantar junto a
Crosby y Nash. Country de cinco estrellas.
La cara B arranca con otra delicia
sureña, con una acústica y un bajo que preceden a una de las más bonitas
entradas vocales, ‘Old man’; canción de contrastes, pasa de momentos delicados
a explosiones con potentes armonías vocales, aunque el predominio vuelve a ser
en medio tiempo con acompañamiento contenido, con steel, con banjo, acústicas.
Preciosa. ‘There´s a world’ es otra melosa balada con decoración orquestal, muy
sinfónica.
‘Alabama’ vuelve a subir las pulsaciones
a 200 por minuto. Desde esa entrada eléctrica y pesada con que empieza, casi (o
sin casi) el tema se sitúa cerca de la balada heavy, sentida, intencionada, con
veneno oculto, con reproches. Dura, severa, ‘Alabama’ es ya más que una canción
de Neil Young y está indisolublemente unida al ‘Sweet home Alabama’ de Lynyrd
Skynyrd. Todo buen aficionado conoce la polémica que, en realidad, no fue
tanta; el ‘Alabama’ dispara contra el sur por su pasado (y a veces presente)
racista, mientras que el ‘Sweet home...’ se defiende diciendo algo así como “Oí
que el señor Young nos menospreciaba, pero que recuerde que un sureño no lo
necesita por aquí”. El caso es que la cosa no pasó de ahí, Neil Young siempre
dijo que la canción de los Lynyrd era fabulosa y que se sentía orgulloso de que
se le mencionara en ella, mientras que los de Lynyrd (algunos muertos al poco
en accidente de avión) matizaron que lo malo es que Young generalizaba, que no
todos en el sur son sudistas. Estuvieron a punto de salir juntos al escenario
para cantar a la vez los dos temas, pero no se presentó la ocasión. En fin, la
polémica tiene poco recorrido, pero produjo dos canciones sublimes,
imprescindibles, tan distintas como inseparables.
Y luego llega esa pieza aparentemente
ligera pero profunda, triste, cargada de lamento y pena, ‘La aguja y el daño
hecho’, que con apenas un par de acústicas construye un canto a la desgracia de
las muertes a causa de la droga; la melodía vuelve a cautivar de principio a
fin, exquisita y sencilla. El disco termina con ‘Words’, tema que nuevamente
vuelve al ritmo cadencioso y cansado y en el que las voces y coros cobran gran
protagonismo en un ambiente cargado y a veces angustioso. Otra muestra del
momento de enorme inspiración que vivía el genial indio canadiense, un
personaje y un artista cuya trayectoria en ambas vertientes denota una
personalidad y un talento extraordinarios.
Si se tiene química con Neil Young
siempre se tendrá alguien a quien recurrir cuando se necesite música. Y
‘Harvest’ estará eternamente dispuesto.
CARLOS DEL RIEGO
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