Prisioneros trabajando en una mina, hacia 1935
Barracón de prisioneros en Siberia, como puede verse no se quitaban ni las botas
Todo el mundo podría citar los nombres
de los campos de concentración nazis, pero muy pocos serían capaces de mencionar
un par de los que integraban el Gulag soviético. La explicación es que los
nazis fueron derrotados y sus campos liberados e investigados, mientras que la
Unión Soviética y sus campos de concentración no. Gran parte de los millones de
deportados y muertos en el Gulag eran mujeres y niños
Una de las primeras obsesiones de Stalin
al tomar el poder era la rápida industrialización de la Unión Soviética, y para
ello recuperó una vieja tradición de sus odiados zares: el trabajo esclavo.
Así, pensó en los campos de concentración siberianos, a donde podía enviar a
quien quisiera (las deportaciones aumentaban cuando había que reponer mano de
obra). A pesar de que Rusia nunca ha
permitido que investigadores independientes examinaran campos y archivos, son
bastante conocidas las condiciones en que vivían (es un decir) los condenados.
Pero, en general, quienes más sufrieron en las prisiones siberianas fueron
mujeres y niños, que conocieron mejor que nadie aquel terror rojo y helado (con
mínimas de hasta 80 bajo cero).
Según el sacerdote e historiador
ucraniano Ivan Lebedovych: “Nada puede ser más aterrador y peligroso que una
ventisca siberiana. Los lobos mueren y los perros no pueden ni olfatear los
rastros más frescos”. Perfecta descripción de lo que era aquel lugar; puede
añadirse que a los guardias no les importaba nada que murieran los presos, de
hecho preferían que murieran de frío que de un tiro, de hambre, enfermedad o
accidente, puesto que si los mataba el frío apenas tenían que hacer papeleo.
Cualquiera podía ser enviado a Siberia
durante la existencia de la URSS. Su código penal enumera muchas ‘violaciones
de la ley’ que son absolutamente indefinidas y en las que cabe prácticamente
todo. Y es que todo puede ser calificado de ‘sabotaje contra-revolucionario’ o
‘traición capitalista’, desde llegar tarde al trabajo hasta desafinar durante
un ensayo de la banda del pueblo. Todo podía ser considerado traición o
antirrevolucionario por los ‘jueces’ soviéticos. Por ejemplo ser gay era
considerado un crimen de alta traición al Estado y las relaciones homosexuales se
castigaban con penas de prisión de entre tres y cinco años en Siberia. Pero en
realidad, cualquier cosa podía cabrear a Stalin y su jauría: una joven de 18
años (Lyudmila Khachatryan) se casó con un yugoslavo, algo que no era peligroso
porque Yugoslavia era país amigo, pero cuando surgió el choque entre Stalin y
Tito (dictador yugoslavo), los esbirros estalinistas se lanzaron sobre ella, la
violaron, la torturaron y la mandaron a Siberia (sin siquiera un juicio-farsa)
durante ocho años.
Legalmente las mujeres de la Unión
Soviética tenían casi los mismos derechos que los hombres. Pero la igualdad legal
estaba a miles de kilómetros de la igualdad real, condición que se multiplicaba
en los campos siberianos. Y es que, además de todo lo que debía sufrir el preso
en el Gulag (hambre, frío, violencia, frío, enfermedad, frío…) la mujer tenía
que soportar una degradación mayor, con abusos sexuales y físicos diarios, incluyendo
palizas masivas y violaciones en grupo, perpetradas tanto por los guardias como
por sus compañeros presos; en fin, las pobres desdichadas no estaban seguras
nunca, ni aun cuando se iban los carceleros. Todo infeliz enviado a Siberia era
humillado, vejado y despojado de su dignidad, pero la degradación que sufrieron
las mujeres fue mayor, inimaginable, aterradora.
No extraña que muchas de ellas trataran
de encontrar algo de protección vendiéndose a cambio de más comida, mejor
trato, mejores condiciones de vida… Lógicamente se produjeron muchísimos
embarazos (era inimaginable que se proporcionaran anticonceptivos), la mayoría
de los cuales no llegaban a término, principalmente a causa de que las
embarazadas no tenían ningún privilegio: su trabajo y condiciones eran igual
que los de las demás. Y cuando se llegaba al parto, lo habitual era que los
funcionarios se llevaran al bebé, de modo que casi todas las que fueron madres
en esa sucursal del infierno jamás volvieron a saber de sus hijos cuando (las
más afortunadas) pudieron salir.
También hubo niños en los campos de trabajo
del Gulag, los cuales sufrieron severa desnutrición, frío, continuos abusos,
violencia, frío, abandono... La experiencia tuvo que ser tan traumática que los
pocos supervivientes arrastraron el resto de sus vidas graves lesiones y serios
problemas psicológicos. Una investigadora inglesa descubrió que muchos niños y
adolescentes ni siquiera eran capaces de hablar, sino que se comunicaban con
aullidos y sonidos guturales. Lógicamente, la mortalidad infantil era
elevadísima, y la violencia era constante por parte de los guardias y los
propios compañeros de infortunio; y no faltaban espías ni chivatos. A partir de
1935 la presencia de chiquillos aumentó enormemente, puesto que ese año se
modificó la ley para que los mayores de 12 años pudieran ser juzgados y condenados
como adultos. Según el libro ‘Children of the Gulag (Frierson & Vilensky,
2010), de los casi veinte millones de condenados a los campos de trabajo en esa
década, casi el 40% eran niños o adolescentes; muchos de ellos eran chicos de
la calle, huérfanos sin hogar, mendigos a los que nadie jamás reclamó.
No ha sido fácil averiguar qué pasó
allí, puesto que hasta décadas después, hasta el fin de la URSS, los ex
prisioneros del Gulag tenían prohibido hablar de ello, y los castigos por
contarlo los hubieran devuelto a Siberia. Es casi seguro que nunca se sepa el
número de deportados ni el de muertos, pero hay indicios: ‘la carretera de los
huesos’ se llama así porque a sus lados, a poca profundidad, están los huesos
de los miles de esclavos que murieron al hacerla; hasta hace unos años, cuando
un verano venía caluroso en Siberia y se descongelaba el suelo (el permafrost),
por el río Kolimá bajaban flotando camisas, pantalones, chaquetas, abrigos,
ropa interior…
CARLOS DEL RIEGO