miércoles, 29 de junio de 2016

‘BREXIT’, POPULISMOS, TONTOS Y ULTRAS La pataleta que algo más de la mitad de los ingleses han dado antes de marcharse dando un portazo presenta no pocas lecturas y elementos de análisis, los cuales definen a algunos implicados.

Esta es una de las ideas que han provocado la separación.
Sí, hay varios protagonistas en esta disparatada tragicomedia. Así, James Cameron, el principal culpable del problema, es lo que se dice un imbécil, un tonto, un cantamañanas, un producto de la política de partidos, la cual coloca en puestos máximos a auténticos majaderos. Y la prueba de ello es que ha creado un problema, un enorme problema, donde no lo había, pues no tenía ni la más mínima obligación de convocar un referéndum de tal calibre. Pero Cameron (que ya estuvo a punto de propiciar la secesión de Escocia y romper su país sin verdadero motivo) es lo que se dice un memo sin malicia y sin dobles intenciones, un tontorrón ausente de astucia, sutileza o codicia… es, en fin, un verdadero ‘inmaculate fool’ (¿alguien recuerda aquel grupo y su éxito homónimo?), es decir un tonto perfecto, inmaculado. Y es que, a diferencia del político artero y sibilino que siempre calcula las consecuencias de sus actos, el modelo Cameron, el corto de entendederas, no piensa qué puede pasar cuando habla o actúa, sino que simplemente lo hace, sin más: lo que le parece una buena idea lo pone en práctica sin dar trabajo a la mollera. Esta es una de las perversiones de los partidos políticos: que pueden lograr la proeza de que un zoquete con menos cerebro que una alpargata se convierta en presidente.

Su compatriota, el laborista Jeremy Corbyn, es otra cosa. A pesar de que sus lugartenientes lo han dejado prácticamente sólo y tiene tres cuartos de partido en contra, permanece impávido en su sillón como si la cosa no fuera con él a pesar del batacazo recibido. Pero no se puede esperar otra cosa de este caradura, vago (ni siquiera hizo el esfuerzo de terminar sus estudios y echó la culpa de su abandono a ‘los profes me tienen manía y el sistema es muy malo’), mediocre (no tiene ni oficio ni beneficio y si dependiera de su mérito y esfuerzo sería un indigente), inútil (nunca ha conseguido nada, absolutamente nada, sólo ha manifestado, proclamado, posicionado, votado, intentado…, pero logros objetivos, nada), y cobarde (jamás se ha atrevido a bajar de la limusina de la política y trabajar pie a tierra). Es este otro modelo de político, mucho más experto en nadar y guardar la ropa y, como auténtico catedrático en estas lides, conocedor de que para seguir en el mundillo hay que resistir por muy mal que vengan dadas.  

Como casi todos los que quieren independizarse, los que despotrican de la Unión Europea desean mantener lo que los beneficia y desprenderse de lo que los obliga. Tal ha demostrado Nigel Farage, uno de ultras que han liderado la segregación británica, quien ha tenido la desfachatez de presentarse en el Parlamento Europeo para defender su postura a la vez que exigía que no se obligase a su país pagar aranceles y otras tasas comerciales como corresponde a una nación ajena a la UE; así es como proceden otros separatistas, que quieren mantener las ventajas pero librarse de responsabilidades y deberes. Tal vez por eso los directivos europeístas han instado a los representantes ingleses a que comuniquen su decisión cuanto antes, y cuanto antes empiece la desconexión, ya que se temen la ambigüedad británica, el “me voy pero no del todo” (igual que hacen con Gibraltar, que para unas cosas es colonia, para otras territorio británico de ultramar y para otras espacio soberano, según convenga). De hecho, ha pasado una semana y aun no han comunicado oficialmente la resolución del pueblo británico, es decir, aun no han solicitado su salida de la Unión. Lo que subyace en este tipo de profesional del independentismo más populachero es el enredo y la manipulación, hábitats que le resultan muy cómodos.  
     
También ha demostrado el asunto del ‘brexit’ la coincidencia entre las ultraderechas y las ultraizquierdas de toda Europa: sus métodos siempre son los mismos, pero hay veces, como esta, en que también lo son sus fines. Así, el populismo, xenofobia y nacionalismo extremos de los partidos más carcundas y a la diestra en Inglaterra, Francia, Holanda, Italia (hasta Trump lo celebra)…, se dan la mano con la eurofobia, el populismo y la demagogia de los partidos más anti y a la siniestra en Grecia o España (aunque algunos cambien de piel según requiera la ocasión, no vayan a perder sus nuevas poltronas). También se calcan los extremos el recurso de echar la culpa de todos los males de su país a los otros, al resto de Europa en este caso. E igualmente concuerdan los ultras de uno y otro lado en presentarse como paladines de la libertad, cuando en realidad todos ellos son profundamente liberticidas. Sí, como escribió el genial y prolífico Pedro Muñoz Seca, ‘Los extremeños se tocan’. 
  
Por último parece evidente que un referéndum de tanta trascendencia no debe decidirse por márgenes tan escuálidos como el que ha arrojado este, pues un dos o tres por ciento es una ventaja ocasional, circunstancial, coyuntural, de manera que en poco tiempo esa pequeña proporción puede cambiar de opinión, con lo que la mayoría ya estaría en contra de la decisión. Para tomar un camino que va a afectar de un modo tan determinante a todo un país es preciso (o debería serlo) una proporción mucho mayor (por ejemplo, dos tercios).   

Sí, la cosa tiene múltiples lecturas.

CARLOS DEL RIEGO

lunes, 27 de junio de 2016

ROCK, RUPTURA Y SEPARACIÓN El asunto del ‘Brexit’ (Br es abreviatura de Britain, y exit significa salida), o sea, el divorcio entre Reino Unido y Unión Europea, tiene paralelismos con la ruptura de relaciones que tanto se ha tratado en el mundillo del rock.

'No pierdes nada cuando pierdes a un falso amigo', cantaba Joan Jett 
La política es una de las mayores causas de desavenencia entre personas. Política es la decisión de alejarse del resto de Europa que han tomado los ingleses (V-16), y también lo es la actividad de los partidos, sobre todo con elecciones por medio. Sea como sea, la política suele provocar el enfrentamiento que conduce a la separación. El universo del rock, siempre dispuesto a poner ritmo a cualquier sentimiento profundo y apasionado, ha tratado el doloroso asunto del cisma con profusión; cierto que la mayor parte de las rupturas con partitura de este género son de índole sentimental, pero también se ha ocupado de otros tipos de desuniones.


Abundantes autores de pop, rock y derivados han abordado el “ya no quiero saber nade de ti” (palabras que algo más de la mitad del Reino Unido ha dicho alto y claro) desde diversos puntos de vista; esas canciones reflejan simplemente el fin del amor, el de la amistad o el de cualquier relación personal. Sea como sea, parecen apropiadas para momentos en los que el desacuerdo y el repudio han asaltado las portadas de todos los medios de información. Se pueden seleccionar infinidad de melodías que hablan del “márchate” o del “me voy para siempre”; aquí van algunas de las más meritorias y reconocibles.

Como es sabido, cuando Fleetwood Mac grabó su superventas ‘Rumours’ (1977) estaban todos sus miembros a la greña, sobre todo entre maridos y mujeres. Por eso, el evocador y exitoso ‘Go your own way’ (algo así como ‘vete por tu camino’) parecía de obligada composición. “Amarte no es lo mejor que puede hacerse”, dice, y añade “¿cómo puedo hacerlo si no quieres nada de mí?”, así que “puedes largarte por tu propio camino”. Sí, sin duda la cosa va de tirarse los trastos a la cabeza uno a otra y otra a uno pero, bien mirado y cambiado la palabra ‘amarte’ por ‘acompañarte’, esos versos podrían ilustrar perfectamente la salida británica de la Unión Europea.   

Lo contrario es lo que sugiere el clásico de Maurice Williams & The Zodiacs ‘Stay, just a little big longer’, ‘Quédate, sólo un poquito más’. Publicada en 1960, esta melodía ha traspasado décadas a través de múltiples versiones; realmente la intención de ese ruego es muy adolescente, pues es el chaval el que, más o menos, le dice a la chica ese juvenil: “quédate aunque sólo sea otro ratito, lo que digan tu padre y tu madre no importa, por favor quédate y echemos otro baile”… En este caso es difícil imaginarse a los gerifaltes de Bruselas suplicando a los de Londres: “quedaros y sigamos bailando juntos”.

De hecho, lo que dirían desde la UE a UK sería más al estilo agresivo de Ramones con su despectivo ‘Glad to see you go’, o sea, ‘Encantado de verte marchar’. E incluso como el insuperable ‘Hit the road Jack’ con el que el genial Ray Charles obtuvo un enorme éxito en 1961; el texto es explícito: “toma el camino y no vuelvas nunca más, nunca más, nunca más”, y por si no quedara todo bien claro, luego explica que en caso contrario, “empaquetaría mis cosas y me largaría yo”. También la rocosa cantante y guitarrista estadounidense Joan Jett dijo algo al respecto y con intenciones parecidas; fue en su no muy conocido ‘Fake friends’ (1983), en el que sentenciaba “no pierdes nada cuando pierdes a un falso amigo”…, gran verdad que, fácilmente, estarán mascullando los europeos despechados.

Una forma desconcertante de ver el abandono de la casa común es la que cuenta McCartney en el ‘She´s leaving home’ que The Beatles incluyeron en el prodigioso ‘Sergeant Pepper’ (1967). Basada en la historia real de una adolescente que abandona su casa dejando una nota a sus padres, esta maravillosa canción contiene un glorioso estribillo con un diálogo de lo más emotivo: “Ella (le dimos lo mejor de nuestras vidas) se va (sacrificamos nuestras vidas) de casa (le compramos todo lo que pudimos)”. Expresa la sorpresa por la huida, la incomprensión, el no saber por qué…, un poco como la defección británica.     

Finalmente parece oportuna la amistosa ‘Why can´t we be friends?’ (1975) de los estadounidenses War. Ese ‘¿Por qué no podemos ser amigos?’ se repite insistentemente a lo largo de la pieza, como si el protagonista pretendiera que su interlocutor se cansara de escuchar la tonadilla y aceptara el ofrecimiento de amistad; asimismo afirma que “el color de tu piel no me importa, puesto que podemos vivir en armonía”. No parece, sin embargo, que la postura endogámica de la mitad de los hijos de Albión pudiera cambiar tras escuchar tan afectuosas palabras.

¿Cómo hay que tomarse este infantil ‘ya no te ajunto’ de los britis? ¿Como el raycharlesiano ‘vete y no vuelvas nunca más’? ¿Cómo el suplicante ‘quédate y echemos otro baile juntos’? ¿O como el conciliador ‘por qué no podemos ser amigos’?


CARLOS DEL RIEGO

jueves, 23 de junio de 2016

REFUGIADOS. Según el informe de la ONU, el número total de refugiados, desplazados o exiliados que viajan sin saber a dónde ha superado los 65 millones, siendo la mitad menores. Ante tal calamidad, los gobiernos e instituciones, en el mejor de los casos, sólo ponen parches.

Para evitar la tragedia de los refugiados no basta con poner parches, sino que hay que atacar la raíz del problema.
La población occidental bienintencionada exige acogerlos, a todos, bienvenidos sean cuantos vengan… Sin embargo, la cosa es muchísimo más complicada, de modo que si se pretende hacer una análisis serio y riguroso, así como buscar una solución, hay que tener en cuenta diversos factores. En primer lugar es preciso asumir que nadie se va de su casa por gusto (o casi nadie), lo que quiere decir que quien se pone en camino lo hace obligado básicamente por dos causas: desastres naturales (hambre, sequía, carencias de todo tipo y, en menor medida, catástrofes como terremotos o inundaciones), o empujado por otras personas (guerra, opresión, fanatismo, persecución…). Así, acoger sin más no deja de ser un parche, un arreglo de emergencia, es decir, no es solución; hay que buscar y atacar la raíz del problema, sólo así se logrará solventar (en lo posible) este mal. Además, la emigración excesiva es terrible para el país emisor, pues pierde uno de sus principales activos, sus jóvenes, que son quienes emprenden el camino; asimismo, la huida de ciertos territorios significa el abandono de la tierra natal, con lo que no sólo se produce sensación de desarraigo, sino que el territorio abandonado terminará por desertizarse.  

Si la causa es la naturaleza, ya sea en forma de un entorno de pobreza generalizada y necesidades básicas, la solución no es llamar y acoger o enviar dinero y recursos. Gobiernos y poblaciones del llamado primer mundo suelen responden a los desastres  rascándose el bolsillo (con mayor o menor generosidad). Sin embargo, todos esos cuartos no son más que un pequeño remiendo, de modo que podría decirse que es tonto esperar a que se produzca la tragedia para poner en marcha un apaño momentáneo. Lo que debería hacerse (y esto es sólo una opinión) es invertir de una vez en los países que lo necesiten, es decir, reunir todo lo que surja de la solidaridad de unos y otros, ya sean gobiernos e instituciones, empresas y multinacionales o población en general, y destinarlo a paliar las carencias estructurales de los países menos desarrollados; o sea, a construir infraestructuras, poner en marcha fábricas y centros de producción (siempre prestando atención especial al medio ambiente), potenciar y colocar en el mercado internacional lo poco o mucho que cada país beneficiario pudiera ofrecer: turismo, naturaleza, patrimonio… y, en fin, aquello que cada lugar de este planeta tiene de único y especial. Si todo se hace con orden, el país receptor terminaría por ordenarse, arrancará y tendrá un futuro. Claro que hay que tener presente que toda iniciativa siempre estará a expensas de la voluntad (buena o mala) de las personas…

Cuando el origen del éxodo es tan humano como la guerra, la violencia fanática y la persecución del semejante que piensa distinto, la solución será mucho más enrevesada y requerirá mucha colaboración internacional, lo cual complicará todo, a veces hasta el absurdo. Por ejemplo, actualmente (VI-16) la mayoría de los refugiados proceden de lugares donde se han hecho fuertes los extremistas religiosos que han regresado a la Alta Edad Media, volviendo la espalda así a siglos de avance social y de derechos. Combatir esta especie de absolutismo mental y moral es extremadamente difícil, y ello a pesar de que las pautas a seguir están claras y son de sobra conocidas: primero ahogar financieramente a las organizaciones violentas, las cuales no son difíciles de identificar, pues de eso se encargan ellas mismas; para ello es preciso el aislamiento internacional de los paraísos fiscales (los que se asumen como tales y los que parecen tener bula) que permiten los movimientos de compra-venta de esas organizaciones criminales; asimismo es imprescindible la vigilancia escrupulosa de terceros e intermediarios, ya sean gobiernos u organizaciones, que buscan hacer negocio sin importarles con quién lo hacen y cuya colaboración es fundamental para la existencia de las corporaciones terroristas. En segundo lugar, la comunidad democrática internacional tiene que imponer un mayor control a las fábricas y mercados de armas y suministros indispensables para la guerra; en este sentido conviene recordar que el Daes mostró hace unos meses una infinita hilera de camionetas nuevecitas que lucían en su trasera el nombre de una marca japonesa, eran cientos y cientos, cantidades que no están al alcance de un concesionario, es decir, sólo puede suministrarlas la fábrica (ya sea directamente o a través de intermediarios). Y por último, cuando las gentes con mentalidades ancladas en el Medievo sólo dispongan de armamento y tecnología militar acorde con su pensamiento, es preciso ayudar a las poblaciones autóctonas a perseguirlos hasta que la plaga haya sido extinguida.  

Es evidente que todo esto es teoría y que sobre el terreno surgirían infinidad de imprevistos. Sin embargo, si es la naturaleza la que obliga a marchar de casa y occidente pretende ayudar al refugiado, siempre será mejor (en todos los sentidos) que la ayuda se utilice para construir antes que para curar; en pocas palabras, es preferible proporcionar cañas y enseñar a pescar que quedarse sólo en dar peces. Y si es el hombre el que es lobo para el hombre, hay que enfrentarse a ello con voluntad y decisión, que siempre será mejor que limitarse a recoger exiliados, la mayoría de los cuales, sin duda, preferirían quedarse en su tierra.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 19 de junio de 2016

EL ROCK TAMBIÉN CANTA A LA MUERTE Quien escribe con mayor o menor regularidad, ya sea de modo profesional o no, antes o después lo hace sobre ese denominador común de todo el que vive: la visita de la Parca. En el cosmos del rock la flaca de la guadaña también está presente.

Dylan ha escrito varias canciones sobre la muerte, la más célebre es 'Knockin´ on heaven´s door', de la película Pat Garret & Billy the Kid.
Los protagonistas de la época gloriosa del rock han llegado ya a esa edad en que se empieza a pensar muy en serio sobre la muerte. Aunque no pocos de ellos llegaron a su meta siendo jóvenes, la mayoría resiste bastante bien cerca de los ochenta…, la mayoría, pues es fácil enumerar las bajas más recientes: Prince, Bowie, Emerson, Lemmy…, y más recientemente (VI-2016) un fantástico secundario como el guitarrista Henry McCullough (compañero de McCartney y muchos otros) o el español José Luis Armenteros  (autor de numerosos éxitos en castellano). Además, estos días se leen noticias como que Rick Parfitt, de Status Quo, está asomado al más allá tras un ataque al corazón; y que el cantante tejano Meat Loaf fue ingresado tras desmayarse durante un concierto; o que la mutante Cher ha visto cómo la enfermedad que contrajo hace treinta años la tiene a un paso del desenlace final.


No puede extrañar que los que escriben canciones también le dediquen alguna al momento en que cae definitivamente el telón. Si se habla de temas tétricos Joy Divison acude raudo a la memoria, pues muchas de sus composiciones (a pesar de que Curtis jamás quiso explicar de qué iban) tratan el asunto mortuorio en alguno de sus versos; ¡y qué decir de las portadas de sus discos! Pero hay muchísimo rock & roll cuyo texto se centra específicamente en el hecho fúnebre, ya sea en el de otros o en el propio.

Por ejemplo, resulta imposible escuchar el ‘Tears in heaven’ de Eric Clapton sin recordar que la escribió tras la muerte accidental de su hijo de 4 años; en realidad, ¿qué puede hacer un músico ante tal tragedia?, la respuesta es fácil: música, una canción. Así, ‘Lágrimas en el cielo’ contagia la tristeza infinita del padre que entierra a su niño (¿puede haber algo peor?). El virtuosismo de ‘Mano lenta’ se vuelve aquí emoción descarnada, sincera, profunda, pero también resignación y esperanza: “¿Sabrías mi nombre si te viese en el cielo? (…) Más allá de la puerta hay paz, estoy seguro (…) Debo ser fuerte y seguir adelante, porque (aun) no encajo aquí en el cielo”. La delicada melodía, acompañada por esa acústica magistral, el bajo, el steel guitar… Bueno, es verdaderamente difícil sujetar las emociones cuando se escucha una obra maestra con tanto corazón. Conmovedora.

En el otro extremo está la mucho más bruta ‘Hell´s bells’ de los eternos AC DC. Las campanas a muerto dan paso a un toque de guitarra inconfundible para cualquier iniciado en esto del rock. Y suelta la nueva voz, a gritos, verdades como puños: “Aun eres joven pero vas a morir (…) no perdonaré ninguna vida, nadie se resiste (…) voy a atraparte, Satanás te atrapará”. Da la impresión de que es como si la Parca estuviera al servicio Pedro Botero. Ritmo y sonido son en esta pieza los constantes en toda la trayectoria de la banda de los Young, no hay variación…, ni nadie la espera.    

El prolífico Bob Dylan ha escrito varias veces sobre el momento postrero. Tal vez la más recordada, versioneada, canturreada y escuchada sea la excelente ‘Knokin´ on heaven´s door’. Compuesta para una peli del oeste, el comienzo no puede ser más elocuente, ya que el sheriff acaba de recibir un tiro y dice: “Mamá, quítame la insignia, no puedo usarla más (…) está muy oscuro para mí, me siento como si estuviera llamando a las puertas del cielo”. El insistente estribillo (“llamando, llamando, llamando a las puertas del cielo”) entra tan fácilmente que no hay modo de dejar de tararear…

Sorprendentemente elegante es el ‘Wake me up when september ends’ de Green Day. Es una lenta melancólica en la que B. J. Armstrong recuerda la prematura muerte de su padre cuando él tenía diez años. “Como mi padre vino se fue (…) despiértame cuando termine septiembre”; y luego contiene versos tan emotivos como “nunca olvidaré lo que perdí (…) empapado en mi pena otra vez”. El autor contó, además, que como su viejo murió en septiembre, él no quiso saber nada hasta que este mes terminara…      

Neil Young rinde tributo a uno de sus músicos y a un amigo, ambos muertos por sobredosis, en su tremendo ‘Tonight is the night’.

No puede faltar la inmortal ‘Don´t fear the Reaper’ de los inimitables Blue Oyster Cult. Alguna vez se dijo que contenía un mensaje suicida, como si ese “no temas a la muerte” animara a darle la mano a la de la guadaña. Sin embargo, en realidad habla de ella como inevitable, y de que, por tanto, no hay que temer ese momento. Atípica en el sonido y ambiente de la banda, se ha convertido en un título emblemático que se escucha con agrado en todo momento…, incluso tal vez en ese tan indeseado.

Y tampoco puede olvidarse el ‘Show must go on’ de Queen. Cuando Freddy estaba a unos meses de morir grabó este tema como queriendo decir que pase lo que pase ‘el espectáculo debe continuar’. Cuentan que, durante las sesiones, apenas podía caminar, y que nadie se explica de dónde sacó energía suficiente para cantar. “Por dentro mi corazón se rompe (…) pronto daré la vuelta a la esquina (…) el espectáculo debe continuar” decía cuando ya tenía la certeza de que nada podía evitarle doblar esa esquina.

La muerte es, sin duda, uno de los temas sobre los que más se ha escrito desde que se inventó la escritura (hace más de cinco mil años), y en los tiempos del rock & roll no ha variado esa inclinación. Lo mejor es hacer caso a Benjamin Franklin cuando decía “No desperdicies tu tiempo, pues es la materia de la que está hecha la vida”. 


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 15 de junio de 2016

SUSPENSOS EN DEMOCRACIA, VIOLENTOS SEGUROS Se producen con regularidad en los últimos meses los ataques callejeros a personas que ejercen su libertad de expresión dentro de las reglas. ¿Su culpa?, tener unas ideas que no coinciden con las del agresor…, que siempre es un iletrado en democracia.

Unos fachas auténticos, muy valientes ellos, apalearon a dos chicas que apoyaban a la selección de fútbol.
La mayoría de esas agresiones proceden de extremistas que insultan, amenazan, destrozan y sacuden una buena tunda a quienes se atreven a tener una ideología distinta y manifestarlo abiertamente. Unas chicas que en Barcelona apoyan a la selección española de fútbol, unos voluntarios de un partido democrático en Madrid, otra mujer apaleada en una provincia de Castilla la Vieja…, así como múltiples charlas, encuentros y debates que los que no entienden qué es democracia boicotean con violencia; son algunos ejemplos notorios de la ignorancia del significado y la esencia de este modelo político, y por eso, los matones suelen acompañar la agresión con insultos como “nazis, fascistas”…   

El problema reside en que hay muchos que no son capaces de asumir una ideología contraria, de modo que cuando se topan con ella reaccionan violentamente; es decir, hay personas que no han interiorizado el significado y la esencia de la democracia (el respeto a otra creencia). Todo ello tiene una muy fácil explicación: aunque resulte difícil de entender, es evidente que hay mucha gente que aun no ha comprendido las reglas del juego (de la convivencia), y por eso reaccionan violentamente cuando alguien los contradice. Un síntoma del analfabetismo democrático en que viven muchas (muchísimas) criaturas es la identificación entre la ideología liberal, conservadora o de derechas con el fascismo o el nazismo; la diferencia (abismal) entre una cosa y otra reside en que el partido conservador democrático repudia la violencia y respeta los Derechos Humanos y las normas surgidas del parlamento legítimo, mientras que el grupo fascista odia a los que no lo son, desprecia al discrepante y reacciona con rabia y violencia ante el que opina diferente. En resumen, en contra de lo que creen muchos con escaso conocimiento del asunto, tener ideas conservadoras no equivale a ser fascista. Ni muchísimo menos.   
    
Así, es oportuno preguntarse ¿quién es el fascista, el que utiliza la libertad para expresarse legalmente o el que le embiste, ataca y golpea con odio? ¿Alguien se imagina a la Gestapo, las SS o las Juventudes Hitlerianas atizando a comunistas, judíos, homosexuales, gitanos… a la vez que les llama “nazis de mierda” o “sucios fascistas”? Pues esto es lo que están haciendo muchos individuos cuyo pensamiento aún no ha entendido ni integrado el concepto de respeto a la opinión contraria, de modo que no son capaces de caer en la cuenta de que se están comportando como lo hacían los Camisas Negras en Italia o los de Fuerza Nueva en España. En estos y en aquellos casos subyace el más puro relativismo moral: se sienten posesores del único modo de pensar admisible y, por tanto, se creen superiores moralmente, de modo que están convencidos de que pueden despreciar y, llegado el caso, sacudir legítimamente a los demás.

Igualmente es síntoma de total ignorancia de lo democrático el hecho de tildar de fascista a quien porta la bandera roja y amarilla; sólo mentalidades estrechas y totalmente exentas del más elemental concepto de lo que es el respeto al otro pueden funcionar de ese modo. Es increíble, en fin, que aun haya que recordar que la bandera de España lo es mucho antes de que empezaran los 40 años del franquismo.
El analfabeto democrático, en fin, estaría encantado de que se ilegalizaran los partidos contrarios a su ideología; así, si estuviera en su mano, el ultraderechista suprimiría y perseguiría toda agrupación política, sindical o social que fuera considerada roja; e igualmente, el ultra de izquierdas no duda en exigir la ilegalización de cualquier cosa que suene conservadora o de derechas; en uno y otro caso se pretende la imposición del pensamiento único. Es el maniqueísmo en estado puro: son buenos todos los que piensan de un modo y malos los que opinan lo contrario. Casi nadie duda actualmente de la necesidad de los grupos de izquierdas, sin embargo, sí que hay cantidad de ciudadanos que no ven más que perjuicios e inconvenientes en la existencia de partidos conservadores. La derecha democrática, en contra del parecer de los que no han logrado entender qué significan esos términos, es absolutamente imprescindible para que exista una democracia verdadera y sana, del mismo modo que lo son los partidos de izquierda que respetan las reglas de la libertad y el pluralismo. En caso contrario, si una de esas posturas trata de imponerse por la fuerza, se llegará al totalitarismo, ya sea comunista o fascista.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 12 de junio de 2016

EL ROCK Y LOS RECUERDOS DE LA ESCUELA Muchas son las canciones que, en clave de rock, evocan los juveniles días de pupitre y recreo, tiempos de profundas emociones. No hay, por tanto, autor de canciones que eluda un tema con tanto bueno y tanto malo que recordar.

El rock & roll del instituto de Ramones
Son los de junio los últimos días de clase. Acaba el cole y empiezan las vacaciones con  gran felicidad del estudiante. Sin embargo, es aquella una época determinante en la vida de todo individuo: los años de la escuela, la primera camaradería, las complicidades, las burlas y los motes al profe, los palos y/o castigos, el recreo y el bocadillo, el patio y los juegos, las primeras miradas a las chicas (o a los chicos) y las posteriores exageraciones en pandilla… Sí, son años que marcan. Habrá quien los añore con nostalgia y cariño y habrá quien los tenga como un mal recuerdo. Por eso, el tema es muy habitual en el universo del rock, de manera que quienes se encargan de escribir las canciones, antes o después echan un vistazo a sus días de colegial.

Sam Cooke trató el tema con la visión de su tiempo.
Abundan las letras de grandes canciones que se detienen en torno a este asunto, y todo el que tenga algún interés podría citar de memoria unas cuantas. A botepronto cualquiera mencionaría el enorme éxito ‘Another brick on the wall’ de Pink Floyd, pieza emblemática que comienza con el desafiante “No necesitamos no educación”, con esa disparatada doble negación que deja claro que Roger Waters no estuvo muy atento en clase de lengua aquel día; asimismo es reconocible el grito “¡Eh, profe, deja a los chicos tranquilos!”; es evidente que el despótico músico no tiene añoranza de sus años de escolar. También sonará al aficionado el ambiente rockabilly de los Stray Cats cuando en su ‘Sexy + 17’ decían algo así como “no tengo ganas de ir a la escuela (…) no pueden hacerme ir (…) empieza demasiado pronto”. El pionero Chuck Berry (a quien le gustaban demasiado las escolares) en ‘School days’ hablaba de los problemas en el comedor de la escuela. Los estadounidenses The Replacements, con su elocuente título ‘Fuck school’ (‘maldito colegio’, en buenas palabras), certifican cómo lo recuerdan. Tampoco puede olvidarse el añejo ‘Días de escuela’ de los madrileños Asfalto, que tan bien describían aquellos colegios españoles de los años sesenta del siglo pasado.




Los británicos Madness, siempre divertidos y con una visión alegre y desenfadada de la vida, recuerdan sus horas de clase de buen grado en ‘Baggy trousers’ (pantalones anchos, o bombachos); el autor, Suggs, el cantante, apunta en la canción que no lo pasó tan mal en el cole, de hecho, él mismo señaló que la escribió como contrapartida a la mencionada de Pink Floyd. Así, a lo largo de su letra repite “¡qué bien lo pasábamos!, aunque en su momento nos parecía que lo pasábamos fatal (…)  todos los niños han ido a pelearse con los del cole de al lado, todos los trimestres esa es la regla (…) jugando al fútbol, dando patadas a las bicis (…) lo único que aprendí en el cole fue a romper las reglas”. Si un texto de buenos recuerdos, como este, se envuelve en un trepidante ritmo ska y se dota a todo el tema de un ambiente de ingenuo buen humor, el resultado es esta irresistible canción. Optimismo y buen rollo convertidos en música.

Por su parte, los neoyorquinos Ramones, muchas veces rabiosos como punks que eran, rememoran sus días de escuela secundaria con sentimientos encontrados en su fantástica ‘Rock & roll high school’. En ella sueltan con total claridad “Odio a los profesores y al director”, y además, algo así como “me la suda la Historia”, pero también hablan de chicas, de coches y de diversión y de que, en realidad, “ahí es donde quiero estar”. La canción, puro rock & roll en el fondo y en la forma, vio hasta tres versiones, y los propios integrantes del grupo solían decir que las sesiones de grabación con el productor Phil Spector eran una auténtica tortura. 
Mucho más ingenua es ‘Wonderful world’ del inolvidable Sam Cooke. Cuenta el chaval que no tiene ni idea de Historia, ni de Biología, ni de Ciencias, ni de Francés, puesto que lo único que le interesa es el amor de la chica para que todo se vuelva ‘un mundo maravilloso’; y luego  sigue repasando el horario y explicando que no sabe nada de Algebra, Trigonometría, Cálculo…, pero si para lograr que ella lo ame tiene que sacar matrícula… El arreglo es simple, discreto, con esa voz clara que transmite sinceridad y esos coros tan habituales en los últimos cincuenta y primeros sesenta del XX.

Había buenos y malos momentos, pero es verdaderamente extraño que muchas de las peripecias y aventuras escolares no regresen una y otra vez a la memoria, provoquen nostalgia y, seguro, una sonrisa.

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 8 de junio de 2016

SI FALSIFICAR Y ROBAR 80 € CUESTA 6 AÑOS DE CÁRCEL, TRINCAR MIL MILLONES COSTARÁ… Toda la prensa se ha hecho eco del individuo que ha sido condenado a seis años de cárcel por falsificar una tarjeta y llevarse unos pocos euros; teniendo España la que tiene encima, ¿cuántos años pasarán en la trena los que se han llevado miles de millones?

Luis Roldán cometió delitos similares, pero con un montante de millones de euros, por lo que fue condenado a 30 años. 
No poca indignación ha provocado la entrada en prisión de un joven (que seguro dista mucho de ser un ciudadano ejemplar) acusado de haber falsificado una tarjeta de crédito y estafado con ella 80 euros, lo que le ha costado una condenada de seis años de cárcel. Parece un castigo desproporcionado, sobre todo teniendo en cuenta todo lo que ha sucedido en España en las últimas décadas, en las que la corrupción política y financiera no ha dejado un día sin asaltar las páginas de los periódicos. Citando sólo los casos más escandalosos y recientes, no habrá ciudadano que no se haya echado las manos a la cabeza al comprobar el volumen del fraude, hurto y latrocinio que han protagonizado  cientos de personas implicadas en la Gürtel, la Púnica, los Ere y los cursos de formación (podrían señalarse tantos desfalcos que apenas hay palabras para denominarlos).

Tirando por lo bajo, cada uno de esos procesos ha desvelado estafas o saqueos por valores superiores a los mil millones de euros; así, es fácil hacer las cuentas: si timar 80 pavos (y falsificar la tarjeta, y mentir a las autoridades) cuesta seis años, timar mil millones (falsificando documentos, mintiendo a diestro y siniestro) debería costar 75 millones de años de cárcel a cada timador… Sin embargo, cuando se haya probado la participación de todos esos políticos y chorizos de guante blanco en tan monstruosos saqueos, el espectador se quedará atónito ante la levedad de las condenas, sobre todo si se comparan con la del pequeño delincuente que usó una tarjeta clonada para llevarse tan ‘desmesurada’ cantidad; es más, podría apostarse a que la aplastante mayoría de los implicados en los sumarios mencionados ni siquiera pasarán un día entre rejas, y si alguno ingresa en la trena, no será ningún cargo importante, sino algún que otro desdichado funcionario o político de tercer escalafón.

Pero es que el pasmado contribuyente aún puede escandalizarse mucho más: en una capital de provincia del noroeste del país, un tipo ha sido estos días (VI-2016) condenado por asesinato a 17 años de privación de libertad (ya había penado otros seis o siete por un asesinato anterior); de este modo, puede hacerse el siguiente cálculo: si caen seis años por falsificar, mentir y robar 80 euros, y 17 por asesinato, eso significa que matar tiene un coste aproximado de poco más de 240 euros. Igualmente, todo aquel que lea periódicos sabe de carteristas que roban cantidades similares o mayores una y otra vez hasta acumular cientos (¡cientos!) de delitos probados y que jamás entran en prisión…¡Y qué decir de los políticos autonómicos que se pasan la ley por el forro sin que tengan nada que temer! Pero aún se puede llegar más lejos en la odiosa comparativa: asesinos terroristas que han segado más de veinte vidas apenas han pagado con veinte o veintitantos años de la suya (como si quitar cada vida costara tanta cárcel como falsificar y robar cuatro veces 80 euros); sí, fueron condenados a cientos e incluso miles de años, pero la cosa no deja de ser una burla, ya que la mayoría apenas ha pencado con dos décadas de trullo. ¿Alguien puede defender una legislación tan infamemente desproporcionada?      

La proporcionalidad no es una virtud del código penal español, cosa que bien puede achacarse a los legisladores. Pero por otro lado está el asunto de la interpretación, que ya es cosa personal del encargado de dictar sentencia, o sea, del juez. Muchos señalarán que el juez no hace sino aplicar la ley, sin embargo, si la cosa fuera tan sencilla, si sólo hubiera que encajar el delito en los casos contemplados por la legislación existente, ¿para qué se necesitarían jueces?; se introduce cada caso en un ordenador que contenga todos los códigos penales existentes, y luego se añaden los informes policiales del caso, testimonios, alegaciones de la defensa y la acusación, antecedentes, eximentes, atenuantes, agravantes y, en fin, todo lo que de un lado y otro pudiera aportarse, de modo que la computadora emitiera su fallo de un modo frío y calculado… Pero no, el juez tiene que interpretar y tener en cuenta circunstancias y particularidades, para eso está; y por ello, debe exigírsele proporcionalidad, sobre todo para no caer en desproporcionados agravios comparativos, como en el mencionado caso de los 80 euros, en el que salta a la vista la actuación desproporcionada del togado…, y de los posteriores altos tribunales, que se han limitado a denegar el indulto de un modo frío y automático como la respuesta a un alegación contra una multa de tráfico. ¡Qué distintas serían (serán, seguro) las cosas cuando el implicado sea un importante político! Hay un caso ilustrativo: el del que fuera Director de la Guardia Civil, Luis Roldán, falsificó, defraudó, mintió y huyó con el equivalente a unos 15 millones de euros (la mayoría no han aparecido), por lo que fue condenado a 30 años.

Tratando de pasar por encima de la indignación, hay que tener presente que el juez es tan persona como cualquiera y, por tanto, tan sujeta al error como los demás. El que tiene que tomar este tipo de decisiones (ya sea un magistrado, un árbitro de fútbol o un jurado de los Premios Nobel) tarde o temprano se equivocará y una injusticia al tomar su decisión (aunque sea indudable su buena fe); así, ¿cuántas veces la Verdad será distinta de la verdad a la que se llega tras un juicio?, ¿y cuántas veces la ley y su administración se habrán equivocado tanto con los robaperas como con los grandes mangantes? Cierto que quien dicta sentencia tiene no sólo una profunda preparación, sino también toda la información disponible; pero a pesar de ello, el señor juez se verá involuntaria e inevitablemente influido por sus creencias, su ideología, su experiencia, sus valores, su modo de ser, su capacidad de empatía..., en fin, por todo eso que constituye el ser persona, el ser único.

No es que este raterillo no se merezca el castigo, sino que parece que no se aplica la misma vara de medir (por parte del legislador y del juez) cuando se trata de grandes y grandísimos delincuentes.   


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 5 de junio de 2016

ICONOS DEL ROCK SIN CAPACIDAD PARA COMPONER En el universo del pop y el rock lo que más se estila es que los propios grupos o cantantes sean autores de sus canciones, o al menos de la mayoría. Pero hay unos pocos solistas cuyo genio se ciñe exclusivamente a la interpretación.


Muchas veces, casi siempre, los músicos empiezan tocando versiones de aquellos que más potentemente les influyen, luego las alternan con las propias hasta que llega un momento en que sólo graban e interpretan cosecha propia. Existen muchas variaciones, claro, pero esa es la fórmula más utilizada. Por eso no son tantos los grandes del rock que, sin escribir prácticamente nada, se han instalado en el Olimpo del género sin desmerecer a los que, además de entonar con gusto, también atesoran el mérito creativo.

Tal vez las voces más reconocibles y exitosas que no aportaron ni letra ni música sean las de Elvis, Tina Turner, Joe Cocker y Art Garfunkel, cantantes que siempre fueron conocidos por su nombre, no como integrantes de…, salvo el pequeño matiz del último. Son cuatro texturas vocales muy diferentes, cuatro estilos de afrontar la melodía, cuatro personalidades con más o menos carácter.

Elvis es el cantar elegante sea el género que sea. Su voz funciona a la perfección atacando el rock más arrollador, pero también sabe acariciar la melodía más enamoradiza, no raspa nunca, siempre va suave, cálida, y queda muy apropiada en cualquiera de los muchos terrenos por los que navegó. El rey entona desde lo más profundo y desde ahí surge un sinfín de matices y otros tantos sentimientos. Sin embargo, nunca escribió una letra o compuso una melodía; si tiene algún título acreditado es por cuestiones económicas, promocionales, pero no porque él realmente participara en el proceso creativo. Igualmente, tampoco tocaba instrumento alguno a pesar de que le gustaba aparecer en escena con la guitarra colgada. No le hizo falta, su caudal artístico (y también su poderosa presencia) desborda cualquier medida.

Tina Turner es todo fuerza y pasión. Su complexión vocal sugiere drama, tragedia incluso, a veces transmite rabia y otras, las menos, más calma. Y ese porte vigoroso, descarado, casi insolente…, todo en ella es perfecto para el blues y el rythm, sobre todo en vivo. Acreditada como coautora junto a su marido (el indeseable Ike Turner) en cuatro o cinco temas, y sólo aparece como compositora en uno a lo largo de su extensísima trayectoria. No, lo suyo nunca fue escribir, su virtud consistía en arrollar al público, abrumarlo con ímpetu incontenible, con una personalidad inimitable. Magnetismo animal, dijo algún crítico.    

  
Joe Cocker podría ser descrito como un blanco pequeño con una enorme voz negra. Ésta es ronca y quebrada, tanto que hay ocasiones en que da impresión de esfuerzo extremo, de sufrimiento; brilló cantando blues, rock, rythm & blues, pop, soul…, y a pesar de lo brusca y agónica que sonaba su entonación, jamás perdía armonía. Por ello, se escuche cuando se escuche, sus excelentes revisiones transmiten siempre fuertes sensaciones. Sus movimientos erráticos, convulsos y crispados son, asimismo, otra de las características de este inconfundible solista. El caso es que en sus primeros discos sí que rubricó algunos temas como coautor, pero afortunadamente pronto se dio cuenta de que esto no era su fuerte, así que se decidió por una fórmula con la que se convirtió en gran figura del rock clásico: tomar canciones muy buenas y (esto es lo difícil) darles un nuevo matiz, aportarles nueva forma y colorido y, en no pocos casos, dotar a la partitura de una personalidad totalmente distinta, tan artística y valiosa como la original; incluso en algún significativo caso consiguió algo extremadamente difícil: mejorar la primera versión. Nunca se conformó con hacer simples fotocopias, por lo que, sin duda, Joe Cocker fue un mago de la re-interpretación.   


Garfunkel tenía (tiene) una voz de cristal, delicada, casi etérea, y por tanto, apropiada casi exclusivamente para lentas y medios tiempos: aquí lucía como muy pocos; pero por otro lado, nadie puede imaginarse al alto del dúo cantando a toda velocidad con tono y actitud desafiante. Como es sabido, el otro, el pequeño, Simón (sic), se encargaba de la parte creativa, por lo que el bueno de Art siempre fue algo así como el apellido de aquel, es decir, sus grandes méritos están asociados irremediablemente a los álbumes en pareja. Aunque en uno de sus últimos discos sí que apareció en los créditos como coautor en varios temas (junto a otros tres o cuatro), nunca ideó o participó en la concepción de ninguna pieza relevante o recordable. Planta hierática, estática, manos atrás y expresión casi mística, estas fueron sus señas de identidad en escena. En consecuencia, será recordado como un magnífico vocalista, como un imprescindible de una época y un subgénero, aunque de limitado registro y con poco carácter.  

Ninguno de los cuatro era diestro con guitarra, piano o cualquier instrumento, y tal vez fuera esta la causa de su imposibilidad para idear títulos para el recuerdo (hay que recordar que otros solistas que no tocan sí que firman canciones). Esa carencia, sin embargo, no les desacredita para ocupar un puesto entre los nombres icónicos de la música rock.    


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 1 de junio de 2016

¿ESTÁN EN DECADENCIA LOS JUEGOS OLÍMPICOS? No poco revuelo han provocado las declaraciones de Pau Gasol en torno a los Juegos de Río. Pero, en realidad, ese problema esconde algunos de los muchos que acechan a la gran cita deportiva, que va perdiendo su esencia y, tal vez, camina hacia su decadencia.

La preocupación sanitaria de Pau Gasol respecto a los Juegos de Río
no es la única a tener en cuenta 
El gran Gasol pone sobre la mesa dudas muy razonables acerca de los problemas sanitarios que puede ocasionar el ya famoso ‘virus del zika’; y no es una opinión desinformada, ya que más de un centenar y medio de científicos han firmado un escrito mediante el que aconsejan el aplazamiento o el traslado de los Juegos. Otros especialistas apoyan a la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cual quita importancia y peligrosidad a la picadura del mosquito y da la razón al COI, que ni siquiera ha sopesado la posibilidad de modificar fechas o sedes. Asimismo hay que tener en cuenta que el riesgo de contagio no sólo afecta a los participantes, sino también a los miles de espectadores que llegarán a Río procedentes de todo el planeta y que, en el peor de los casos, pueden llevar la enfermedad a cualquier rincón del mismo.

Pero la realidad señala muchos otros problemas que van a acompañar a deportistas y visitantes durante los Juegos de la trigésimo primera Olimpiada. Así, es noticia la actual situación del país anfitrión, acechado por imponentes dificultades políticas, sociales y económicas. Y por si fuera poco, siempre está la cuestión de la elevada inseguridad, con unos índices de delincuencia intimidatorios y una preocupante violencia extrema en cualquier calle de la que será la primera ciudad olímpica de Sudamérica; hace unos días unos regatistas españoles que volvían del entrenamiento fueron asaltados en plena calle y a la luz del día por unos pistoleros que los dejaron (literalmente) con lo puesto; meses atrás se supo de asaltos sexuales a la vista del público en los autobuses, siendo notorio el de una turista estadounidense que, asimismo, acusó de machismo y dejación a la policía cuando denunció; ¡y qué decir del repugnante caso de la adolescente atacada por nada menos que treinta hombres y grabado todo en vídeo! No puede extrañar que algunos brasileños famosos desaconsejen la visita a su país en las fechas olímpicas.

En el fondo lo que subyace es la postura dudosa, equívoca, del Comité Olímpico, que otorga la organización de los juegos de un modo no sólo arbitrario, sino totalmente oscuro y evidentemente sospechoso. No parece lógico que los votos sean secretos, puesto que de ese modo la cosa se presta a todo tipo de chanchullos; es más, no sólo deberían ser públicas las votaciones, sino que cada integrante del COI con derecho a voto debería explicar abiertamente el por qué de su decisión, ya que el secretismo da pie a monstruosos casos de corrupción, venta evidente de voluntades, circulación de dinero negro… En este sentido claman al cielo despropósitos inimaginables, como que se otorgue la organización del colosal evento a ciudades con todo por hacer en detrimento de otras que tenían mucho trabajo ya hecho; esto viene a demostrar de modo concluyente que miembros del comité comercian con su decisión: si una ciudad aspirante a olímpica tiene que construir las enormes infraestructuras e instalaciones, se pondrá en movimiento una cantidad ingente de dinero, parte del cual irá a parar a los bolsillos de los que secretamente deciden la sede, mientras que si apenas hay que construir nuevos estadios y recintos habrá menos pasta en circulación, con lo que el beneficio para los directivos del COI disminuirá; por ello se adjudican juegos (y otros eventos deportivos como el Mundial de Fútbol) en función de lo que cada miembro con derecho a voto puede recibir (los casos de corrupción en estos entornos son de sobra conocidos).

Desgraciadamente, los Juegos Olímpicos hace mucho que perdieron su inocencia, su espíritu; no es que anteriormente no hubiera tramposos, sinvergüenzas y aprovechados a su alrededor, pero la dimensión que todo ha adquirido últimamente es más que preocupante. Bien podría señalarse Múnich 72 como el inicio de la perversión de las citas olímpicas (con el secuestro y muerte de atletas a manos de terroristas), aunque también puede decirse que la cosa empezó a torcerse con la masacre sucedida en días previos a México 68. Luego, como es sabido, llegaron los boicots y la comprobación de infinitos casos de dopaje.

Tampoco es baladí la cuestión del programa olímpico. Así, en las últimas ediciones se han visto incluidos auténticos sucedáneos de deporte y disciplinas verdaderamente vergonzantes; por ejemplo el vóley playa, que está muy bien para jugar ahí, pero no para equipararse a las competiciones tradicionales (¿qué será lo siguiente, el torneo de pelotón de nivea?); e igualmente algo que se ha dado en llamar gimnasia acrobática, que es, objetivamente, una sandez con tanto de deporte como los catalanes castellets; y también está eso de las bicis BMX; en fin, que nadie se extrañe si en venideros juegos se incluyen las carreras de sacos, el soga-tira o el tute. Es evidente una vulgarización del programa, que pierde así su naturaleza, su alma, esa sustancia que de algún modo conecta al atleta de hoy con los de la Antigüedad.

Además, siguen en el calendario modalidades como la gimnasia artística o la natación sincronizada, que tienen mucho de arte y nada de deporte; en éste da igual que el ejercicio se haga de modo tosco o elegante, lo único que importa es llegar más lejos o más alto, llegar antes, anotar más…, sin que cuente lo bonita o fea que sea la ejecución, mientras que en esas gimnasias y nataciones lo que cuenta, lo que da el triunfo es la coordinación, la coreografía, la belleza, la originalidad…, incluso lo llamativo de la indumentaria o la sonrisa del protagonista, valores cien por cien artísticos pero en ningún caso deportivos. Por otro lado, modalidades con rancia tradición olímpica ya no tienen el menor sentido en la actualidad, así la doma clásica (equitación) o el pentatlón moderno.

Todo ello: el secretismo y el mercantilismo (que conducen al gigantismo), la vulgarización (que le quita el encanto de lo extraordinario), la intromisión de la política (que todo lo ensucia)… están quitando a los Juegos Olímpicos su encanto, su solemnidad, su esencia… Y sin contar con el eterno problema del dopaje.

Si Coubertin levantara la cabeza y viera qué han hecho con su ilusionante idea…

CARLOS DEL RIEGO