jueves, 28 de noviembre de 2013

TÓPICOS, ENGAÑOS Y CHAPUZAS DEL CINE El cine cuenta historias, algo que ha interesado al ser humano desde el Paleolítico. Pero el caso es que hay veces en que los guionistas y directores no se esfuerzan lo suficiente y recurren a tópicos y tics, a auténticas chapuzas, a manipulación, al disparate.


En La guerra de las galaxias, curiosamente, la república está dirigida por
 la reina Amidala o la princesa Leia
Si la peli en cuestión no tiene tono engolado y profundo se puede perdonar, pero si va de seria o trascendente, la cosa puede volverse decepcionante e incluso ridícula. No se trata de los clásicos errores o ingenuidades tan propias de las primeras décadas del siglo XX, como aquella de Bela Lugosi en la que secuestra a los buenos (él era el malo, claro, un chino malo) y los encierra en una habitación en la que hay… ¡un teléfono!; se trata de topicazos que se repiten insistentemente hasta que el buen observador consigue adelantar la acción, de trampas y manipulaciones que llevan al espectador a hacerse preguntas de imposible respuesta, o de situaciones verdaderamente disparatadas e incomprensibles, pues no hay que olvidar que incluso en la ciencia ficción o en la comedia alocada y delirante ha de haber siempre un nexo con la realidad, por minúsculo que sea, para que la cosa resulte mínimamente creíble y no se caiga en la estupidez y la ocurrencia sin gracia. Tampoco se trata de que los personajes nunca (salvo que sea necesario para el guión) hacen sus necesidades, que el prota se pelea con media docena de malos y no se despeina, sale del agua y cinco segundos después está totalmente seco o recibe varios directos al rostro y, con apenas un hilillo de sangre, se recupera inmediatamente de una panadera y se levanta a sacudir como si tal cosa; tampoco se trata de que siempre hay sitio para aparcar a la puerta, que la chica siempre se cubre con las sábanas al levantarse aunque esté sola o que con un solo porrazo se haga perder el sentido al incauto; y qué decir de los cigarrillos y copas de licor que, en segundos, aumentan y disminuyen milagrosamente.  

Este tipo de deslices son comprensibles y fáciles de entender y admitir, pero la cosa cambia cuando los encargados de contar la historia no saben cómo solucionar un problema narrativo y recurren a cualquier chapuza con la esperanza de que el espectador no repare en ello.

Todo amante del cine podría enumerar un buen número de tópicos que se llevan viendo en pantalla desde que se inventó el sonoro. Suelen terminar siendo graciosos, entrañables, como ese de la peli de terror en la que el más listo advierte “no os separéis, pues el bicho sólo ataca si estáis solos”, pero a las primeras de cambio uno se distrae con un ruidito y se separa sin decir ni pío, con resultado fácil de prever. Y en una de guerra, el que enseña la foto de la mujer y los hijos puede darse por muerto. En dramones folletinescos, si una embarazada se acerca a una escalera se adivina que caerá por ella con consecuencias trágicas. También es casi norma que todos los personajes de la cinta, por muy analfabetos, palurdos o rastreros que sean, tienen una dicción perfecta, un léxico riquísimo y preciso y una dentadura reluciente, cosa en la que suelen coincidir con matones y gánsteres de todo pelaje.

Por otro lado, la manipulación y el fraude narrativo son inadmisibles en películas donde prima el intelecto, donde el razonamiento lógico y deductivo resulta imprescindible en la proposición y la trama. Un ejemplo se da en ‘El silencio de los corderos; cuando el caníbal es transportado, va inmovilizado y escoltado por cincuenta policías, pero cuando hay que darle de comer está en una habitación apenas esposado a un barrote y con sólo dos polis vigilándole, los cuales han de entrar en la jaula y acercarse peligrosamente a él…, mientras en el vestíbulo del edificio hay docenas de maderos mano sobre mano. Asimismo, en ‘Seven’ se indica al comienzo que habrá siete asesinatos, uno por cada uno de los pecados capitales, sin embargo, si se cuentan, son ocho, uno de ellos sin relación con pecado alguno, o sea, los guionistas y directores cambiaron las reglas a mitad de partido, por lo que se puede afirmar que el espectador ha sido manipulado (en esta película hay otros patinazos severos e incomprensibles). En ambos casos los encargados de contar la historia han optado por no esforzarse y buscar una solución fácil y descabellada, en lugar de estrujarse el coco hasta hallar una salida que respetara la inteligencia del mirón.

Algunas películas célebres exhiben partes cuyo mensaje o situación es verdaderamente absurdo, inconcebible. Así, en ‘La guerra de las galaxias’ los buenos son los de la república, pero curiosamente ésta está dirigida por la princesa Leia en la primera trilogía y la reina Amidala en la (flojísima) segunda trilogía; o sea, se trata de una república monárquica… En la fabulosa ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, Vera Miles está a punto de casarse con John Wayne, pero no deja de gritarle y tratarlo con desprecio a lo largo de toda la película (excepto en una ocasión), resistiendo el pobre Tom estoicamente los desplantes; es más, en una ocasión ella le reprocha que todo lo soluciona con las armas, pero cuando se entera de que James Stewart (Ranson Stodard) va a enfrentarse a Valance (Lee Marvin) colt en mano, corre a suplicar a Tom que lo solucione con su revólver… En el ‘King Kong’ de 2005 hay una parte verdaderamente calamitosa; cuando todos huyen de la isla perseguidos por el gran gorila, la chica se pelea con sus salvadores porque no quiere que disparen al monito a pesar de que está liquidando gente a diestro y siniestro, y forcejea con quienes quieren llevarla al barco, puesto que ella desea que la dejen volver con su secuestrador, dando a entender que la neoyorquina de veintipocos prefiere quedarse en la isla con el mono; se trata de un caso extremo y esperpéntico de síndrome de Estocolmo, y el colmo es que no dice una palabra acerca de los que han muerto para salvarla, y sin embargo echa la lagrimita cuando el simio cae adormecido por el somnífero.

Otro caso distinto es el de los  filmes de época, que suelen caer frecuentemente (casi siempre) en el error fácil de hacer pensar y actuar a los personajes como si todo se desarrollara en la actualidad, algo parecido a lo que sucede en las de ciencia ficción, en las que todos viven, razonan y actúan tal y como se hace en el momento de filmar.
De todos modos, todo ello sea bienvenido cuando la peli logra lo importante, transmitir una emoción, una sensación, pues eso es lo que queda finalmente.

CARLOS DEL RIEGO


domingo, 24 de noviembre de 2013

HETERODOXOS, BICHOS RAROS Y PERDEDORES La gran mayoría de los grupos y solistas que han existido no han dejado huella; unos por tratar de salirse del camino ya trazado, otros por sus extravagancias y actitudes de lunático, y otros por no se sabe qué. Muchos de ellos, sin embargo, tuvieron mérito


Uno de los bichos más raros de la historia del rock, The Residents.
Es curioso pero existe una fascinación, una atracción románica, casi poética, por la figura del perdedor, el derrotado, el que nunca vio cumplidas sus ilusiones. La historia de la música rock está abarrotada de vencidos, de hecho, la mayoría de quienes han probado fortuna en este negocio jamás consiguieron asomar la cabeza ni se dejaron ver por las listas; algunos de los que se quedarán para siempre en el anonimato  no hicieron mérito suficiente, pero hay otros que sí aportaron, que sí tuvieron destellos de inspiración y que, por tanto, se merecían mejor trato por parte de la prensa, el público o la industria. 

Cada espectador tendrá en su memoria a aquel grupo o cantante que, hace una eternidad o el año pasado, tuvo un destello en el que pocos se fijaron, pero que él mantiene entre sus recuerdos sin saber muy bien por qué.


El capítulo de heterodoxos, de esos que quisieron ante todo salirse de lo común, está bien poblado, y aunque algunos lograron llamar la atención para convertirse en leyenda o nombre de culto, la mayoría pagaron cara su osadía y dejaron muy escasa huella. Y en todos los géneros ha habido disidentes. Por ejemplo, dentro del rock & roll y rockabilly se puede recordar a The Meteros, la trepidante banda británica (“sólo The Meteors es puro psichobilly”, decían) que lleva en activo desde 1980 y que, a pesar de haber publicado docenas de álbumes y haber recorrido miles de escenarios, jamás han pisado uno de primera división. Sus compatriotas King Kurt también se acercaban al rock & roll, pero lo suyo era más disparatado, enloquecido, divertido, y aunque hicieron algún amago, lo cierto es que jamás contaron con el favor del gran público. Woodentops es otra banda de largo recorrido que fabrica un pop-rock enérgico, sorprendente y llamativo, muy distinto a los estándares habituales y que, seguramente por eso, jamás se ha comido una rosca en el ‘show biz’. La poesía musicada de Anne Clark nunca salió de los ambientes más intelectuales a pesar de su extensísima producción. Igual que el sonido elitista, cristalino y delicado de la guitarra de Vini Reilly al frente de su Durutti Column, que goza de encendidos elogios pero jamás ha tenido recompensa. También se puede recordar a Scritti Politti o a Japan cuando se hace alusión a los que arriesgaron sin que su apuesta resultara ganadora. La lista es mucho más larga y todos tienen en común un atrevimiento casi suicida que, finalmente, definitivamente, los relegó a papeles muy secundarios a pesar de su indiscutible valía. ¿Alguno español?, ¿alguien se acuerda de Lavabos Iturriaga?

Bichos raros los ha habido siempre. No se trata de los que, como los anteriores, tratan de distinguirse sin salirse de los límites, sino de esos que no quieren tener nada que ver nadie, y que optan por el camino del disparate, del absurdo, de lo feo y desagradable incluso. Lógicamente, la repercusión de este tipo de bandas ha sido prácticamente nula. Aquí caben los increíbles The Residents, uno de los mayores misterios de la historia de la música del siglo pasado; sus integrantes nunca han revelado sus identidades, ni se han dejado fotografiar (salvo con disfraz), ni han concedido entrevistas ni, en fin, han querido tener nada que ver con la industria; su nombre procede de la peripecia de una maqueta que enviaron a una editorial, la cual fue rechazada y, ante la falta de un nombre en el remite, pusieron ‘To the residents’; han editado docenas y docenas de discos desde los primeros años setenta y siempre han permanecido en el anonimato, pues han señalado que sólo desde la oscuridad, ajeno a expectativas e influencias, puede el artista mantenerse puro; ¿su estilo?, disparatado y de difícil audición, sobre todo tras unos minutos de escucha. Pero lo máximo en el terreno del desvarío, el delirio o la locura con algún nexo con la música es lo de Whitehouse; baste señalar que uno de sus discos en directo apenas dura diez o doce minutos, pues al cabo de ese tiempo el público, enfurecido, asaltó el escenario con intención de romperlo todo y sacudir a los músicos; lo suyo es la provocación por la provocación. En el capítulo de bichos raros entran los Test Dept, Throbbing Gristle, o alemanes como Can, Amon Dull II o Einstürzende Neubauten… Por cierto, aquí encajan como un guante los españoles Los Iniciados.


Perdedores con encanto los ha habido siempre, algunos tocaron el éxito pero acabaron derrotados, y otros nunca lograron un reconocimiento a su mérito. ¿A alguien le suenan nombres como The Jazz Butcher, The Three Johns, The Origin, Bruce Woolley, SPK (nacido en un siquiátrico y con suicidios en su corta trayectoria), Big Pig o incluso The Flying Burrito Brothers? Pues todos ellos hicieron aportaciones valiosas, discos verdaderamente recomendables sin exceder los límites del rock o el pop. ¿Uno español que decidió permanecer en su “papel de nuevo perdedor”? Los Cardiacos.
Y es que, en realidad, la decepción de ilusiones y expectativas es lo más abundante dentro de este caprichoso universo.


CARLOS DEL RIEGO


viernes, 22 de noviembre de 2013

‘IN DUBIO, PRO REO’, O SEA, EN CASO DE DUDA, VIOLADOR Y/O ASESINO A LA CALLE Tales son los argumentos esgrimidos por los jueces de Estrasburgo para excarcelar a asesinos terroristas, violadores y pederastas; y los jueces de la Audiencia Nacional no han dejado pasar un segundo para castigar así a las víctimas de los degenerados

'El violador del chándal' ya está en libertad y a la caza de víctimas, gracias a jueces.
La crisis económica acongoja, igual que las catástrofes medioambientales que sacuden periódicamente a diversas partes del planeta; el desempleo, la contaminación de mares, la tala de bosques, la desaparición de especies, el agotamiento de caladeros de pesca, la corrupción…, son hechos que inquietan, que provocan incluso indignación. Pero nada da tanto asco y enfada tanto como el hecho de ver salir de la cárcel a delincuentes confesos de crímenes atroces, asesinos, violadores y pederastas que, a causa de la interpretación de la ley pueden volver inmediatamente a la búsqueda de víctimas (recordemos que lo que un juez dicta puede ser desautorizado por otro, es decir, un caso o un delincuente procesado dependen de la opinión, arbitraria y siempre subjetiva, de una persona).

En algunos casos (los de abuso sexual), los expertos han expresado su preocupación al ver poner los pies en la calle a esos degenerados, pues afirman que el riesgo de reincidencia es extremo; en fin, que se puede asegurar que, más pronto que tarde, esas bestias convertirán a niñas y mujeres en víctimas. Y ello gracias a unos exquisitos señores que sólo han tenido en cuenta los derechos humanos de los agresores, basándose en que una ley sólo puede tener carácter retroactivo si beneficia al reo. ¿Es esto lógico? Si se sustituye reo por un término que precise el tipo de reo que es, quedaría la cosa así: “si la retroactividad beneficia al violador pederasta debe aplicársele, pero si le perjudica (pobrecito él) no debe ser tenida en cuenta”. O sea, hay que buscar cómo beneficiar al asqueroso e indigno individuo, que en todo caso situación, presupuesto o condición (afirma la ley y los jueces) ha de ser tratado con guante de seda y gozar de las mejores ayudas, cortesías, privilegios. El problema es que (y de esto no se dan cuenta esos paradigmas del síndrome de Estocolmo) cada vez que se favorece de cualquier modo al agresor se está hurgando en la herida de la víctima, cada vez que se alivia pena al criminal se está castigando a la víctima, cada vez que se otorga beneficio al depravado se trata con puño de hierro a la víctima. Así, si estos delincuentes vuelven a las andadas (que volverán) podría llegar a pensarse que los jueces han actuado como colaboradores necesarios, pues han hecho todo lo posible para que esos prehomínidos estén a la búsqueda de víctima un año antes, un mes antes, una semana antes.

La cosa tiene relación con otro concepto absolutamente perverso de los códigos penales, concretamente ese que dice “In dubio, pro reo” es decir, en caso de duda hay que sentenciar a favor del violador, en caso de duda hay que hacer lo mejor para el pederasta… ¿Alguien opina que este es un modo lógico de pensar?, ¿por qué hay que buscar cualquier resquicio, debilidad, ambigüedad o posibilidad para que el agresor sexual esté cuanto antes al acecho de niñas? Podría aceptarse esa máxima si el reo fuera un carterista o a quien tenga delitos menores, sin sangre: “en caso de duda, a favor del carterista”; tendría una lógica, pero eso no se puede aplicar cuando el crimen es tan horrendo, cuando deja secuelas tan profundas y terribles en quienes lo han sufrido.

El problema (hay que insistir) es que los jueces (la mayoría de los jueces) siempre están pendientes de los derechos del agresor, pero jamás atienden a los del agredido, pues cada beneficio que se otorga a aquel es un agravio a este, es como proclamar: “este te violó, pero vamos a aplicarle el beneficio tal o cual y tú debes aceptarlo alegremente”. Otra cosa sería que a esos jueces sufrieran la agresión en primera persona…, habría que ver entonces qué beneficios penitenciarios recibía el culpable. Por cierto, los jueces suelen escudarse en que se limitan a aplicar la ley; sin embargo, muchos de sus colegas afirman que se podría haber interpretado la ley de otro modo y seguir ajustándose a derecho la sentencia; y por otro lado, si los jueces dictan automáticamente según el código, mejor sería sustituir la figura del juez por un ordenador con un programa específico.

En Inglaterra se han pasado los dictámenes del tribunal de derechos de los criminales de Estrasburgo por el forro, y nunca ha pasado nada. Allí no tienen que pasar por algo tan indignante, aterrador e insoportable como es ver al violador del chándal volver a la caza gracias a aquellos (y estos) magistrados. Aquí se han dado una prisa incomprensible, una prisa que contradice la evidente y exasperante lentitud de la justicia, pues nunca se les ha visto tan presurosos y diligentes a la hora de exigir las compensaciones económicas que los depredadores deben a las víctimas.     
  

CARLOS DEL RIEGO

domingo, 17 de noviembre de 2013

FUNK: PODER NEGRO Dentro de la música popular del siglo pasado, el ritmo funk es uno de los más divertidos, bailables y transmisores de optimismo, un género ideado y puesto en práctica principalmente (pero no sólo) por negros. Es el auténtico ‘black power’.

Sería descabellado pensar que un blanco se atreviera a aparecer de esta guisa.
No hay canción hecha en clave funky que tenga efectos depresivos por sí misma, aunque sí que puede producir alergia, efectos secundarios indeseables y, en fin, otras consecuencias y secuelas entre la población heavy o punk, pero esto se debe más a la predisposición y características del oyente que a la composición química del producto. Sea como sea, la música funk ha proporcionado algunos de los comprimidos (canciones) más estimulantes, vibrantes, excitantes e incluso divinamente disparatados de todo lo manufacturado por la industria musical a lo largo del siglo XX.  
 

Se trata, evidentemente, de una idea que tiene su origen en el sentimiento llegado de África, es por tanto cien por cien negra; a ese principio activo se le fueron añadiendo la asunción del cristianismo, que dará lugar a los espirituales y al góspel, las tradiciones anglosajonas y la propia situación de los americanos negros; todo ello condujo al blues, al jazz, al soul, al rock & roll…, al funk. Aunque su prehistoria se hunde en los sesenta, no cabe duda de que sus mejores años fueron los setenta y los ochenta de la vigésima centuria. En realidad, en los setenta se produjo lo que se vendió como ‘soul explossion’, que dio pie a infinidad de discos e incluso películas (como la saga ‘Shaft’) en las que el peinado afro era protagonista absoluto. Y casi a la vez, empezaron a proliferar grupos integrados principalmente por negros (pero no solo) que, vestidos con ropas delirantes, disparatadas (de esas que sólo lucen si las llevan ellos), fabricaban ritmos irresistibles con guitarras percusivas, explosivas secciones de viento y, en general, puestas en escena excesivas, extremadamente barrocas y llamativas; textos sugerentes y perfectos para leer entre líneas en principio y plenamente explícitos después completaron una fórmula magistral que no ha dejado de llenar pistas de baile.   


 
En aquellos tiempos heroicos se trataba de encontrar diferencias entre la música disco y el funk, pues aquella era considerada basura de discoteca mientras que ésta mantenía el prestigio aunque también sonara bajo la esfera espejada. Y es que no hay que olvidar que, además, por aquí proliferó algo tan terrorífico y pavoroso como el ‘eurodisco’, procedente sobre todo de Alemania, Italia y Francia, donde se grabaron baratijas dignas de un chino que, lógicamente, tuvieron su éxito en las listas y pistas más cutres del viejo continente, donde las cuchufletas de buhonero siempre fueron bien recibidas.


En cuanto a los nombres propios del género, hay que citar en primer lugar al padrino del soul, el gran James Brown (tan buen músico como mala persona), quien siempre supo controlar a la perfección los resortes del show bussines: ritmos trepidantes con instrumentación abundante así como melodías simples y estribillos pegadizos, y al lado, espectáculo con efectos dramáticos, teatralidad, bailes y bailarines frenéticos… De su enorme producción destaca, lógicamente, su ‘Get up (I feel like bein a) Sex Machine’, pieza que encerraba infinitos recursos. También intuyeron por dónde podría ir la cosa los increíbles Sly & The Family Stone, que ya en los sesenta construyeron monumentos del funk-rock como el ‘I wanna take you higher’. 

Entre los nombres que siempre se asociarán a lo mejor del funk están, cómo no, Kool & The Gang, que tras una primera etapa más purista entraron en los ochenta con nuevos bríos, dando salida a piezas bandera del género como ‘Celebration’, ‘Get down on it’ o ‘Fresh’; coreografías desmesuradas, colores reventones, fulminante sección de viento, ritmos muy calientes y un sonido tal vez menos agresivo. De Chicago son los fabulosos Eart, Wind & Fire, que siguen en activo desde su fundación, en 1970; a lo largo de su carrera han editado cerca de dos docenas de álbumes de estudio, un sinfín en directo y una interminable lista de singles, algunos de los cuales están en los altares de la música funk, como la delicada ‘Fantasy, la impresionante versión del clásico de los Beatles ‘Got to get you into my life’ (más soul), la cautivadora ‘Septembre’ con su abrasadora sección de metal e incluso sus falsetes, la divertida, optimista y revitalizadora ‘Boogie Wonderland’ o la insuperable ‘Let´s groove’, tema que roza la perfección del género. No puede olvidarse a los neoyorquinos Chic, más elegantes y contenidos y con un gran talento como Nile Rodgers a la cabeza; ‘Good times’ es de lo más típico del funk, y ‘Le freak’ atrae irremediablemente por alguna causa desconocida. Los británicos Average White Band tenían dos cosas diferentes; una eso, que no eran de Estados Unidos, y otra que eran blancos; lo suyo era tal vez más cerebral y quizá fueran mejores músicos; sus momentos álgidos eran casi siempre instrumentales, como con ‘Pick up the pieces’ y algunos pasajes de sus canciones, donde evidenciaban deudas con el jazz.

Tal vez jugando en una división inferior, aunque manteniendo puntualmente el nivel e incluso superando a las vacas sagradas, puede mencionarse a los anónimos Lipps INC, que sólo hicieron una gran canción, una sola, pero de esas que perduran, ‘Funky town’. Y cómo olvidar a los KC & The Sunshine Band, de Miami, con blancos y negros en sus filas, puestas en escena exageradas y varios títulos para la historia, como la siempre recordada ‘That´s the way I like it’ o la estimulante ‘Shake your body’. De Filadelfia eran The Trampps, que tienen sitio en el Olimpo gracias a ‘Disco Inferno’, emblemática e irresistible canción de la banda sonora de la película ‘Saturday night fever’. Merecen ser recordadas asimismo algunas bandas que, desgraciada e increíblemente, están en el más oscuro de los rincones. Por ejemplo los efímeros Funkapolitan, ingleses procedentes de anteriores bandas que lanzaron un primer álbum antológico (con piezas como ‘Run run run’, ‘As the times goes by’, ‘In the crime of life’) y un atractivo funk-pop; o los escoceses Hipsway, que apenas hicieron un par de discos, pero al menos dejaron una auténtica joya como ‘The broken years’.

Cierto que la lista podría ser mucho más larga, y cierto también que prácticamente todos los mencionados no hicieron sólo funk, pero todos brillaron precisamente gracias a ese ritmo, a esas formas tan deslumbrantes como sus habituales atuendos. Y aunque algunos se atrevieran a ello a pesar de sus rostros pálidos, lo cierto es que el funk es y será pura magia negra.


CARLOS DEL RIEGO

viernes, 15 de noviembre de 2013

UN PARTIDO DE FÚTBOL Y UNA CRUZ Los ofendidos contra una cruz de 14 milímetros y los indignados por un partido de fútbol pertenecen a la misma especie: la de los que gritan exigiendo un derecho aquí pero ni lo insinúan allí

Este es el símbolo tan ofensivo.
Allá en el norte, en Noruega, una presentadora de televisión ha sido denunciada por aparecer con una cruz al cuello, una joya de 1,4 centímetros  que casi hay que mirar con lupa para distinguir de qué se trata. Aquí, en el sur del continente, varios partidos políticos han pedido (algunos exigido) que la selección española de fútbol no juegue un partido amistoso en Guinea Ecuatorial contra el equipo anfitrión, puesto que, aducen, se trata de un país gobernado por un dictador (cosa cierta, por otra parte).

Se trata de dos perfectos ejemplos de esa especie que anda siempre a escudriñando por aquí y por allí, a la búsqueda de algo contra lo que manifestar su indignación; pero ese rastreo no es al azar, nada de eso, su exploración se centra exclusivamente en aquello que ofende a sus creencias, de modo que jamás se preocuparía por elevar la voz si alguien exhibe, dice o hace algo que moleste a quienes tienen creencias distintas a las suyas. Es decir, esta especie de picajoso protesta no en función de la presunta ofensa, sino en función de quién la ejecuta (claro ejemplo de relativismo moral).    

En el primer caso, la televisiva fue acusada tanto por inmigrantes mahometanos como por quienes no soportan insinuaciones religioso-culturales (pues una cadena con una cruz pertenece ya tanto a la cultura europea como a la religión). Los musulmanes, sin embargo, jamás protestarían si la señora en cuestión saliera en pantalla con algún símbolo de su religión ni, evidentemente, se atreverían a elevar similar protesta en su país de origen. Los iracundos cazadores de todo lo que huela a religión, por su parte, no hubieran levantado la voz si la periodista hubiera lucido un pin con la hoz y el martillo y, por supuesto, también hubieran permanecido en silencio viendo cualquier programa de televisión de cualquier país musulmán, donde jamás faltan símbolos religiosos. Lo que en un lado se ve como ofensa en otro se tiene por costumbre aceptable.

El segundo caso recorre los mismos caminos. Partidos sobre todo de izquierdas (pero no solo) han clamado contra el partido en Guinea Ecuatorial donde, evidentemente, manda un dictador sanguinario. Sin embargo no dijeron una palabra cuando se celebraron los Juegos Olímpicos en Pekín, tal vez pasando por alto que allí también existe una dictadura, en este caso de partido único; en China no hay democracia, no hay partidos políticos, no hay libertad de opinión, prensa o expresión, está restringido el acceso a internet, hay una censura férrea…, en fin, todo lo que se achaca a las dictaduras. O sea, aquello que en un lugar es digno de exaltada indignación, en otro se ve con buenos ojos.

La cuestión, más que las protestas y esfuerzos por una u otra nimiedad, es preocupante por el hecho de que quienes tienen la capacidad de decisión siempre ceden ante los más vocingleros, reculan ante los que más ruido meten; y ello aunque la cosa vaya en contra del más elemental sentido común. Baste recordar que uno de los que estrelló el avión contra las torres gemelas se graduó en Alemania, pero rechazó recibir su diploma de manos de una mujer (ser impuro, según él), de modo que las autoridades académicas se bajaron los pantalones, pidieron a la señora que se fuera y cedieron ante las despreciables exigencias del futuro terrorista. Más aun, cuando el maremoto de 2004 en Indonesia y otros países, también en Alemania (correcta políticamente hasta el absurdo, ¿por qué será?) se prohibió una canción que hablaba de surf y que se titulaba ‘Die perfekt Welle’, o sea, ‘La ola perfecta’, puesto que eso podía ofender a los damnificados por… la ola, por el tsunami.

Parece que hay una permanente carrera internacional hacia el desatino más disparatado.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 10 de noviembre de 2013

TREINTA AÑOS VIBRANDO CON ‘THRILLER’ Aunque en puridad se editó a finales de 1982, el mágico ‘Thriller’ de Michael Jackson fue un disco del año siguiente, siendo en muy poco tiempo un álbum aplaudido en todo el mundo. Tres décadas después sigue causando sensación.

Aquellos fueron sus mejores años
En 1983 existía la Unión Soviética, el Muro de Berlín y el Telón de Acero, la guerra Irán-Irak continuaba con cientos de miles de muertos, no faltaba en USA el majara con fusil que tira contra todo lo que se mueve causando docenas de víctimas. En España se cerraban los últimos capítulos del estado autonómico y un delincuente apodado el Nani desaparecía mientras estaba bajo custodia judicial por un quítame allá esos kilos de oro. ¡Ah!, y fue el año del 12-1 a Malta. En cuanto a música, tras la patada en la puerta del punk, la ‘new wave’ se había hecho con la parte del león de la industria; fueron años de vacas gordas en creatividad y ventas. Aquel año murió el recordado Eduardo Benavente, las listas hispanas estaban dominadas por Alaska y Mecano y había mucho mercado para la música en general y la ‘nueva ola española’ en particular. Y en estas, Michael Jackson, lanza su nuevo disco.


Todo el que en España tuviera algún interés por la música (hay que recordar que de aquella, los que pasaban de 35 ó 40 años no tenían el menor contacto con la música pop, rock o similares) sabía ya de Michael Jackson; se le reconocía como el niño prodigio de los Jackson 5 y ya podía presumir de éxitos en solitario incluso en esta parte del mundo: ‘Rockin Robin’, ‘Ben’. A todo esto, la afición estaba bastante polarizada: por un lado estaban los viejos rockeros acérrimos que no cambiaban a sus Stones y viejos dinosaurios por nada, y por otro estaban los que sólo tenían ojos para las continuas novedades que asaltaban los mercados. Por eso (y muchas otras cosas), ‘Thriller’ cayó como una bomba en todo el mundo, puesto que en la misma cara del disco, incluso en la misma canción podía escucharse rock y funk, pop y disco, y la cosa no sólo no chirriaba, sino que funcionaba a la perfección…

El tipo tenía apenas 25 años y ya había publicado docena y media de discos con sus hermanos y otros cinco en solitario, o sea, no era un recién llegado. El álbum presentaba nueve canciones tocadas por las musas y por una producción extraordinaria del gran Quincy Jones, pero entre ellas estaban algunas de las cumbres de la música de la segunda mitad del siglo XX. La pieza que abre el disco, ‘Wanna be startin´ something’, es funk imaginativo y transgresor, con cantidad de efectos, arreglos, sorpresas, voces, pasajes instrumentales y una tensión mantenida de principio a fin. La cuarta era la que daba título al álbum y la única de las grandes cuatro no firmada por Jackson; en ella sigue el tono funk pero más contundente, marcado por una línea de bajo muy sólida, profusión de sección de metal y carta blanca para sintetizadores; ahí está el consabido ambiente terrorífico, zombi, plagado de efectos de pelis de terror e incluso con la evocadora voz de Vincent Price dando ambiente.

En medio del disco está la insuperable ‘Beat it’, puro rock, incontestable, poderoso y hechizante. La peña de iniciados estaba despistada. ¿Cómo es posible que una guitarra evidentemente heavy se pasee por una canción de un artista funk-soul-disco?, ¿qué?, ¿que el solo de guitarra es de Eddy Van Halen del grupo heavy Van Halen? (se dice que hizo dos tomas y fueron tan buenas que no hubo que grabar más). Bueno, la cosa tiene algo más de sentido, ¡vaya, sí que es una gran canción! Sí, hasta los más duros de la época reconocieron que esto era algo inaudito, ¡heavy y funk de la mano!, ¡ni Sly & The Family Stone se atrevieron a tanto!

E inmediatamente, ‘Billy Jean’, un funky electrizante y tenso sirviendo de base a una melodía pop de talla genial y que podría haber sido firmada por Lennon y McCartney. En el inicio el bajo engancha y ya no suelta, e imposibilita distraer la atención, luego el cantante introduce la melodía con sutileza y gracia. De repente, una precisa y cadenciosa guitarra, enérgica y cautivadora, entra y sale, toma el frontal del escenario y se va, explosión funk, seducción negra. No faltan efectos orquestales y violines juguetones. Si hay canciones que tocan la perfección, ésta es una de ellas.
Hay en este disco atemporal otras piezas de gran calibre y estribillos pegajosos en clave soul, funk y balada enamoradiza que, aun a gran altura, bajan unos centímetros respecto a las cuatro grandes.

Es sabido que el disco fue un éxito apabullante, posiblemente el mayor de la historia de la discografía, con ventas declaradas superiores a los 65 millones de ejemplares, pero más importante es que a pesar del tiempo transcurrido esas cuatro grandes permanecen en la memoria de miles de millones de personas en todo el mundo y, más difícil todavía, mantienen su embrujo para con las mentes más jóvenes y abiertas.   

Y a todo esto, la voz del ya malogrado artista, una voz fina pero potente, voz delicada y cristalina, voz madura pero aun ingenua, voz en plenitud, flexible y capaz de múltiples registros, entonada y medida. Una voz apagada por las consecuencias de una infancia sin infancia, destino al que van todos los que deslumbraron en la niñez, vida desarreglada y acosada por fantasmas, complejos, obsesiones y, casi seguro, traumas infantiles. Pero la idea que perdura, la verdadera imagen de Michael Jackson coincide con la que tienen aquellos que tuvieron la suerte de verlo alguna vez en directo, esa que  tendrán grabada de modo indeleble en su mente: delgado y con movimientos precisos de robot y ágiles de felino, pies con vida propia, baile hipnótico. Ritmo y melodía engarzados con genio. Arte. Y espectáculo.

Hace ya treinta largos años que salió ‘Thriller’ y cuatro desde que murió Michael Jackson pero ¿alguien ha olvidado al artista y su obra?


CARLOS DEL RIEGO

viernes, 8 de noviembre de 2013

EL CINE POLÍTICAMENE CORRECTO, LA ÚLTIMA ASTRACANADA La más reciente mamarrachada (de que se tenga noticia) salida de un parlamento democrático llega desde Suecia, donde van a clasificar las películas en función de su aportación a la igualdad de género

Lo que el viento se llevó sería, según los extremistas de lo políticamente correcto, contraria a la igualdad de género.
Dice un viejo refrán español “cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo”, que más o menos quiere decir que el ocioso se entretiene con cualquier nimiedad, con cualquier tontería. Tal cosa suelen demostrar políticos de todo el mundo, que no encuentran nada provechoso en que gastar el tiempo y entonces se dedican a cualquier majadería. No hace mucho el parlamento belga dedicó horas y horas, días, semanas, a debatir si Tintín, el personaje de cómic, era o no racista…, con resultado absolutamente tan irrelevante como estéril. La última muestra de estupidez vana y petulante viene precisamente de la cámara parlamentaria sueca, que ha decidido clasificar las películas según su apoyo a la igualdad de género. Para ello usarán el Test de Bechdel, que básicamente dice que un filme es igualitario si al menos hay una escena en la que dos mujeres estén hablando de cualquier cosa que no sea un hombre.

La cosa es de aurora boreal, pues si en la peli una madre y su hija sólo salen juntas hablando de la muerte del marido y padre ¿ya no es igualitaria?, ¿y si hablan del bebé enfermo tampoco?, ¿y si la película está situada en época histórica y, por tanto, con diferente modo de pensar?, ¿y si es de submarinos en la II Guerra Mundial o de temas en los que no aparecen mujeres, o de adolescentes?... El test de aquel se muestra como lo que es, ridículo y con tanta base científica como la astrología, pues ¿por qué dos mujeres y no tres, o una en filosófico soliloquio?

Este tipo de ocurrencia de ociosos bienintencionados y faltos de un hervor tiene  precedentes, como aquella que prohíbe exhibir una película si no se retiran las escenas en las que salga alguien fumando; o sea, se pueden mostrar asesinatos o drogadictos en plena acción, pero lo de fumar, para cortos de entendederas, es peor. Sorprende que este tipo de gente crea a pies juntillas que disposiciones de este tipo van poco menos que a cambiar el mundo. Una cosa está clara, Suecia debe ser poco menos que el paraíso, pues sólo así se entiende que no haya asuntos más importantes en los que gastar tiempo y energías.  

Lo malo es que semejante clase de enfermedad (en sus múltiples variedades) es sumamente contagiosa entre congéneres, por lo que ya hay quien está dispuesto a imitarla, así que es de esperar que se convierta en epidemia y se propague por otros conciliábulos de políticos.

En este caso el refranero español vuelve a expresar con precisión el fondo de la cuestión: Un tonto hace ciento si le dan lugar y tiempo.

CARLOS DEL RIEGO


domingo, 3 de noviembre de 2013

LOU REED Y MANOLO ESCOBAR: INSATISFACCIÓN Y FELICIDAD La muerte visitó a dos cantantes con escasas horas de diferencia. Uno siempre aparentaba alegría, el otro siempre parecía triste y disgustado; la producción artística de uno y otro es fiel reflejo de dos trayectorias vitales absolutamente opuestas.

Lou no no sonrió cuando fue joven..


De mayor su gesto fue aun más adusto
Separados por apenas unos días se han ido dos cantantes, dos hombres que dedicaron prácticamente toda su vida a la música, el estadounidense Lou Reed y el español Manolo Escobar. Tienen eso en común, pero si se profundiza un poco en una y otra personalidad, en una y otra obra, se deduce fácilmente que uno era las antípodas de otro, y no sólo en el aspecto artístico.

Lou nació en la capital del mundo, en una Nueva York donde bullían vanguardias artísticas de todo tipo y donde la experimentación era un valor; junto a ello, la decadencia, las drogas, la sexualidad exacerbada y desinhibida…, en fin, la búsqueda del lado salvaje. Manolo era de Almería y nunca se preocupó por existencialismos ni filosofías, celebraba la vida en cada canción y su máxima causa de inquietud es que su novia fuera a los toros en minifalda. El neoyorquino representaba la rebeldía, el inconformismo, la protesta, la denuncia, la angustia, la letra profunda y doliente, mientras el andaluz se expresaba despreocupado, sonriente, contento, agradecido y transmitiendo mensajes optimistas, banales y con poca enjundia.

Esta fue la máxima expresión de alegría
de Lou Reed
 

La infancia de Manolo, aunque fuera en aquellos oscuros y menesterosos años (nació unos meses después que la II República), parece haber sido razonablemente feliz, por el contrario, la de Lou no debió ser tanto, a juzgar por los esfuerzos que hizo su padre para ‘curarle’ su presunta bisexualidad. Tal vez ahí radique el comienzo de la disparidad, la base de tan distintas formas de afrontar la vida y la música. Luego está, claro, el entorno; en aquella España hubiera sido impensable la protesta y la denuncia, la vanguardia elegante y multicolor, la desinhibición sexual o la experimentación. En Nueva York estaba Andy Warhol y su cohorte marcando los ritmos coloreados de las modas plásticas y musicales; en España resultaba difícil salirse del gris uniforme. Tal vez por eso puede resultar contradictorio que allí donde no había cortapisa para expresión artística y vital, Lou Reed siempre mantuviera tonos pesimistas en sus partituras, y que aquí, donde todo tenía horizontes más cercanos y había que tener cuidado con lo que se decía o cantaba, la melodía casi siempre sonaba dichosa y con escaso pesar más allá del amoroso. Por si fuera poco y para abonar más su tendencia al pesimismo, el autor de ‘Perfect day’ jamás gozó de reconocimiento en su país. Y la otra cara: como otro factor de su sempiterno buen humor, el que cantaba ‘Viva el vino y las mujeres’ (su máximo de drogas y sexo) disfrutó el éxito masivo casi desde el primer día.
Desde sus comienzos
Manolo Esocabar
regaló sonrisas y optimismo

Echando un vistazo a los títulos y temáticas de Lou Reed se comprueba que el tipo estaba siempre triste, insatisfecho, infeliz, atormentado: ‘Caminando por el lado salvaje’, ‘Vicious’, ‘Heroin’, ‘Esperando a mi hombre’ (camello), ‘Canción triste’, ‘Mata a tus hijos’… Por contra, Manolo Escobar trinaba con el intrascendente ‘Porompompero’, ensalzaba la maternidad con ‘Madrecita María del Carmen’, celebraba españolismo con ‘Y viva España’ y, en fin, contaba con orgullo cómo tenía de reluciente su desaparecido carro; poco existencialismo metafísico, escasa angustia vital, nada de oscurantismos o caídas por el tobogán de la perversión o el vicio. ¿Sería posible imaginar a Manolo Escobar cantando con una mueca de disgusto y a Lou Reed con gesto de alegría?   

Hasta sus últimos momentos mantuvo
el rostro alegre.

 
Al final, ¿cuál de los dos artistas vivió más feliz y satisfactoriamente? Al de Almería se le recordará con una enorme sonrisa en su cara, mientras que es prácticamente imposible ver una foto de Lou Reed en la que esté sonriendo. Cierto que hay mucha gente en el mundo que vibra con el ‘Rock & roll animal’ o el ‘Transformer’ y que se horroriza al oír ‘Mi reina gitana’ (aunque también habrá quien encuentre insufrible al neoyorquino y disfrute con el español), pero música aparte, ¿cuál de los dos pasó una vida más grata y amable?, ¿qué trayectoria por este mundo es más deseable, la del infeliz y atormentado gran creador o la del siempre dichoso e intrascendente intérprete? 


CARLOS DEL RIEGO




viernes, 1 de noviembre de 2013

LA IMPUNIDAD DE LAS MASACRES COMUNISTAS Millones de asesinatos y crímenes escalofriantes cometidos durante los años del totalitarismo comunista permanecen en el olvido, pues parece que casi nadie esté interesado en aquellas víctimas; en Rumanía hay quien quiere cambiar esa situación

Pol Pot masacró a más de dos millones de cambodianos en tan sólo cuatro años.
La justicia de Rumanía va a investigar a dos de los directores de prisiones por sospecha de asesinato masivo durante la dictadura comunista previa incluso a Ceaucescu. Lo curioso y sorprendente es que esto no haya ocurrido antes y en todos los países que estuvieron más allá del telón de acero; si aquellas dictaduras hubieran sido de corte capitalista  miles de voces hubieran denunciado, al día siguiente de la caída del régimen, a quienes masacraron a todos los que le resultaban molestos, pero al ser la tiranía de izquierdas parece contar con una benevolencia cómplice de todos aquellos que se creen de izquierdas, buenistas y correctos políticamente.

Cuando caen los videlas, somozas y pinochets, más pronto que tarde se busca y acusa a los responsables de la represión y la muerte de disidentes (como es lógico y natural), se les juzga y encarcela (desgraciadamente no a todos); hoy, en España se siguen buscando criminales de hace décadas y se acusa a indeseables torturadores octogenarios que, a pesar de sus edades, deberían ser llevados ante el juez, aunque esto no sirva nada más que para hacerles pasar un bochorno. Pero asombra que nada de esto se exija cuando se trata de investigar a los fascistas de corte comunista.

El problema es que la violencia de los fascismos capitalistas es vista con repugnancia sin más (como es lógico), pero cuando se trata de la de los fascismos comunistas la cosa cambia, pues se suelen negar o minimizar las masacres y, cuando la prueba es ya evidencia, se buscan disculpas, porqués, motivos…, ¡con decir que hay quien, a día de hoy, encuentra argumentos para defender el régimen de Corea del Norte!

En Rumanía estaba la Securitate, en Alemania Oriental la Stasi, en la URRS el KGB y, en fin, en todos aquellos había policías políticas, las cuales se pasaron décadas y décadas reprimiendo al disidente con saña, con crueldad inenarrable, pero no hay procesos para los responsables, ni siquiera se producen denuncias contra todos aquellos que se encargaron de borrar del mapa a quien se atreviera a levantar la voz. Se dice que hasta la llegada de Ceaucescu la policía política rumana hizo desaparecer (tras escalofriantes torturas) a no menos de 600.000 personas; en la DDR, en Polonia, en Bulgaria y otros países con gobiernos títere de la URRS las cifras no serán muy lejanas, pero nada que ver con lo que tuvo que pasar en La Unión Soviética (sólo el ‘Holomodor’ de Ucrania se llevó a tres millones), en la China de Mao (las cantidades deben ser aterradoras), en Cambodya (¡un tercio de la población!). En total, estimaciones conservadoras cifran en alrededor de cien millones de personas las sacrificadas en aras del marxismo. A pesar de todo, de momento parece que a nadie interesa, pues cuando se habla de crímenes de esa talla sólo se piensa en los fascistas capitalistas, no en los fascistas comunistas (hay que recordar que el comunismo es un sistema económico más que político, cuyo contrario es el capitalismo), sin embargo, seguro que antes o después se empezará revisar todo lo que ocurrió en aquellas dictaduras, se buscarán las fosas y se encontrarán los miles y miles de cadáveres de los que dejaron su vida en los gulags, en los campos de reeducación o en las aterradoras cárceles e ‘instituciones mentales’ de los países de la órbita soviética. Y las cantidades serán acongojantes, aunque realmente se tenga ya una idea bastante aproximada.

Lo preocupante es que, de momento, apenas hay siquiera ganas de revisar e investigar los hechos, tal vez porque los hijos y nietos de aquellos líderes comunistas ocupan hoy puestos desde los que impedir cualquier intento de indagación, pero sin duda llegará el día en que todas las atrocidades cometidas en nombre del comunismo, de la revolución, del proletariado tengan la misma consideración que las cometidas en nombre de la patria. No hay que olvidar que un asesinato es un asesinato sea donde sea, en la Alemania Nazi o en la Unión Soviética, y ambos han de tener igual consideración, es decir, torturar y matar son crímenes que nunca deben ser vistos a través de un cristal ideológico. Sin embargo, los que claman contra la impunidad sólo se refieren a culpables de un color, no a los del contrario.

Y por esa misma razón nadie gusta de ser tachado de fascista, pero hay muchos que se autoproclaman comunistas sin ningún rubor, cuando lo cierto es que una cosa y otra son equivalentes, son términos sinónimos.

Por cierto, ¿dónde está el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo?, la respuesta es fácil: escondiéndose y saliendo del cubil para velar sólo por los Derechos Humanos de verdugos terroristas y violadores y arrinconar los de las víctimas.


CARLOS DEL RIEGO