domingo, 10 de abril de 2016

¿DEBE EL ARTISTA, COMO HACE SPRINGSTEEN, ESTAR SIEMPRE EN PIE DE GUERRA? La suspensión de un concierto de El Jefe como protesta contra una norma impuesta en la ciudad donde debía tocar, da pie a preguntarse si los músicos, escritores o pintores han de estar permanente enfadados con algo o con alguien

El gran Bruce Springsteen es el arquetipo del artista comprometido, aunque a veces sus posturas puedan parecer desconcertantes y contradictorias
Bruce Sprignsteen ha cancelado un concierto en una ciudad estadounidense del estado de Carolina del Norte; según el propio artista, no tocará como forma de protesta contra la llamada ‘bathroom low. HB2’ (‘ley del baño’), una ley que, afirma, va contra el colectivo de transexuales, pues al parecer, ese estado obliga a que cada uno vaya al servicio que le corresponde en función de lo que diga su documentación, no según lo que haya elegido. Dejando a un lado el hecho de que esa norma afectaría a una parte pequeñísima de la población, y evitando también el hecho de que el trastorno causado tampoco sería para presentar denuncia ante el Tribunal de Derechos Humanos como delito de lesa humanidad, desde la incorrección política cabe la pregunta: ¿es éste suficiente motivo para suspender un concierto?; y por otra parte, ¿tienen que estar los artistas permanentemente metidos en faena reivindicativa?

Seguro que serían miles de personas las que tenían su entrada y esperaban el concierto con ilusión, sin embargo, el artista decidió castigarlos por una ley que, evidentemente, promulgaron otros. Con bastante seguridad, los que escribieron esa norma no perderán el sueño ante la actitud de Springsteen, mientras que los que no han tenido que ver con el asunto (o sea, el público) sí que se llevarían una gran decepción al enterarse de la suspensión del ‘show’. El músico ha explicado que no se le ocurre una acción de protesta más potente con la que dejar constancia de su repulsa hacia la mencionada ley; es decir (continuando con la postura de incorrección política), sancionar y escarmentar a los inocentes le parece lo más apropiado para manifestar su disgusto y rechazo a los legisladores... Puestos a ello, tendría mucha mayor repercusión que él y su banda encabezaran una manifa ante el organismo correspondiente, e incluso que una vez allí improvisaran una cancioncilla alusiva; sin la menor duda, la foto del artista cantando pancarta en mano sería portada en medio mundo, con lo que la protesta obtendría muchísima más repercusión y el hecho se convertiría en emblemático. Y en todo caso, no pagarían justos por pecadores.

La cuestión de fondo está en esa especie de obligación de permanente compromiso social que algunos, ya sean artistas o no, atribuyen a los músicos, escritores, pintores… Así es, abunda la opinión de que los autores deben estar siempre en guardia, prestos a realizar todo tipo de actos que demuestren su ‘compromiso social’, preocupados de que su arte tenga siempre mensaje; así, han de manifestarse políticamente (eso sí, sólo se admite como correcta una opinión) y tienen que dejar clara su posición en todo tipo de asuntos: proclamar su preocupación por el medio ambiente, expresar su repulsa a la riqueza y las desigualdades, escribir sobre utopías humanísticas o arremeter contra los poderes establecidos…, continuamente, insistentemente. En fin, se exige que su arte esté orientado exclusivamente a denunciar las infinitas maldades de este mundo.  

Y si no lo hacen así serán señalados, serán ridiculizados y tachados de hacer el caldo gordo al poder, al capitalismo, a la sociedad de consumo. El caso es que si se toma postura activa en temas como el de quién debe entrar en el WC de señoras y quién en el de caballeros, da la impresión de que habría que hacer lo mismo con otros muchos atropellos e injusticias ya que, de lo contrario, colectivos que tienen problemas muchísimo más serios podrían sentirse agraviados. De este modo, habrá quien piense que si este gran personaje se moja de modo tan radical por algo así, bien podría echar una mano en otros casos que resultan muchísimo más escandalosos; por ejemplo, The Boss no dijo una palabra sobre Guantánamo cuando se reunió con Obama. Dicho de otro modo, ¿nunca ha tocado el gran Bruce Springsteen en una ciudad en la que se dieran mayores injusticias?, ¿sus actuaciones siempre han sido en lugares bendecidos por la justicia plena, la total honradez y la perfecta equidad?, ¿de verdad que en Nueva York (donde ha tocado tantas veces) no hay causas sociales e injusticias que merezcan una postura tan radical?, ¿qué otros motivos solidarios le llevaron a anteriores suspensiones? ¿Debieron Rolling Stones cancelar su reciente debut en Cuba a causa de la ausencia de derechos y democracia que aun se da allí?

Sea como sea, debe ser agotador estar todo el día reclamando, todo el tiempo protestando, reivindicando, condenando, enjuiciando, reprochando. Cierto que el rock es (casi) sinónimo de rebeldía, pero ésta se puede expresar también haciendo canciones ruidosas, contado la aventura de aquella cita, lo divertido de la fiesta de anoche, lo malo de estar en chirona, e incluso vistiéndose del modo más estrafalario y provocativo. No hay que olvidar que la música (al igual que la literatura o las artes plásticas) también tiene un componente festivo y vitalista; y aunque es beneficioso e incluso necesario que el grupo de rock deje constancia puntual de su postura ante situaciones indeseables o problemas generales, no parece lógico exigirle que haga de cada disco un manifiesto, de cada concierto un mitin, de cada declaración una arenga. Hay bandas, sin embargo, que tienen ahí su objetivo, insistentemente, monotemáticamente…, y parecen haberse metido tanto en ese papel mesiánico que están convencidas de que con sus melodías pueden modificar conductas, alterar actitudes y cambiar modos de pensar, o incluso cambiar el mundo. E igualmente hay público para un rock con tales intenciones.

Bueno, tiene que haber de todo.       
      

CARLOS DEL RIEGO

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