jueves, 17 de abril de 2014

LO QUE UNE A CATALUÑA CON EL RESTO DE ESPAÑA Los más de dos milenios de convivencia entre todos los habitantes desde Finisterre a Creus, desde Ajo a Tarifa, han creado infinitos lazos entre ellos, nexos que no se pueden romper por más que se trate de retorcer la historia y la realidad


Esto también es Cataluña.
Parte de la sociedad catalana, esa que no quiere dejar de ser parte de España, empieza a moverse, a echarse a la calle, de modo que anuncia la formación de una asociación y una gran manifestación que demuestre que en Cataluña no sólo hay catalanistas, sino catalanes que también se sienten y quieren ser españoles.

Muchas veces, los catalanes catalanistas esgrimen que no hay nada que los una a España (en realidad lo correcto es “al resto de España”), pero están muy equivocados o simplemente manipulados por historiadores forofos y fanatizoides, tanto que afirman que “los que exigen educación bilingüe para sus hijos los están maltratando, están abusando de ellos”; y es que hay infinidad de lazos entre esta región y el resto, empezando por la historia de Hispania que iniciaron los romanos. Cataluña se benefició de la mano de obra andaluza, extremeña o castellana y ésta prosperó allí; por eso, hay miles y miles de catalanes que se apellidan García, Fernández, Pérez o Rodríguez, y también hay Gracia, Carbonell, Alba, Cervera, Rivelles o Roca en otras regiones españolas; los siglos en común han propiciado apellidos gallegos y extremeños en los antiguos condados catalanes, igual que a la inversa. ¿Puede haber algo que una más?  

Por ejemplo, siempre se ha tenido como uno de los principales vínculos las ligas y competiciones deportivas; así, ¿de verdad todo el barcelonismo podría pasarse sin enfrentamientos regulares con el madridismo? Las ligas españolas (de fútbol, baloncesto y balonmano sobre todo, pero no solo) perderían muchísimo sin los equipos catalanes, pero sin duda éstos perderían mucho más.

Otro de los nexos entre la esquina oriental y el resto está en la cultura; los grupos de pop y rock, de jazz o de clásica actúan en toda España sin atender a su procedencia, uno de Valladolid llena el Paláu y todo el público corea sus canciones, e igualmente el de Barcelona en Madrid. Ni que decir tiene que pintores o escritores exponen y presentan sin que se tenga en cuenta el lugar de nacimiento. ¿Y la gastronomía?, ¿y la historia?, ¿y el Arte?, ¿y Barcelona 92? Y por supuesto, el idioma castellano. Así en prácticamente todos los planos.

No se puede olvidar que hay muchísimos eminentes catalanes que se sienten heridos cuando contemplan cómo paisanos suyos silban y abuchean al Rey, al himno, a la bandera de su país; la relación sería interminable, pero se pueden mencionar a Montserrat Caballé y a Pau Gasol, a Loquillo, Arcadi Espada, Albert Boadella, Eduard Punset… Y cómo no acordarse de Tarradellas o de aquel directivo del Barça de entrañable recuerdo, Nicolau Casáus, dos de los verdaderos exponentes del ‘seny’ (sensatez, cordura). Se trata de personajes que no quieren que su tierra se vuelva más pequeña y encerrada en sí misma, que no desean una Cataluña provinciana y endogámica; es en estos grandes catalanes en quienes hay que pensar cuando los fanáticos insultan y ofenden.

Y, por si fuera poco, la abundancia y proliferación de políticos desvergonzados y trincones es tan común en Cataluña como en Andalucía o Madrid (no parece necesario recordar nombres y casos); se trata de otro factor de unión, de un denominador común entre los gobernantes y dirigentes de cualquiera de las diecisiete comunidades. No hay que ponerse en lo peor, pero es oportuno recordar que las mayores catástrofes del siglo XX fueron provocadas con el pretexto último del nacionalismo más populista y patriotero.  
    

CARLOS DEL RIEGO

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